MÁS HOJAS QUE TAMALES
(porque unas son de cal y otras de arena)
Jorge Luis Oviedo
Y esto que no había pasado el día de Reyes, la ministra-gerente de la ENEE, con otros voceros del Gobierno Central se lució y de paso nos enseñó (buen ejemplo en todo caso) cómo no se deben decir las cosas.
Sin duda la intención era provocar alegría de año nuevo (y pasarse de listos) a los miles de abonados de la ENEE., con la noticia de la eliminación del ajuste por combustible; el cual, y esto es parte de la mala comunicación, no ha sido eliminado, pues si el precio del petróleo vuelve a subir, asunto muy probable con lo que está ocurriendo en medio oriente, específicamente con la ocupación que Israel hace de lo que hasta hace unos días era territorio palestino, y subir el precio de los derivados del petróleo más del cinco por ciento de los $36.00 fijado como valor de referencia para establecer el nuevo valor del kilovatio hora, el ajuste por combustible se aplicará de nuevo hacia arriba.
Ojalá, USA, que antes fue en auxilio de los habitantes de Irak, sometidos por el demonio de Saddam Husein, haga lo mismo con Israel (De dónde tela si no hay arañas) y libere a los palestinos; porque es muy probable que el conflicto se extienda de nuevo por todo medio oriente y se reviva lo de l década del 60 de pasado siglo. O quizás Yavé y Alá se pongan de acuerdo en el cielo para reconciliar los encendidos ánimos, como es muy probable que lo estén haciendo con los que ya han muerto, y establezcan una paz eterna en esa región de la tierra, tan significativa para las tres grandes religiones de Occidente. Y aunque eso parece ser harina de otro costal por la lejanía con estas honduras nuestras, repercuten en los precios del petróleo.
Volviendo al caso del mal anuncio o de la impropia forma de brindar una información, lo que tenía que haberse dicho es que en aplicación de la Ley Marco del Subsector eléctrico (artículo tal por cual) y otras varias consideraciones de acuerdo con predicciones de expertos para los precios del petróleo y sus derivados, el valor del kilovatio hora tendría un precio de tanto, tomando como base el precio del bunker de $36 y que, para gastar menos tinta, por lo menos en este año, se creía, que no habría, en la factura, el ajuste por combustible. Cuentas claras amistades largas y tragos amargos, no hay de otra. ¿Quién sabe a qué genio salido delo trasnoche de fin de año se le ocurrió hacer la inocentada después del 28 de diciembre.
En conclusión, decir mal las cosas también es falta de transparencia y en la ENEE están más obligados a ser los más transparentes porque del fluido eléctrico se hace la luz.
Por otra parte, hace ya tres años, en CNN en español, dieron la noticia de que en Brasil, una empresa canadiense había inventado una turbina flotante (no eólica) sino para ser colocada a escala en la corriente de cualquier río de regular caudal; que no necesita represamiento del agua o donde ésta no puede represarse, como pasa con los ríos Ulúa y Chamelecón, para mencionar solamente dos de la zona atlántica hondureña, en el valle de Sula.
Sucede que con esta tecnología, cuyas turbinas, repito, pueden ubicarse equidistantes unas de otras, sin alterar siquiera el curso de la corriente (y aprovechando la energía cinética) el costo del megavatio resulta, en valor inicial, a $450.000.00, mientras que en las otras energías alternativas: hídrica con represamiento o entubada, eólica, mareomotriz, entre otras, el costo inicial es dos veces mayor en la inversión inicial.
Lo extraño es que nadie en Honduras se interesa por aplicar esta tecnología para generación de energía eléctrica en el país, sobre todo en el sector gubernamental o entre los empresarios, quienes, dicho sea de paso, ya hubiesen procedido a generar su propia energía la mayoría, porque la ley no lo prohíbe en vez de vivir quejándose, si está claro que en el ámbito energético, en las dos últimas décadas, el gran negocio lo han hecho una pocas empresas y familias, a costa de todos los pagamos el servicio.
P.D. Comentarios sobre este artículo hacerlos durante los apagones, con el sano propósito de que no se dispare el crecimiento demográfico en el país.
miércoles, 7 de enero de 2009
lunes, 5 de enero de 2009
CRITICA LITERARIA (1)
EL RESAPLANDOR DE LA AURORA*
Porfirio Barba Jacob
Al margen del libro de Joaquín Soto
No es todavía la mañana, sino la claridad que la anuncia en las cumbres por el lado de Oriente y que mueve los pájaros a cantar y las rosas a abrirse. Imaginad ahora que entre la pugna de la noche y el alba viene al valle en adolescente, casi un niño. Parece regir sus pasos el movimiento de la luz en avance, porque hay en ellos esa cadencia natural de los seres melódicos; sus manos ofrecen un haz de lirios silvestres, y su corazón rebosa como un ánfora colmada de miel en la abundancia de los campos… en cuanto al rostro-donde las vicisitudes de la pena y el goce se revelan como la sobrehaz de un algo las burbujas que suben de lo hondo-permanece por las ondulaciones de alcores y colinas.
Tal es la doble imagen que espontáneamente ocurre al abrir el libro de Joaquín Soto. El Resplandor de la Aurora proviene de un alma que no ha traspasado aun el umbral de los veinte años, y está compuesto de manojos de versos que datan de mucho antes, quizás de cuando el autor no gozaba todavía el privilegio de morder jugosas manzanas en los jardines de Venus.
Esta frescura de alba, esta cercanía de niñez, pregonan los merecimientos del poeta, y explican la falta de transcendencia y seguridad que se advierte en una gran parte de la obra. Recordemos, ante todo, que cuando se lleva todavía en el pecho el bullicio de la muchachez, la falta de estricta sujeción a los cánones supremos no empecé a la legitimidad del talento. Hegel ha enseñado, desde la eminencia de su sabiduría, que el genio fermenta y bulle en la juventud, como se ven en el caso de Schiller y de Goethe, pero que solo a la edad madura y a la vejez corresponde producir la obra de arte en su verdadera madurez y profesión. Y así fuese necesario tomar un ejemplo en los anales de América, podríamos citar al más ilustre, a Rubén, cuyos Canos de Vida y Esperanza fueron compuestos después de los treinta años, y cuya más admirable poesía, Los motivos del lobo, es la postrera manifestación vigorosa de su actividad.
No podíamos, pues, el efebo que ahora viene del Oriente, aquellos frutos de talento humano donde la miel es amargura transmutada por arte divino; no queramos que este escultor, recién esculpido él mismo en los talleres celestes, ponga en sus mármoles toda la serenidad que es posible en la tragedia; y menos aún que el noble tañedor de flautas sepa manejar, en la terneza de sus años, los secretos con que se alza la importante arquitectura de una sinfonía ¡Fuera injusticia irreparable! Contestemos con inquirir si está en él la fuerza ingénita del poeta: si sus títulos fueron rubricados por la mano de Dios mismo: si ganó ya el primer laurel con que tendrá acceso en la legión apolínea.
Joaquín Soto ha ensayado con buen éxito un gran número de metros; sabe las combinaciones de la rima, desde las más elementales hasta las que piden mayor amplitud al conocimiento del léxico; refleja en las estrofas movimientos de su alma,-y el goce de la desesperación, la serena confianza y la alegría loca, el amor fugaz y el eterno dolor, se transparentan en su obra con una fidelidad que a veces nos conmueve; y, por sobre todo esto, hay demostrado que gusta de recorrer los laberintos y que podrá un día subir a la cumbre desde la cual “se ven espejear las aguas eternas”. Y esta última condición: la de poder mostrarnos el aspecto transcendental de la vida, es la condición primaria y absolutamente necesaria de todo gran poeta.
Miremos ahora el rostro de este viajero lirico, el rostro que se ilumina y oscurece a intervalos. El primer movimiento que nos descubre todo la fuerza de una afirmación. De pie frente a lo incognito de los tiempos, frente a las cosas risueñas y a los cambios adversos del mundo, el poeta pregona su esperanza inmarcesible, confiesa la virtud del verso y sonríe a los rosales que han de florecer. Hay, en el soneto inicial del libro, que es el que expresa todo esto en formas justas y elegantes, un optimismo espontaneo, no razonado, no equivoco, y que por ello resume de un modo exacto el eterno grito de la juventud: “¡el porvenir es mío!”
Importa fijar de modo definitivo tal idea, porque ella constituye la tesis, acorde con la naturaleza juvenil del autor. Exclamaciones de alegría ingenua se le escapan a cada momento en versos como estos:
Un encanto ruiseñor divino
Canta en mí su canción de primavera…
O bien brotan del fondo de su sabiduría refleja, como en el canto en que nos hace una invitación al ensueño:
Lo más bello es lo más distante…
¡Y el mundo le cede a la vida
Por cada esperanza perdida
Una ilusión nueva y triunfante!
Pero… ¿qué es esto? El recién llegado conoce ya una senda por entre las zarzas, y advertimos en su obra una insinuación de crepúsculo que apaga el rojo de los claveles y el amarillo de los trigos. Cierto que la esperanza no se extingue; sólo que ahora es, antes que un vino embriagador, un óleo que sirve para suavizar las ásperas realidades del mal ineluctable. Hay en el volumen un Canto de Optimismo – poco feliz desde el punto de vista del pensamiento y de la ejecución, aunque revelador de un ánimo valiente y de una heroica voluntad de supervivencia – donde a cada verso tropezamos con un recuerdo desolado. Los rosales florecen en un campo de muerte, pero florecen todavía.
