Poeta y periodista. Colaboró con el diario El Cronista y las revistas Tegucigalpa y ANC (Asociación Nacional de Cronistas). En México, país donde vivió hasta su muerte, colaboró con los diarios Nacional y El Popular. En 1955 se le concedió el Premio Nacional de Literatura “Ramón Rosa”. En vida publicó: Flores del alma (1935); Brasas azules (1938); Laurel de Anahuac ; Pino y sangre (1955).
AUNQUE NO ESTOY CONFORME
Aunque no estoy conforme,
yo agradezco a la vida porque he vivido pobre.
Tal vez si fuera rico
tendría el alma dura
y sordos los oídos
y cerrados los ojos.
Tal vez si fuera rico,
mi verso -caracol humano-
no sería esta recia repercusión de pueblos
enloquecidos de hambre.
Aunque no estoy conforme,
yo agradezco a la vida!
ANTIFONA DEL PUÑO
Una mano abierta...
nada más triste que una mano abierta...
es la mano que pide,
la mano que se humilla
por el sol negro de un mendrugo
o por el ojo rojo de un centavo.
Oh el entusiasmo vertical
de un puño en alto...
es como un mástil de orgullos
dispuesto a defenderse,
es como un botón de rebeldías
listo para reclamar.
Nada más bello,
nada más elegante
que alzar como una grímpola de fuego
la protesta redonda de una mano cerrada.
PINOS DE HONDURAS
En los más agresivos litorales...
allí donde las cumbres horadan firmamentos...
allí donde las rocas se orillan de cenit...
donde las aves bordean astros,
y el césped y el rocío
y todo un film de flores y dolores
deambulan por los senos de la nube,
allí enarbolan su virtud los pinos.
Pinos de Honduras...
bayonetas sonoras...
pagodas de zafiros...
capitanes de cordilleras,
con uniformes de tempestades
y con relámpagos por charreteras.
Si un niño es un arbusto vagabundo...
si una madre es ceiba de sangre
vuelta lluvia de luna sobre el mundo...
si en cada hombre hay un poco de árbol,
por las venas de cada hondureño
discurre un mar de pinos sin segundo.
Es sudor campesino la savia de los pinos...
arden sentencias mayas en su escamoso tronco...
es un incienso laico su resina,
y son remedos de flechas remotas
los verdes alfileres de sus hojas.
Pinos de Honduras...
teponaxtles de luz...
cuando la noche adensa sus crayones
y mete su cuchilla en las cabañas...
cuando hasta la montaña se recoge
bajo un cielo de turbios pabellones,
en terrenal tapete de terrones
y entre vientos de cobre,
abre su antigua lámpara el ocote.
En el vértice cívico...
en el pináculo septembrino,
pleno el aire de himnos y la tierra de niños,
el alma está presente como el pino.
Y así también, cuando la mano
sórdida... sanguinaria... sombría,
viola el jazmín y decapita al trino,
entonces con el agua hasta el designio
y los poros abiertos en historia,
junto a la piel del pino escucha el indio.
El descifra botánicos infolios...
él sabe el pensamiento de los árboles
como conoce el pino la raíz de los hombres.
Pinos de Honduras...
que en veranos de ópalo
y frente a gobelinos de arco iris,
extienden por los cerros sus cameras de hojas...
erigen en la brisa castillos de fragancias
y alargan sus rumores...,.
¡Perfumes musicados... sinfonías de olores!
Si en la tarde plagada de revólveres,
frente al panorama gris de buitres
y ante la sombra de la bota empírica...
si cuando nos cubren capuces de exilio,
o se nos va el laurel,
o nos tajan letales destinos,
¡pudiéramos llevarnos nuestros pinos!
Si en nuestros afanes tutelares
fuéramos como el rayo
que se resuelve en lumbre
para condecorarse de pinares!
Pinos de Honduras...
con mucho de escudo y de bandera...
marsellesas cilíndricas...
verticales caminos...
pirámides de índigo...
¡Brazos verdes de indios oprimidos
que entre pinares nacen... y mueren viendo pinos!
A LOS NIÑOS MUERTOS EN LA GUERRA
Por el hombre que andaba en cada niño...
por la madre auroral
derramando ternura en su muñecas...
por el clavel herido en su mañana...
por el quetzal,
condenado a un silencio impenetrable al trino,
y aun embargo ajeno
al odio de los hombres y al amor de los buitres.
Jamás se derramó tanta inocencia...
jamás juntó la tierra tantos cráneos azules...
ni más quejas el viento,
ni más compacta lobreguez el mundo.
En el pecho materno se doblaron...
segados dos por hisopos de metralla,
volaron sus laureles diminutos.
La ley era el obús...
las alas de muerte el mecánico enjambre...
la guerra como un incendio negro por ciudades.
Y en tanto, en las alas de todos los minutos...
sobre amargas comarcas de ceniza,
precipitándose,
perdiéndose,
hundiéndose un cruento y quejumbroso mar de niños.
En sus gritos confluyen los idiomas...
en sus ojos parecen los más raros paisajes
y sus tumbas tiene tatuada la tierra
con agujas de luto
En el páramo chino...
en el suburbio libero...
en las estepa de Lenin
y hasta en los mismos recintos agresivos;
los niños se dan la mano
bajo su universal y frío cementerio.
Y hay orfandad de azul en muchas almas...
corre menos amor por los ríos del mundo...
se ha mutilado al siglo...
las bayonetas rieron en balcones de escuela...
el juvenil rosal crujió bajo la bota
y se mancharon linfas inviolables,
mientras los niños de Etiopía,
los infantes de Francia
y las firmes criaturas eslovacas
opacaban al sol con sus despojos.
Muertos en el anuncio de su canto...
heridos sin tocar el fusil con sus dedos de rosa,
esos niños levantan su voz desde el pasado...
se unen en un solo martilleo de luz.
El humo de sus carnes es nube amurallada
que sangra tibia historia:
películas de llanto...
televisiones tétricas
de niños todos juntos y apretados y yertos.
¡Que el amor de los muertos sea flor de los vivos...
que nos demos al alba
y que el maestro alumbre con su índice
el mapa hecho con sangre de millares de niños!
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1 comentario:
Pongan el poema:Al ejército Yankee
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