Mas el poeta se abandona libremente a todos los movimientos de su alma, y a la tesis que acabamos de reconocer suceden versos de un claro sentido antitético:
Esta impaciencia trágica que encendió mi ternura…
Este odio por la vida, esta horrible amargura
De no hallar en el mundo ninguna cosa pura…
Gritos semejantes van mostrarnos que fue fallida la esperanza, y que las frescas flores agonizan bajo la nieve.
Mis jardines silvestres ya no tienen colores,
y ya sólo cenizas queda en mis rosales…
Que en sonreír de simpatía mueva nuestros labios ante esta contradicción espiritual, mientras vamos a ver como el poeta sabe elevarse, por sobre los vuelcos de su ánimo, para hallar una síntesis en la que los dos términos de la antimonia se resuelvan y armonizan. Pero notemos, ante de ello, que quien canta es un recién venido, y que el impulso que le manda vivir y obrar melódicamente, no puede sustentarse aún en la profunda experiencia, que es la que da sus más dulces azúcares a la poesía.
Y no hablemos de insinceridad. Al artista no hay que exigirle aquella inseguridad constante e inmutable que es costumbre exigir a una muchacha enamorada: tanto valdría como condenarle a no morir sino a una faceta del prisma. Dejemos que su alma refleje desinteresamente todas las formas que pesan, y pídameles que nos devuelva luego su visión interna y su propio tumulto, a la manera que el espejo, el símil de Stendhal, refleja lo mismo el lodo de la calle que el azul de los cielos.
Tanto mejor si, a fuerza de reflejar todo lo que hay en los países morales, el alma del poeta, honda y clarifica como un cristal, copia un día, entre vastas perspectivas de cielos y montes, la palpitación de las cosas intimas quien forman la trama del mundo…Tanto mejor si en este titubeo de aliento y agonía endereza su proa con rumbo a una verdad fundamental, de aquellas que son como para el eje diamantino del alma. Y a mí me parece que Soto tiene aptitud para lograrlo; más aun: que lo ha logrado ya en el bello “Nocturno” que engalana una de las páginas de su libro. La composición está calcada sobre un modelo del gran amigo de los cisnes: tiene el mismo nombre que la de Rubén, el mismo tono, idénticas claudicaciones del ritmo; sólo que deja adivinar un personal dolo, y descubre horizontes donde pueden seguir nuestros ojos el juego de la sombra y la luz.
El poema se abre con una melodía de exquisita suavidad:
En el silencio de la noche
Alza mi corazón un vago canto…
Después, insinuase la tristeza, una viva tristeza de efebo enamorado. Hay un suspiro… hay un rumor de hojas bajo el viento… hay un sollozo. Y hay, finalmente, un clamor trágico que nos revela por primera vez al pesimista transcendental:
¿La vida? ¿El porvenir? ¿La muerte? ¿El llanto?
¿Quién hallara el enigma pavoroso
Del más allá de lo que no miramos
Con nuestros pobres ojos pensativos?
Más he aquí que la naturaleza – Consolatrix aflictorum-parece presagiar con la tenue fragancia del jardín el advenimiento de la novia. Hay un grito en el corazón del poeta, y
Su alma se desprende y va al encuentro
Del alma que ha esperado y que palpita
En el alma de luz de las estrellas
El poema concluye con la serenidad de agua profunda que se ilumina en medio de la noche, y que nos hace pensar si sisón es todavía un murmullo doliente, o si es claridad lunar que se ha transmutado en mediodía…
Ved, pues, como esta breve oda resuelve, a manera de amplia síntesis, la antinomia que habíamos planteado hace poco. En ella ha puesto el poeta el contraste de sus opuestos elementos de inspiración: por una parte el jardín, los aromas, el viento, la ciudad, la vida, que son las cosas que sirven de sustentáculo a todo optimismo; y por otra la incógnita que nunca despejaremos, y que es la base de todo dolor transcendente; y mas allá, en el vértice de ese ángulo cuyas líneas buscaban la eternidad, el Amor que todo lo esclarece y que es razón suprema y eje diamantico del espíritu. Tal me parece a mí el hondo sentido de estos versos y de toda la obra de Joaquín.
No se crea, por supuesto, que si me detuve a hablar de este “Nocturno” es porque considere que en él ha logrado el poeta toda perfección: fáltale originalidad, fáltale seguridad en algunos de sus trozos, fáltale delicadeza en la juntura de las partes. Lo que yo alabo en él entusiasmo en su música interior y las perspectivas que nos descubren, su seriedad y el profundo pensamiento de lo que esclarece; y principalmente, que este abierto como una ventana sobre el alma del autor, y que no deje entrever lo que hay más allá de los limitados horizontes de la expresión verbal.
Es justo hacer notar ahora que este poeta, llevado indudablemente por la floridez de sus años, pone en su primer libro versos de amor de una trivialidad deplorable. Primera novia, Evocación, La sonrisa, A la que me olvido, Irma, Cuando encontré a la niña, Gracias, Despedida, Sus trenzas y otras varias, son páginas marchitas, hojas donde no alcanzo a llegar la sabia del árbol. Representan esa gran suma de esfuerzos poéticos que es preciso que se pierdan como es preciso que por cada grano que ha de prosperar en el surco se malogren tantos otros que estaban dotados de virtud gremial.
Si el autor de tantos versos baladíes no fuese un jovencito a quien esta permitido aun ejercitarse localmente, a mi me exaspería esto de un mundo particular, porque se trata de canciones amorosas, y creo que ningún poeta que tenga respeto a su inefable misterio debe tratar con ligereza el mas augusto de los temas. El amor, más antiguo que el mundo no admite ninguna expresión conmovedora sino a cambio que lo miremos transcendentalmente. Dejemos los rondeles, galantes, las fáciles coplas, los sonetos de un agudo y bajo erotismo, las vagas quejas de una pasión anémica y superficial- toda esa literatura que remplaza hogaño a los acrósticos de nuestros abuelos - para los palabristas que medran en los departamentos bajo la encina frondosa de la vanidad de las muchachas y de la imbecilidad de unos cuantos vendedores de zarazas. Que ellos modernicen… así se regocijan, como nos lo enseña el áspero Fernán Pérez de Guzmán.
La poca e pobre sustancia
Con verbosidad ornando…
No excluyo claro está, los juegos del ingenio, que sustentan su razón de ser en la gracia, porque la gracia existe en la Naturaleza de un modo desinteresado, independientemente de toda idea cejijunta: la cola del pavo real, la geometría de las medusas y el amarillo de los estambres de las azucenas, lo están propagando así. Pero recordemos que acertar con estos sutiles juegos resulta siempre difícil como conseguir que los conceptos transcendentales del amor no excluyan la intimidad afectiva (1); aparte de que todo primor es enemigo de los movimientos arrebatados, y no tiene arquetipo sino fuera de lo humano, a extramuros del reino de las almas, que es nuestro reino.
Creo, pues, que el poeta que aspira a ser “flecha del anhelo hacia la otra orilla” y no cazador de sonrisas en las tertulias de muchachas bonitas, debe abstenerse de escribir poemas eróticos, o al menos de publicarlos, en cuanto a los elimines con un destello de Metafísica: - ¡los caminos del amor son los caminos de Dios! -, no los neutra con la materia de un corazón que se derrite, o no los acabe con un insólito primor, de modo que el perfecto artificio supla la falta de sangre. – Recordemos aquí que los sonetos de la “Vida Nueva” brotaron en aquel tiempo en que el más humano de los poetas divino hubiera podido hacer suyo el versículo de David: Factum Est Cor Meum Tamcuan Cera Liques Cens…
Hay en el libro de Joaquín un soneto encantador, y es de este sitio aludir a él porque muestra esa honradez - esa plenitud sintética de alborozos y dolores – que yo quería dar a mi propia obra y que busco insistentemente en las obras ajenas, es “Mi Corazón”. Tiene una gran ingenuidad triste y dulce. Tiene como un diamante inmóvil, una faceta donde la luz se descompone en los siete colores prismáticos. Es lo que el atormentado Arévalo Martínez llamaría “una razón de ser”
Mi corazón, mi triaste corazón de poeta
Va por el mundo, lleno de celeste armonía,
Con la angustia incurable de una pena secreta
Y la vaga ternura de una dulce alegría.
De niño me hice hermano de la Melancolía,
Así dolor y llantos mi espíritu interpreta,
Y es la santa alegría de sentirme poeta.
Toda amargura, toda tristeza y todo llanto,
La angustia de la vida, sin un afecto y cuanto
de duro hay, lo recibo con alma noble y quieta,
Pues por todo ese cumulo de momentos adversos
Va formando un rosario del romántico verso
Mi corazón, mi pobre corazón de poeta!
La riqueza de los motivos poéticos que se enlazan aquí como las melodías en un conjunto sinfónico, sugiere un enjambre de ideas nobles y elevadas. Carly le ha dicho que este poder de inquietarnos es la más alta recomendación de un libro. Y de un poema, agregaría yo. Me seduce especialmente que Joaquín nos mostrara, como un alquimista desinteresado, los secretos de que se vale para destilar la esencia de belleza que hay en sus versos. Y me seduce, más aun, ver la seguridad con que contempla los horizontes de la vida, y la libertad con que se eleva por sobre los detalles de lo transitorio y circunstancias, y como esa contemplación de las cosas múltiples le lleva a realizar la obra una. Ya no le enredan las zarzas del tránsito porque aletea por sobre ellas, y, aleteando, se redime del daño que pudieron causarle. Crear es la gran emancipación del dolor, enseño un filosofo que ya no está hoy a la moda…
No importa que el autor no haya recogido, entre los materiales de este admirable soneto, sino aquellos que estaban en la superficie de la vida, ni menos aun que dejase algún verso sin afinar suficientemente. El lograra en lo sucesivo emociones más profundas y más acaba ejecución. Por ahora, limitémonos a admirar sin reservas el poder con que sintetiza su propio tumulto, y a estimularse para que se esfuerce siempre para llegar a estas serenas cumbres de la poesía. En el mundo del Arte, como en la Naturaleza, en las cosas grandes son siempre grandes síntesis o grandes concreciones: la luz, el mar, la montaña, el fuego, el diamante… Y Dios mismo no es sino la síntesis de la síntesis: ¿no es así Arévalo Martínez? El mismo ímpetu hacia alturas del sentimiento y de la expresión que he señalado en este soneto, se advierte con frecuencia en el libro, ora en versos aislados, ora en poemas de mayor o menor meritos. Importa no pasar inadvertidos tales manifestaciones porque ellas acreditan la alcurnia aristocrática de la Musa de Joaquín y nos muestran sus ojos tristemente vueltos hacia el lado de la Esfinge. En Muerta Ilusión destella como un rubí este grito de fatalidad, cuanto más conturbador cuanto es más grande su sencillez.
¡Oh novia pediste ser bien mía
Y sin embargo no lo fuiste nunca!
Misterio Eterno es una breve y desmayada composición del más puro genero transcendental, y me recuerda, no sé por qué, cierto canto en la niñez por José Asunción Silvia. En La luz de nuestro ensueño – que es quizá el poema perfecto del libro y uno de los más justos y hermosos de la literatura hondureña – sorprendamos en cada verso un pensamiento feliz y una verdadera trouvaille de expresión: el poeta interroga en el vacio acerca del enigma del tiempo y el dolor, y acaba incitándonos a un epicureísmo suavizado por la virtud de ensoñar. Poco después en Renunciación aparece con la túnica del estoico y afirman la eficacia del canto en versos que traen vago son de Efraín Milkael.
Y ahora, permitidme una pregunta que parece insinuarse hace rato en el acero brillante de mi máquina de escribir: ¿y la religiosidad? Todo poeta lirico es contemplativo, y todos los competitivos están alindes con la generosidad y aun con el misticismo. En Soto apenas podríamos constatar este fenómeno. Obsérvese, sin embargo, la frecuencia con que aparecen en sus versos la idea del amor humano unida a la idea de Dios, del Señor. Así en Vieja Plegaria, soneto sin merito alguno y que cito únicamente para ejemplificar; así en Aria de el Corazón, que debe ser de los primeros ejercicios métricos del poeta; así finalmente, en una Oración, de estrofas monorrimas donde no hay ni un pensamiento que detalle. ¿Qué alcance pueden tener estas pasajeras alusiones al Ser Supremo? Distan mucho de esclarecer las relaciones del poeta con la Divinidad, y tal vez no son sino un mero recurso literario, como en Juan Ramón; pero nos hacen cavilar si Soto no encontrará un día en la gran familia de los poetas más o menos místicos; o – para decirlo en el lenguaje del siglo XVI – si no estará en Potencia propincua de expresar la emoción religiosa que discurre en el ambiente de nuestro siglo. En todo caso, su frecuente interrogación al Misterio, su gran fervor por la vida, extrema sensibilidad un poco enfermiza, los Vuelcos imprevistos de su corazón, el estigma del inconforme que lleva sobre la frente juvenil, y aun ese eretismo casto y romántico de donde han nacido versos banales (pero que suelo trocarse en fuente de altísima inspiraciones), pueden llevarle un día en pos de la luz que alumbra mas allá de la materia coercible… No sé si en Honduras, donde la irreligiosidad ésta hoy en moda, pueda ser mirado esto como un peligro. Hermoso peligro sería el de tener en lengua española un Francis Thompson – por ejemplo – que nos diese poemas como ¡An anthen of Earth o como The Hound of Heaven!
Ha tocado por incidencia este punto de la religiosidad, acerca del cual de insistir en posteriores trabajos, porque él hace parte del transcendentalismo, y yo creo que nuestra literatura va a tonarse transcendente. Con el ímpetu poderoso de Rubén hemos ganado en elasticidad intelectual, en plasticidad de la forma, en riqueza de vocablos y de giros, en combinaciones métricas que yacían olvidadas. Después de dilatar nuestros horizontes en un sentido enteramente exterior, llegamos por fin al lirismo abstracto de que hablan Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña, y a la cabeza del cual han sido puestos en, América, mi nombre y el de Enrique González Martínez. Se trata, en último análisis, del simbolismo francés en su forma hispano-americana, según lo observo con su habitual perspicacia el mismo autor de “El nacimiento de Dionisos”. Pero la alta lirica moderna, cuyos representes cantan hoy en el idioma de Shelley, es mas arrebatada y pasional, mas religiosa y fulgurante, y abre más amplios ventanales por donde se escapa un clamor inaudito hacia las florestas del Misterio. Nos enseña a vivir la vida con más seriedad y más nobleza: ¡nos enseña a vivir profundamente!
Es curioso observar que esta evolución, aun no realizada en la poesía española, tiene su arquetipo en el genio de Rubén Darío. El recorrió las etapas que a una cierta fatalidad inherente al arte nos ha señalado. Arrancando de la imitación becqueriana y campoamoriana con Rimas y Abrojos, pasa a la maravilla de Azul, primer esfuerzo definitivo por transformar el instrumento verbal como un día lo hicieran Don Juan de Mena y Don Luis de Góngora. Logrado el portento aparece esa obra maravilla que llamo Prosas Profanas, es el arte del prodigio y el primor: la alondra canta en la alegría matinal por el simple goce del canto perfecto: sabe que la aurora dejo bruñido su plumaje, y cruza a ras del lago jugueteando con las aguas rizosas donde se copia como una flor extraña… Más he aquí el poeta, acongojado “por un vasto dolor y cuidados pequeños” florecen al fin en los “Cantos de vida y esperanza”; libro donde la antigua alegría deviene optimismo melancólico y donde el dolor transcendente de Rubén se hace visible por primera vez. Ahora ya está el supremo espíritu inclinado sobre el corazón de la vida; ahora capta el rumor de los mares eternos. Nacen entonces La Canción de los Pinos, el Poema del Otoño, Los Motivos del Lobo, donde lo acabado de la forma y lo hondo de los conceptos muestran la doble sabiduría del artista y del hombre y nos señalan normas augustas de expresión y de pensamiento. Desde las coplas de Jorge Manrique y la Epístola Moral de Fernández de Andrada, la poesía de la lengua española no tiene nada semejante.
Pues así como Rubén, en sus últimos años, cuando le abruman conjuntamente la tristeza y la gloria, había quitado sus ojos - ¡no su corazón! – del lado de Francia, así nuestra poesía de Hispano-América deberá volverlos del lado de Inglaterra. De España no, porque el único gran poeta de aquel país, Eduardo Marquina, cultiva un nacionalismo poco sináptico al temperamento lirico de por acá. Por lo demás (y esto lo digo incidentalmente) sea cual fuera el espíritu del arte poético que hayamos de cultivar, pienso que la forma será, en definitiva, La que sirve hoy al mentado lirismo abstracto. Urbina y un pequeño grupo de poetas, entre los cuales ocupa sitio de honor el insigne Guillen Zelaya, creen que una poética de tan apresurada sencillez que no excluya ni el prosaísmo verbal ni el prosaísmo de pensamiento, y donde las estrofas, iluminadas por un sol de intima sinceridad, reflejen cabalmente el espectáculo de la vida, ora sea profunda o banal. Se trata de hacer con el verso lo que Azorín está haciendo con la prosa: de apocarlo; de barre de él los lugares comunes de la elegancia, incluso los adjetivos y la forma de su engaste; de acabar con lo que aun huele a Divino Herrera… Yo sonrió escépticamente. Creo que nuestra lengua y nuestras razas son pomposas y enfáticas por naturaleza. Y creo que el lenguaje de la poesía es y será siempre convencional, aunque se eleven liricos de la talla de Alfonso Guillen Zelaya en el empeño de desconvencionalizarlo. A estos les salvara su gran talento.
Y dejando el tema de la religiosidad y estas amables digresiones que son como senderuelos que salen del camino real, volvamos ahora al libro de Joaquín Soto. He señalado ya varios de sus cantos más bellos, pero hay muchos otros que merecen elogio. Yo cantaría el soneto que se nombra Evocándola los alígeros Salmos de la luna, en estancias monorrimas de tres octosílabos, de una gracia delicada que se evocar a Gautier y a Banville; la Canción Errante, que está llena de una energía sencilla y de sugestiones descriptivas del mejor gusto; el soneto En Noviembre que ofrece menos interés; y finalmente, El adiós a mi pueblo, melodía que trae olor a niñez pesada en la libertad de los campos. El cristal de un arroyo no es más transparente: el corazón de una manzana no es más casto.
No creo necesario, por tratarse de un joven en cuya frente no acaban de marchitarse las rodas de la adolescencia, señalar el influjo que otros autores contemporáneos han ejercido en el poeta El resplandor de la Aurora. Baste con dejar constancia del hecho: Soto, como casi todos los grandes apolonidas cuando sienten zumbar en su alma las primeras abejas de oro, empieza ejercitándose de vez en cuando en igualar algunos modelos de su predilección. A veces no descubrimos en sus versos sino una reminiscencia en extremo vaga, más no imperceptible para quienes han adquirido aquella sutileza queda el frecuente trato de los libros. Hay tal poema – La triste y tal soneto La Medalla Intima que evocan el romanticismo Langoureuse de un Amado Nervo; hay tal Día de lluvia soneto de singular perfección y hermosura, que recuerda lejanamente el espíritu inefable de Juan Ramón Jiménez…
Pero hay, sobre todo, tres Epístolas en donde el autor, puesta a un lado la propia inventiva, hace gala de su poder de asimilación de sus fantasías y de su sensibilidad.
La que ha dedicado a su amiga Zoila se parece tanto a la que Darío dedico a Madana Lugones, como un clavel blanco a otro clavel blanco. El mismo tono familiar y respetuoso a la vez, el mismo abandono en la confidencia, el mimo contraste de las pequeñas alegrías pasajeras y del gran dolor perenne, el mismo sentimiento del paisaje. Hasta la intercalación de hemistiquios agudos en la gravedad del alejandrino, procede de Rubén. Así y todo, el poema es uno de los que revelan en Joaquín mayor potestad para darnos la interpretación de los movimientos interiores.
Mucho habría que decir con respecto a cuestiones métricas. Ya indique´, al principio de estas notas, que el autor trabaja en un gran número de combinaciones. Las que refieren son el alejandrino y el enecasílabo, pero hay también eneasílabos de corte yámbico, únicos que se usan hay en español, a pesar de que existen, y son clásicos, los de acento en la 2ª, la 5ª y la 8ª. Hay, así mismo, un romance y otros versos de arte menor, pero es preciso observar que a este respecto no es muy extenso el registro de Joaquín: la lectura atenta de los Cancioneros le enseñará los riquísimos filones que están abandonados desde el tiempo de los próceres. Tampoco aparecen en el libro los hexámetros que José Eusebio Caro resucitó antes que Rubén, ni los parámetros en que Guillermo ha escrito su incomparable oda a la ciudad nativa, ni los endecasílabos dactílicos en que el gran nicaragüense compuso el prólogo lírico para el libro de Rueda, y que tan pocos autores se atreven a usar. Diríase que el español rechaza esta bellísima combinación, aunque puede alegrarse, en contrario, el generoso empeño de Eduardo Marquina. En italiano continúa usándose el dactílico igual que en La Divina Comedia. Permítaseme observar aquí, entre paréntesis, que no se ha escrito nada en nuestra lengua relativo a este asunto, tan acabado como la monografía del muy docto e ilustre Pedro Enríquez Ureña.
… Cierro ya el libro de la Aurora, y quédome un poco tembloroso, como quien acaba de conjuntar las rosas matinales de un jardín sub-celeste, acaso más de una vez no haya comprendido bien su pensamiento, y más de otra no pudiera expresar con fidelidad mis propias visiones. La crítica, no es ejercicio acorde con mi aptitud: demasiado lírico, demasiado personal, demasiado arbitrario, anhelo despertar la emoción con mis versos, antes que se interprete de ideologías ni audaz explorador que señale rutas incógnitas. Viajo egoístamente a través de los libros, buscando un concepto armonioso de la vida profunda, una nueva expresión del ritmo universal. Y como tos los que cortejan la aventura, suelo volver cargado de tesoros incoercibles que robustecen mi personalidad e intensifican mi existir, pero que no tienen eficacia fuera de mí mismo. Y ahora acabo de allegar uno de esos tesoros, y querría deciros mi júbilo con una sencilla imagen.
Pensad que salís de un museo colosal, donde por arte de algún yanqui multimillonario, están representados, ya por las esculturas originales, ya por las acabadas reproducciones, los momentos supremos del mármol. Allí las rígidas Gorgonas donde la piedra sonríe por primera vez: ahí Venus donde lo eterno femenino adquiere virtud estática; allí Hércules y Discóbolos: allí el Laocooente que parece gritando en trágica mudez… La visión se desvanecerá cuando hayáis traspuesto los umbrales de la galería:; el tiempo extenderá gasas borrosas sobre el recuerdo de estas horas de contemplación. ¿Y nada más? No: algo inefable y supremo habéis llevado con vosotros, como algo supremo e inefable llevo yo al cerrar estas páginas: algo que no es dado ponderar, porque, a modo de un roció tardía florescencia del amor. ¿Quién sabe la potestad del rayo de luz que se extingue, de la canción que se lleva al aire, de la piedad que no brota a flor de labio, del pensamiento que no tuvo la góndola de una palabra en que cruzar las aguas de la vida?
Aquí reside ¡oh Joaquín Soto! La virtud inmanente de la poesía, y aquí está el secreto de la victoria que el pensamiento hecho palabra musical logra cada día sobre los filisteos. Ellos se encogerán de hombros ante nuestras canciones, y, sin embargo, nosotros somos los intérpretes de un Universo que canta perennemente. Ellos menospreciaran la Belleza que nosotros venimos a mostrarle, y sin embargo, la Belleza se nutren: si los poetas no hubiésemos revelado la significación de una mujer que ama, de un niño que alza los brazos, de un joven que juega, de un celaje que deslumbra, de un monte que permanece, de un pájaro que va, de un mar que abre y oculta a un tiempo mismo los caminos del Ministerios, de la alegría que hay en la mocedad y del dolor que hay en la senectud, los filisteos morirán de angustia y de tedio entre sus monedas relucientes y sus letras de cambio…
Cantemos, pues, el resplandor de la aurora, en la plenitud del medio día, al caer del crepúsculo: ¡cantemos aun al borde de la noche eterna! Teniendo siempre hacia las altas cimas de la idealidad, comprendiendo cada vez más lo incomprensible de este Universo en que hemos sido colocados, cantemos con una sinceridad que arda y resplandezca. Elevemos nuestras almas, y así será elevado el verso que es su expresión. El verso es caso santo, decía Silvia. Dejémoslo, pues: bruñido y perfecto para que sea digno del jugo que dan las vides del espíritu.
Hay una novela de Juan Margallal que yo he citado varias veces porque la encuentro tan admirable como todo lo que pensó aquel hombre portentoso: La hazaña. Un joven arquitecto que ha visto una mujer, como Aligheria Beatriz, se enamora de ella en el momento mismo en que el destino se la entrega y se la arrebata para siempre. Búscala a través del mundo y no la haya. Pero la sombra fugitiva llena aquel corazón apasionado, y preside, en el curso de la vida, todas sus acciones.
De tal suerte, cuando el arquitecto construye un palacio evoca la imagen de la mujer lejana; así, las columnas que eleva son fuertes y graciosas, como si el objeto de su amor fuese a apoyarse en ellas; y los arcos que traza tienen toda la amplitud y la serenidad de que son susceptibles, porque tal vez un día pueden dar paso a la Amada…
Que nuestros pensamientos sean como aquella Amada del arquitecto, grandes por su hermosura y su pureza, vagos en su misma realidad, llenos de la inmanencia que lo divino da a lo humano. Y que nuestros versos sean como aquellos palacios, dignos del alma que ha de habitarlos. ¡Un alma que proviene de Dios, que está en Dios y que vive profundamente!
*Prólogo que escribió Porfirio Barba Jacob, poeta colombiano que vivió en Honduras varios años.
Joaquín Soto nació en Comayagua en 1897 y murió en la temprana edad de 29 años, en Guatemala, en 1926.
Porfirio Barba Jacob
Al margen del libro de Joaquín Soto
No es todavía la mañana, sino la claridad que la anuncia en las cumbres por el lado de Oriente y que mueve los pájaros a cantar y las rosas a abrirse. Imaginad ahora que entre la pugna de la noche y el alba viene al valle en adolescente, casi un niño. Parece regir sus pasos el movimiento de la luz en avance, porque hay en ellos esa cadencia natural de los seres melódicos; sus manos ofrecen un haz de lirios silvestres, y su corazón rebosa como un ánfora colmada de miel en la abundancia de los campos… en cuanto al rostro-donde las vicisitudes de la pena y el goce se revelan como la sobrehaz de un algo las burbujas que suben de lo hondo-permanece por las ondulaciones de alcores y colinas.
Tal es la doble imagen que espontáneamente ocurre al abrir el libro de Joaquín Soto. El Resplandor de la Aurora proviene de un alma que no ha traspasado aun el umbral de los veinte años, y está compuesto de manojos de versos que datan de mucho antes, quizás de cuando el autor no gozaba todavía el privilegio de morder jugosas manzanas en los jardines de Venus.
Esta frescura de alba, esta cercanía de niñez, pregonan los merecimientos del poeta, y explican la falta de transcendencia y seguridad que se advierte en una gran parte de la obra. Recordemos, ante todo, que cuando se lleva todavía en el pecho el bullicio de la muchachez, la falta de estricta sujeción a los cánones supremos no empecé a la legitimidad del talento. Hegel ha enseñado, desde la eminencia de su sabiduría, que el genio fermenta y bulle en la juventud, como se ven en el caso de Schiller y de Goethe, pero que solo a la edad madura y a la vejez corresponde producir la obra de arte en su verdadera madurez y profesión. Y así fuese necesario tomar un ejemplo en los anales de América, podríamos citar al más ilustre, a Rubén, cuyos Canos de Vida y Esperanza fueron compuestos después de los treinta años, y cuya más admirable poesía, Los motivos del lobo, es la postrera manifestación vigorosa de su actividad.
No podíamos, pues, el efebo que ahora viene del Oriente, aquellos frutos de talento humano donde la miel es amargura transmutada por arte divino; no queramos que este escultor, recién esculpido él mismo en los talleres celestes, ponga en sus mármoles toda la serenidad que es posible en la tragedia; y menos aún que el noble tañedor de flautas sepa manejar, en la terneza de sus años, los secretos con que se alza la importante arquitectura de una sinfonía ¡Fuera injusticia irreparable! Contestemos con inquirir si está en él la fuerza ingénita del poeta: si sus títulos fueron rubricados por la mano de Dios mismo: si ganó ya el primer laurel con que tendrá acceso en la legión apolínea.
Joaquín Soto ha ensayado con buen éxito un gran número de metros; sabe las combinaciones de la rima, desde las más elementales hasta las que piden mayor amplitud al conocimiento del léxico; refleja en las estrofas movimientos de su alma,-y el goce de la desesperación, la serena confianza y la alegría loca, el amor fugaz y el eterno dolor, se transparentan en su obra con una fidelidad que a veces nos conmueve; y, por sobre todo esto, hay demostrado que gusta de recorrer los laberintos y que podrá un día subir a la cumbre desde la cual “se ven espejear las aguas eternas”. Y esta última condición: la de poder mostrarnos el aspecto transcendental de la vida, es la condición primaria y absolutamente necesaria de todo gran poeta.
Miremos ahora el rostro de este viajero lirico, el rostro que se ilumina y oscurece a intervalos. El primer movimiento que nos descubre todo la fuerza de una afirmación. De pie frente a lo incognito de los tiempos, frente a las cosas risueñas y a los cambios adversos del mundo, el poeta pregona su esperanza inmarcesible, confiesa la virtud del verso y sonríe a los rosales que han de florecer. Hay, en el soneto inicial del libro, que es el que expresa todo esto en formas justas y elegantes, un optimismo espontaneo, no razonado, no equivoco, y que por ello resume de un modo exacto el eterno grito de la juventud: “¡el porvenir es mío!”
Importa fijar de modo definitivo tal idea, porque ella constituye la tesis, acorde con la naturaleza juvenil del autor. Exclamaciones de alegría ingenua se le escapan a cada momento en versos como estos:
Un encanto ruiseñor divino
Canta en mí su canción de primavera…
O bien brotan del fondo de su sabiduría refleja, como en el canto en que nos hace una invitación al ensueño:
Lo más bello es lo más distante…
¡Y el mundo le cede a la vida
Por cada esperanza perdida
Una ilusión nueva y triunfante!
Pero… ¿qué es esto? El recién llegado conoce ya una senda por entre las zarzas, y advertimos en su obra una insinuación de crepúsculo que apaga el rojo de los claveles y el amarillo de los trigos. Cierto que la esperanza no se extingue; sólo que ahora es, antes que un vino embriagador, un óleo que sirve para suavizar las ásperas realidades del mal ineluctable. Hay en el volumen un Canto de Optimismo – poco feliz desde el punto de vista del pensamiento y de la ejecución, aunque revelador de un ánimo valiente y de una heroica voluntad de supervivencia – donde a cada verso tropezamos con un recuerdo desolado. Los rosales florecen en un campo de muerte, pero florecen todavía.
Mas el poeta se abandona libremente a todos los movimientos de su alma, y a la tesis que acabamos de reconocer suceden versos de un claro sentido antitético:
Esta impaciencia trágica que encendió mi ternura…
Este odio por la vida, esta horrible amargura
De no hallar en el mundo ninguna cosa pura…
Gritos semejantes van mostrarnos que fue fallida la esperanza, y que las frescas flores agonizan bajo la nieve.
Mis jardines silvestres ya no tienen colores,
y ya sólo cenizas queda en mis rosales…
Que en sonreír de simpatía mueva nuestros labios ante esta contradicción espiritual, mientras vamos a ver como el poeta sabe elevarse, por sobre los vuelcos de su ánimo, para hallar una síntesis en la que los dos términos de la antimonia se resuelvan y armonizan. Pero notemos, ante de ello, que quien canta es un recién venido, y que el impulso que le manda vivir y obrar melódicamente, no puede sustentarse aún en la profunda experiencia, que es la que da sus más dulces azúcares a la poesía.
Y no hablemos de insinceridad. Al artista no hay que exigirle aquella inseguridad constante e inmutable que es costumbre exigir a una muchacha enamorada: tanto valdría como condenarle a no morir sino a una faceta del prisma. Dejemos que su alma refleje desinteresamente todas las formas que pesan, y pídameles que nos devuelva luego su visión interna y su propio tumulto, a la manera que el espejo, el símil de Stendhal, refleja lo mismo el lodo de la calle que el azul de los cielos.
Tanto mejor si, a fuerza de reflejar todo lo que hay en los países morales, el alma del poeta, honda y clarifica como un cristal, copia un día, entre vastas perspectivas de cielos y montes, la palpitación de las cosas intimas quien forman la trama del mundo…Tanto mejor si en este titubeo de aliento y agonía endereza su proa con rumbo a una verdad fundamental, de aquellas que son como para el eje diamantino del alma. Y a mí me parece que Soto tiene aptitud para lograrlo; más aun: que lo ha logrado ya en el bello “Nocturno” que engalana una de las páginas de su libro. La composición está calcada sobre un modelo del gran amigo de los cisnes: tiene el mismo nombre que la de Rubén, el mismo tono, idénticas claudicaciones del ritmo; sólo que deja adivinar un personal dolo, y descubre horizontes donde pueden seguir nuestros ojos el juego de la sombra y la luz.
El poema se abre con una melodía de exquisita suavidad:
En el silencio de la noche
Alza mi corazón un vago canto…
Después, insinuase la tristeza, una viva tristeza de efebo enamorado. Hay un suspiro… hay un rumor de hojas bajo el viento… hay un sollozo. Y hay, finalmente, un clamor trágico que nos revela por primera vez al pesimista transcendental:
¿La vida? ¿El porvenir? ¿La muerte? ¿El llanto?
¿Quién hallara el enigma pavoroso
Del más allá de lo que no miramos
Con nuestros pobres ojos pensativos?
Más he aquí que la naturaleza – Consolatrix aflictorum-parece presagiar con la tenue fragancia del jardín el advenimiento de la novia. Hay un grito en el corazón del poeta, y
Su alma se desprende y va al encuentro
Del alma que ha esperado y que palpita
En el alma de luz de las estrellas
El poema concluye con la serenidad de agua profunda que se ilumina en medio de la noche, y que nos hace pensar si sisón es todavía un murmullo doliente, o si es claridad lunar que se ha transmutado en mediodía…
Ved, pues, como esta breve oda resuelve, a manera de amplia síntesis, la antinomia que habíamos planteado hace poco. En ella ha puesto el poeta el contraste de sus opuestos elementos de inspiración: por una parte el jardín, los aromas, el viento, la ciudad, la vida, que son las cosas que sirven de sustentáculo a todo optimismo; y por otra la incógnita que nunca despejaremos, y que es la base de todo dolor transcendente; y mas allá, en el vértice de ese ángulo cuyas líneas buscaban la eternidad, el Amor que todo lo esclarece y que es razón suprema y eje diamantico del espíritu. Tal me parece a mí el hondo sentido de estos versos y de toda la obra de Joaquín.
No se crea, por supuesto, que si me detuve a hablar de este “Nocturno” es porque considere que en él ha logrado el poeta toda perfección: fáltale originalidad, fáltale seguridad en algunos de sus trozos, fáltale delicadeza en la juntura de las partes. Lo que yo alabo en él entusiasmo en su música interior y las perspectivas que nos descubren, su seriedad y el profundo pensamiento de lo que esclarece; y principalmente, que este abierto como una ventana sobre el alma del autor, y que no deje entrever lo que hay más allá de los limitados horizontes de la expresión verbal.
Es justo hacer notar ahora que este poeta, llevado indudablemente por la floridez de sus años, pone en su primer libro versos de amor de una trivialidad deplorable. Primera novia, Evocación, La sonrisa, A la que me olvido, Irma, Cuando encontré a la niña, Gracias, Despedida, Sus trenzas y otras varias, son páginas marchitas, hojas donde no alcanzo a llegar la sabia del árbol. Representan esa gran suma de esfuerzos poéticos que es preciso que se pierdan como es preciso que por cada grano que ha de prosperar en el surco se malogren tantos otros que estaban dotados de virtud gremial.
Si el autor de tantos versos baladíes no fuese un jovencito a quien esta permitido aun ejercitarse localmente, a mi me exaspería esto de un mundo particular, porque se trata de canciones amorosas, y creo que ningún poeta que tenga respeto a su inefable misterio debe tratar con ligereza el mas augusto de los temas. El amor, más antiguo que el mundo no admite ninguna expresión conmovedora sino a cambio que lo miremos transcendentalmente. Dejemos los rondeles, galantes, las fáciles coplas, los sonetos de un agudo y bajo erotismo, las vagas quejas de una pasión anémica y superficial- toda esa literatura que remplaza hogaño a los acrósticos de nuestros abuelos - para los palabristas que medran en los departamentos bajo la encina frondosa de la vanidad de las muchachas y de la imbecilidad de unos cuantos vendedores de zarazas. Que ellos modernicen… así se regocijan, como nos lo enseña el áspero Fernán Pérez de Guzmán.
La poca e pobre sustancia
Con verbosidad ornando…
No excluyo claro está, los juegos del ingenio, que sustentan su razón de ser en la gracia, porque la gracia existe en la Naturaleza de un modo desinteresado, independientemente de toda idea cejijunta: la cola del pavo real, la geometría de las medusas y el amarillo de los estambres de las azucenas, lo están propagando así. Pero recordemos que acertar con estos sutiles juegos resulta siempre difícil como conseguir que los conceptos transcendentales del amor no excluyan la intimidad afectiva (1); aparte de que todo primor es enemigo de los movimientos arrebatados, y no tiene arquetipo sino fuera de lo humano, a extramuros del reino de las almas, que es nuestro reino.
Creo, pues, que el poeta que aspira a ser “flecha del anhelo hacia la otra orilla” y no cazador de sonrisas en las tertulias de muchachas bonitas, debe abstenerse de escribir poemas eróticos, o al menos de publicarlos, en cuanto a los elimines con un destello de Metafísica: - ¡los caminos del amor son los caminos de Dios! -, no los neutra con la materia de un corazón que se derrite, o no los acabe con un insólito primor, de modo que el perfecto artificio supla la falta de sangre. – Recordemos aquí que los sonetos de la “Vida Nueva” brotaron en aquel tiempo en que el más humano de los poetas divino hubiera podido hacer suyo el versículo de David: Factum Est Cor Meum Tamcuan Cera Liques Cens…
Hay en el libro de Joaquín un soneto encantador, y es de este sitio aludir a él porque muestra esa honradez - esa plenitud sintética de alborozos y dolores – que yo quería dar a mi propia obra y que busco insistentemente en las obras ajenas, es “Mi Corazón”. Tiene una gran ingenuidad triste y dulce. Tiene como un diamante inmóvil, una faceta donde la luz se descompone en los siete colores prismáticos. Es lo que el atormentado Arévalo Martínez llamaría “una razón de ser”
Mi corazón, mi triaste corazón de poeta
Va por el mundo, lleno de celeste armonía,
Con la angustia incurable de una pena secreta
Y la vaga ternura de una dulce alegría.
De niño me hice hermano de la Melancolía,
Así dolor y llantos mi espíritu interpreta,
Y es la santa alegría de sentirme poeta.
Toda amargura, toda tristeza y todo llanto,
La angustia de la vida, sin un afecto y cuanto
de duro hay, lo recibo con alma noble y quieta,
Pues por todo ese cumulo de momentos adversos
Va formando un rosario del romántico verso
Mi corazón, mi pobre corazón de poeta!
La riqueza de los motivos poéticos que se enlazan aquí como las melodías en un conjunto sinfónico, sugiere un enjambre de ideas nobles y elevadas. Carly le ha dicho que este poder de inquietarnos es la más alta recomendación de un libro. Y de un poema, agregaría yo. Me seduce especialmente que Joaquín nos mostrara, como un alquimista desinteresado, los secretos de que se vale para destilar la esencia de belleza que hay en sus versos. Y me seduce, más aun, ver la seguridad con que contempla los horizontes de la vida, y la libertad con que se eleva por sobre los detalles de lo transitorio y circunstancias, y como esa contemplación de las cosas múltiples le lleva a realizar la obra una. Ya no le enredan las zarzas del tránsito porque aletea por sobre ellas, y, aleteando, se redime del daño que pudieron causarle. Crear es la gran emancipación del dolor, enseño un filosofo que ya no está hoy a la moda…
No importa que el autor no haya recogido, entre los materiales de este admirable soneto, sino aquellos que estaban en la superficie de la vida, ni menos aun que dejase algún verso sin afinar suficientemente. El lograra en lo sucesivo emociones más profundas y más acaba ejecución. Por ahora, limitémonos a admirar sin reservas el poder con que sintetiza su propio tumulto, y a estimularse para que se esfuerce siempre para llegar a estas serenas cumbres de la poesía. En el mundo del Arte, como en la Naturaleza, en las cosas grandes son siempre grandes síntesis o grandes concreciones: la luz, el mar, la montaña, el fuego, el diamante… Y Dios mismo no es sino la síntesis de la síntesis: ¿no es así Arévalo Martínez? El mismo ímpetu hacia alturas del sentimiento y de la expresión que he señalado en este soneto, se advierte con frecuencia en el libro, ora en versos aislados, ora en poemas de mayor o menor meritos. Importa no pasar inadvertidos tales manifestaciones porque ellas acreditan la alcurnia aristocrática de la Musa de Joaquín y nos muestran sus ojos tristemente vueltos hacia el lado de la Esfinge. En Muerta Ilusión destella como un rubí este grito de fatalidad, cuanto más conturbador cuanto es más grande su sencillez.
¡Oh novia pediste ser bien mía
Y sin embargo no lo fuiste nunca!
Misterio Eterno es una breve y desmayada composición del más puro genero transcendental, y me recuerda, no sé por qué, cierto canto en la niñez por José Asunción Silvia. En La luz de nuestro ensueño – que es quizá el poema perfecto del libro y uno de los más justos y hermosos de la literatura hondureña – sorprendamos en cada verso un pensamiento feliz y una verdadera trouvaille de expresión: el poeta interroga en el vacio acerca del enigma del tiempo y el dolor, y acaba incitándonos a un epicureísmo suavizado por la virtud de ensoñar. Poco después en Renunciación aparece con la túnica del estoico y afirman la eficacia del canto en versos que traen vago son de Efraín Milkael.
Y ahora, permitidme una pregunta que parece insinuarse hace rato en el acero brillante de mi máquina de escribir: ¿y la religiosidad? Todo poeta lirico es contemplativo, y todos los competitivos están alindes con la generosidad y aun con el misticismo. En Soto apenas podríamos constatar este fenómeno. Obsérvese, sin embargo, la frecuencia con que aparecen en sus versos la idea del amor humano unida a la idea de Dios, del Señor. Así en Vieja Plegaria, soneto sin merito alguno y que cito únicamente para ejemplificar; así en Aria de el Corazón, que debe ser de los primeros ejercicios métricos del poeta; así finalmente, en una Oración, de estrofas monorrimas donde no hay ni un pensamiento que detalle. ¿Qué alcance pueden tener estas pasajeras alusiones al Ser Supremo? Distan mucho de esclarecer las relaciones del poeta con la Divinidad, y tal vez no son sino un mero recurso literario, como en Juan Ramón; pero nos hacen cavilar si Soto no encontrará un día en la gran familia de los poetas más o menos místicos; o – para decirlo en el lenguaje del siglo XVI – si no estará en Potencia propincua de expresar la emoción religiosa que discurre en el ambiente de nuestro siglo. En todo caso, su frecuente interrogación al Misterio, su gran fervor por la vida, extrema sensibilidad un poco enfermiza, los Vuelcos imprevistos de su corazón, el estigma del inconforme que lleva sobre la frente juvenil, y aun ese eretismo casto y romántico de donde han nacido versos banales (pero que suelo trocarse en fuente de altísima inspiraciones), pueden llevarle un día en pos de la luz que alumbra mas allá de la materia coercible… No sé si en Honduras, donde la irreligiosidad ésta hoy en moda, pueda ser mirado esto como un peligro. Hermoso peligro sería el de tener en lengua española un Francis Thompson – por ejemplo – que nos diese poemas como ¡An anthen of Earth o como The Hound of Heaven!
Ha tocado por incidencia este punto de la religiosidad, acerca del cual de insistir en posteriores trabajos, porque él hace parte del transcendentalismo, y yo creo que nuestra literatura va a tonarse transcendente. Con el ímpetu poderoso de Rubén hemos ganado en elasticidad intelectual, en plasticidad de la forma, en riqueza de vocablos y de giros, en combinaciones métricas que yacían olvidadas. Después de dilatar nuestros horizontes en un sentido enteramente exterior, llegamos por fin al lirismo abstracto de que hablan Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña, y a la cabeza del cual han sido puestos en, América, mi nombre y el de Enrique González Martínez. Se trata, en último análisis, del simbolismo francés en su forma hispano-americana, según lo observo con su habitual perspicacia el mismo autor de “El nacimiento de Dionisos”. Pero la alta lirica moderna, cuyos representes cantan hoy en el idioma de Shelley, es mas arrebatada y pasional, mas religiosa y fulgurante, y abre más amplios ventanales por donde se escapa un clamor inaudito hacia las florestas del Misterio. Nos enseña a vivir la vida con más seriedad y más nobleza: ¡nos enseña a vivir profundamente!
Es curioso observar que esta evolución, aun no realizada en la poesía española, tiene su arquetipo en el genio de Rubén Darío. El recorrió las etapas que a una cierta fatalidad inherente al arte nos ha señalado. Arrancando de la imitación becqueriana y campoamoriana con Rimas y Abrojos, pasa a la maravilla de Azul, primer esfuerzo definitivo por transformar el instrumento verbal como un día lo hicieran Don Juan de Mena y Don Luis de Góngora. Logrado el portento aparece esa obra maravilla que llamo Prosas Profanas, es el arte del prodigio y el primor: la alondra canta en la alegría matinal por el simple goce del canto perfecto: sabe que la aurora dejo bruñido su plumaje, y cruza a ras del lago jugueteando con las aguas rizosas donde se copia como una flor extraña… Más he aquí el poeta, acongojado “por un vasto dolor y cuidados pequeños” florecen al fin en los “Cantos de vida y esperanza”; libro donde la antigua alegría deviene optimismo melancólico y donde el dolor transcendente de Rubén se hace visible por primera vez. Ahora ya está el supremo espíritu inclinado sobre el corazón de la vida; ahora capta el rumor de los mares eternos. Nacen entonces La Canción de los Pinos, el Poema del Otoño, Los Motivos del Lobo, donde lo acabado de la forma y lo hondo de los conceptos muestran la doble sabiduría del artista y del hombre y nos señalan normas augustas de expresión y de pensamiento. Desde las coplas de Jorge Manrique y la Epístola Moral de Fernández de Andrada, la poesía de la lengua española no tiene nada semejante.
Pues así como Rubén, en sus últimos años, cuando le abruman conjuntamente la tristeza y la gloria, había quitado sus ojos - ¡no su corazón! – del lado de Francia, así nuestra poesía de Hispano-América deberá volverlos del lado de Inglaterra. De España no, porque el único gran poeta de aquel país, Eduardo Marquina, cultiva un nacionalismo poco sináptico al temperamento lirico de por acá. Por lo demás (y esto lo digo incidentalmente) sea cual fuera el espíritu del arte poético que hayamos de cultivar, pienso que la forma será, en definitiva, La que sirve hoy al mentado lirismo abstracto. Urbina y un pequeño grupo de poetas, entre los cuales ocupa sitio de honor el insigne Guillen Zelaya, creen que una poética de tan apresurada sencillez que no excluya ni el prosaísmo verbal ni el prosaísmo de pensamiento, y donde las estrofas, iluminadas por un sol de intima sinceridad, reflejen cabalmente el espectáculo de la vida, ora sea profunda o banal. Se trata de hacer con el verso lo que Azorín está haciendo con la prosa: de apocarlo; de barre de él los lugares comunes de la elegancia, incluso los adjetivos y la forma de su engaste; de acabar con lo que aun huele a Divino Herrera… Yo sonrió escépticamente. Creo que nuestra lengua y nuestras razas son pomposas y enfáticas por naturaleza. Y creo que el lenguaje de la poesía es y será siempre convencional, aunque se eleven liricos de la talla de Alfonso Guillen Zelaya en el empeño de desconvencionalizarlo. A estos les salvara su gran talento.
Y dejando el tema de la religiosidad y estas amables digresiones que son como senderuelos que salen del camino real, volvamos ahora al libro de Joaquín Soto. He señalado ya varios de sus cantos más bellos, pero hay muchos otros que merecen elogio. Yo cantaría el soneto que se nombra Evocándola los alígeros Salmos de la luna, en estancias monorrimas de tres octosílabos, de una gracia delicada que se evocar a Gautier y a Banville; la Canción Errante, que está llena de una energía sencilla y de sugestiones descriptivas del mejor gusto; el soneto En Noviembre que ofrece menos interés; y finalmente, El adiós a mi pueblo, melodía que trae olor a niñez pesada en la libertad de los campos. El cristal de un arroyo no es más transparente: el corazón de una manzana no es más casto.
No creo necesario, por tratarse de un joven en cuya frente no acaban de marchitarse las rodas de la adolescencia, señalar el influjo que otros autores contemporáneos han ejercido en el poeta El resplandor de la Aurora. Baste con dejar constancia del hecho: Soto, como casi todos los grandes apolonidas cuando sienten zumbar en su alma las primeras abejas de oro, empieza ejercitándose de vez en cuando en igualar algunos modelos de su predilección. A veces no descubrimos en sus versos sino una reminiscencia en extremo vaga, más no imperceptible para quienes han adquirido aquella sutileza queda el frecuente trato de los libros. Hay tal poema – La triste y tal soneto La Medalla Intima que evocan el romanticismo Langoureuse de un Amado Nervo; hay tal Día de lluvia soneto de singular perfección y hermosura, que recuerda lejanamente el espíritu inefable de Juan Ramón Jiménez…
Pero hay, sobre todo, tres Epístolas en donde el autor, puesta a un lado la propia inventiva, hace gala de su poder de asimilación de sus fantasías y de su sensibilidad.
La que ha dedicado a su amiga Zoila se parece tanto a la que Darío dedico a Madana Lugones, como un clavel blanco a otro clavel blanco. El mismo tono familiar y respetuoso a la vez, el mismo abandono en la confidencia, el mimo contraste de las pequeñas alegrías pasajeras y del gran dolor perenne, el mismo sentimiento del paisaje. Hasta la intercalación de hemistiquios agudos en la gravedad del alejandrino, procede de Rubén. Así y todo, el poema es uno de los que revelan en Joaquín mayor potestad para darnos la interpretación de los movimientos interiores.
Mucho habría que decir con respecto a cuestiones métricas. Ya indique´, al principio de estas notas, que el autor trabaja en un gran número de combinaciones. Las que refieren son el alejandrino y el enecasílabo, pero hay también eneasílabos de corte yámbico, únicos que se usan hay en español, a pesar de que existen, y son clásicos, los de acento en la 2ª, la 5ª y la 8ª. Hay, así mismo, un romance y otros versos de arte menor, pero es preciso observar que a este respecto no es muy extenso el registro de Joaquín: la lectura atenta de los Cancioneros le enseñará los riquísimos filones que están abandonados desde el tiempo de los próceres. Tampoco aparecen en el libro los hexámetros que José Eusebio Caro resucitó antes que Rubén, ni los parámetros en que Guillermo ha escrito su incomparable oda a la ciudad nativa, ni los endecasílabos dactílicos en que el gran nicaragüense compuso el prólogo lírico para el libro de Rueda, y que tan pocos autores se atreven a usar. Diríase que el español rechaza esta bellísima combinación, aunque puede alegrarse, en contrario, el generoso empeño de Eduardo Marquina. En italiano continúa usándose el dactílico igual que en La Divina Comedia. Permítaseme observar aquí, entre paréntesis, que no se ha escrito nada en nuestra lengua relativo a este asunto, tan acabado como la monografía del muy docto e ilustre Pedro Enríquez Ureña.
… Cierro ya el libro de la Aurora, y quédome un poco tembloroso, como quien acaba de conjuntar las rosas matinales de un jardín sub-celeste, acaso más de una vez no haya comprendido bien su pensamiento, y más de otra no pudiera expresar con fidelidad mis propias visiones. La crítica, no es ejercicio acorde con mi aptitud: demasiado lírico, demasiado personal, demasiado arbitrario, anhelo despertar la emoción con mis versos, antes que se interprete de ideologías ni audaz explorador que señale rutas incógnitas. Viajo egoístamente a través de los libros, buscando un concepto armonioso de la vida profunda, una nueva expresión del ritmo universal. Y como tos los que cortejan la aventura, suelo volver cargado de tesoros incoercibles que robustecen mi personalidad e intensifican mi existir, pero que no tienen eficacia fuera de mí mismo. Y ahora acabo de allegar uno de esos tesoros, y querría deciros mi júbilo con una sencilla imagen.
Pensad que salís de un museo colosal, donde por arte de algún yanqui multimillonario, están representados, ya por las esculturas originales, ya por las acabadas reproducciones, los momentos supremos del mármol. Allí las rígidas Gorgonas donde la piedra sonríe por primera vez: ahí Venus donde lo eterno femenino adquiere virtud estática; allí Hércules y Discóbolos: allí el Laocooente que parece gritando en trágica mudez… La visión se desvanecerá cuando hayáis traspuesto los umbrales de la galería:; el tiempo extenderá gasas borrosas sobre el recuerdo de estas horas de contemplación. ¿Y nada más? No: algo inefable y supremo habéis llevado con vosotros, como algo supremo e inefable llevo yo al cerrar estas páginas: algo que no es dado ponderar, porque, a modo de un roció tardía florescencia del amor. ¿Quién sabe la potestad del rayo de luz que se extingue, de la canción que se lleva al aire, de la piedad que no brota a flor de labio, del pensamiento que no tuvo la góndola de una palabra en que cruzar las aguas de la vida?
Aquí reside ¡oh Joaquín Soto! La virtud inmanente de la poesía, y aquí está el secreto de la victoria que el pensamiento hecho palabra musical logra cada día sobre los filisteos. Ellos se encogerán de hombros ante nuestras canciones, y, sin embargo, nosotros somos los intérpretes de un Universo que canta perennemente. Ellos menospreciaran la Belleza que nosotros venimos a mostrarle, y sin embargo, la Belleza se nutren: si los poetas no hubiésemos revelado la significación de una mujer que ama, de un niño que alza los brazos, de un joven que juega, de un celaje que deslumbra, de un monte que permanece, de un pájaro que va, de un mar que abre y oculta a un tiempo mismo los caminos del Ministerios, de la alegría que hay en la mocedad y del dolor que hay en la senectud, los filisteos morirán de angustia y de tedio entre sus monedas relucientes y sus letras de cambio…
Cantemos, pues, el resplandor de la aurora, en la plenitud del medio día, al caer del crepúsculo: ¡cantemos aun al borde de la noche eterna! Teniendo siempre hacia las altas cimas de la idealidad, comprendiendo cada vez más lo incomprensible de este Universo en que hemos sido colocados, cantemos con una sinceridad que arda y resplandezca. Elevemos nuestras almas, y así será elevado el verso que es su expresión. El verso es caso santo, decía Silvia. Dejémoslo, pues: bruñido y perfecto para que sea digno del jugo que dan las vides del espíritu.
Hay una novela de Juan Margallal que yo he citado varias veces porque la encuentro tan admirable como todo lo que pensó aquel hombre portentoso: La hazaña. Un joven arquitecto que ha visto una mujer, como Aligheria Beatriz, se enamora de ella en el momento mismo en que el destino se la entrega y se la arrebata para siempre. Búscala a través del mundo y no la haya. Pero la sombra fugitiva llena aquel corazón apasionado, y preside, en el curso de la vida, todas sus acciones.
De tal suerte, cuando el arquitecto construye un palacio evoca la imagen de la mujer lejana; así, las columnas que eleva son fuertes y graciosas, como si el objeto de su amor fuese a apoyarse en ellas; y los arcos que traza tienen toda la amplitud y la serenidad de que son susceptibles, porque tal vez un día pueden dar paso a la Amada…
Que nuestros pensamientos sean como aquella Amada del arquitecto, grandes por su hermosura y su pureza, vagos en su misma realidad, llenos de la inmanencia que lo divino da a lo humano. Y que nuestros versos sean como aquellos palacios, dignos del alma que ha de habitarlos. ¡Un alma que proviene de Dios, que está en Dios y que vive profundamente!
*Prólogo que escribió Porfirio Barba Jacob, poeta colombiano que vivió en Honduras varios años.
Joaquín Soto nació en Comayagua en 1897 y murió en la temprana edad de 29 años, en Guatemala, en 1926.
PENSAMIENTO LIBRE (2)
AÑO NUEVO, CRISIS VIEJA
Jorge Luis Oviedo
El término de un año y el inicio de otro se parecen a los cumpleaños de las personas, porque solemos renovar voto, fortalecer las esperanzas y redescubrir la fe y la autoestima amellada por los golpes de nuestras malas decisiones, la apatía, las maldiciones de algunos conocidos o las zancadillas de otros. Cuestiones normales, después de todo, en la competencia por la vida.
Así, pues, cada primero de enero (o primero dinero, como reza un chiste de personajes palestinos, turcos para nosotros, en vez de decir año nuevo, comienzan el año con esa frase) renovamos la fe, la esperanza y sacamos un poco de entusiasmo con la finalidad de que nos vaya mejor.
Sin embargo, si es la modorra la guía nuestro camino, volveremos a lo mismo y los problemas o las crisis estarán iguales o peores que antes.
En esta oportunidad el 2009 para millones de europeos y norteamericanos, sitios donde la crisis financiera o la gran estafa internacional, ha calado con más fuerza, es de verdad angustiante y, desafortunadamente, nada incierto, pues está claro que los que quedaron sin empleo el año anterior, lo más probable es que sigan en igual condición y que los que aspiraban a un puesto de trabajo, sigan parados, como dicen los españoles (en nuestro país lo normal es que los desempleados estén sentados).
Lo lamentable de la crisis del mundo desarrollado es que nos afectará a los tercermundistas, en cierta forma, como ya ha estado ocurriendo con la baja del café y la aparatosa caída de los precios del petróleo; pero nos afectará más a aquellos que tenemos, como países, un comercio mayor con USA, puesto que se reducirán las exportaciones y como consecuencia el crecimiento del empleo; incluso, una severa pérdida de puestos de trabajo en las maquilas, ya que este tipo de exportación indirecta, no genera divisas, como las de los productos agropecuarios y algunos otros que Honduras envía al mercado de USA, que no poseen tanto valor agregado como la variedad de artículos electrónicos o de informática, como la computadora que yo uso ahora para escribir este artículo o como los teléfonos móviles que portan hasta los desempleados o los campesinos que ganan el salario mínimo y hablando por teléfono se gastan ahora en día, a veces más del 20% de su salario.
Vale la pena señalar que la industria del entretenimiento, sin incluir bebidas alcohólicas ni cosméticos de las mujeres norteamericanas y europeas, produce más utilidades que todas las exportaciones de productos agropecuarios de África y América Latina.
Nuestra dependencia de USA es similar a la de un niño de cuatro o cinco años de sus padres, absoluta, únicamente con el derecho al pataleo y a la llorada (o lloreta, como decimos en Honduras) en un sitio público.
Por ello una de las mejores maneras de asumir la vida en nuestro país y en estos tiempos de estafas financieras internacionales, es con el estoicismo cristiano: vivir sin apego a los bienes materiales o terrenales, puesto que es la insatisfacción de necesidades provocadas lo que más amarga a las personas. Feliz año nuevo, señor lector.
Nota. Comentarios sobre este artículo hágalos en la fila del banco donde reclama su salario, si tiene empleo.
Jorge Luis Oviedo
El término de un año y el inicio de otro se parecen a los cumpleaños de las personas, porque solemos renovar voto, fortalecer las esperanzas y redescubrir la fe y la autoestima amellada por los golpes de nuestras malas decisiones, la apatía, las maldiciones de algunos conocidos o las zancadillas de otros. Cuestiones normales, después de todo, en la competencia por la vida.
Así, pues, cada primero de enero (o primero dinero, como reza un chiste de personajes palestinos, turcos para nosotros, en vez de decir año nuevo, comienzan el año con esa frase) renovamos la fe, la esperanza y sacamos un poco de entusiasmo con la finalidad de que nos vaya mejor.
Sin embargo, si es la modorra la guía nuestro camino, volveremos a lo mismo y los problemas o las crisis estarán iguales o peores que antes.
En esta oportunidad el 2009 para millones de europeos y norteamericanos, sitios donde la crisis financiera o la gran estafa internacional, ha calado con más fuerza, es de verdad angustiante y, desafortunadamente, nada incierto, pues está claro que los que quedaron sin empleo el año anterior, lo más probable es que sigan en igual condición y que los que aspiraban a un puesto de trabajo, sigan parados, como dicen los españoles (en nuestro país lo normal es que los desempleados estén sentados).
Lo lamentable de la crisis del mundo desarrollado es que nos afectará a los tercermundistas, en cierta forma, como ya ha estado ocurriendo con la baja del café y la aparatosa caída de los precios del petróleo; pero nos afectará más a aquellos que tenemos, como países, un comercio mayor con USA, puesto que se reducirán las exportaciones y como consecuencia el crecimiento del empleo; incluso, una severa pérdida de puestos de trabajo en las maquilas, ya que este tipo de exportación indirecta, no genera divisas, como las de los productos agropecuarios y algunos otros que Honduras envía al mercado de USA, que no poseen tanto valor agregado como la variedad de artículos electrónicos o de informática, como la computadora que yo uso ahora para escribir este artículo o como los teléfonos móviles que portan hasta los desempleados o los campesinos que ganan el salario mínimo y hablando por teléfono se gastan ahora en día, a veces más del 20% de su salario.
Vale la pena señalar que la industria del entretenimiento, sin incluir bebidas alcohólicas ni cosméticos de las mujeres norteamericanas y europeas, produce más utilidades que todas las exportaciones de productos agropecuarios de África y América Latina.
Nuestra dependencia de USA es similar a la de un niño de cuatro o cinco años de sus padres, absoluta, únicamente con el derecho al pataleo y a la llorada (o lloreta, como decimos en Honduras) en un sitio público.
Por ello una de las mejores maneras de asumir la vida en nuestro país y en estos tiempos de estafas financieras internacionales, es con el estoicismo cristiano: vivir sin apego a los bienes materiales o terrenales, puesto que es la insatisfacción de necesidades provocadas lo que más amarga a las personas. Feliz año nuevo, señor lector.
Nota. Comentarios sobre este artículo hágalos en la fila del banco donde reclama su salario, si tiene empleo.
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