viernes, 19 de diciembre de 2008

PENSAMIENTO LIBRE (1)

¿EL MERCADO O LOS MERCADERES?
Jorge Luis Oviedo

Los economistas, en su mayoría, pese a la gravedad de la crisis financiera mundial, provocada como bien es sabido por el abuso y la confianza extrema en el MERCADO, siguen sosteniendo que éste no es culpable.
Tienen razón, porque los conceptos, o nociones para los ciudadanos promedio, son abstracciones, no son la realidad. Así, la democracia teóricamente es una cosa, en la práctica se diluye en la aspiración de los individuos y las individuas de ser tomados en cuenta. Hace algunas décadas –en la época de la cortina de hierro- la Europa Oriental acuñó el término democracias populares con el propósito de diferenciarla de la democracia tradicional de la otra Europa, la occidental.
De un tiempo acá, en varios países de Hispanoamérica escuchamos la expresión: el pueblo pueblo; claro indicio de que quienes la usan pretenden establecer una diferencia con respecto al término pueblo -otra abstracción- que como consecuencia de su uso abusivo por demagogos, publicistas y toda una suerte de personajes y empresas mediáticas han culminado por alterar los significados universales de muchas palabras.
Por otra parte, el mercado, para los obreros, para los campesinos o para muchísimas personas con poca o ninguna escolaridad es un sitio particular en una ciudad, porque de ese modo es una entidad real, un lugar donde comprar o vender, incluso, donde hacer trueque literalmente hablando.
De ahí que para la mayoría de los mortales, el mercado tal como lo conciben los economistas no existe. Tiene existencia tangible el mercado de mayoreo o cualesquiera de los otros lugares que denominamos mercado, como el San Isidro, Las Américas, etc.
Para esos mismos ciudadanos el término mercader, sin embargo, no es una abstracción, sino una dolorosa realidad, pues se denomina como tal a todo comerciante inescrupuloso; y a los que venden productos diversos prefieren que los llamen comerciantes o empresarios; y, en el caso de los que venden dinero, financistas.
La historia de Honduras es patética en este sentido, porque el país cayó en manos de mercaderes hace más de medio siglo, luego los hijos de los mercaderes asumieron, con el producto de sus utilidades, el control político del país y, obviamente, dominados por el deseo natural de preservar su grupo, su familia, su clan, su tribu, etc., se dedicaron a acaparar y hacer negocio fácil: se repartieron las telecomunicaciones, la generación de energía eléctrica, desarticularon la capacidad estatal para responder en las emergencias, en la reparación y construcción de puentes y carreteras, primarias y secundarias. Han hecho un festín con las frecuencias de radio y televisión –un país con menos de 6 millones de personas habitándolo- ha otorgado más de 900 frecuencias de radio al sector privado, decenas de canales de televisión, mientras el Reino Unido, Japón, Francia y Alemania, para no mencionar todos los países desarrollados, son las entidades sin fines de lucro, con programación alternativa educativa y cultural, las que dominan el espacio con sus emisiones.
Además, Honduras, luego de ser, en la época colonial, territorio de explotación minera –por eso ni criollaje generó y, con ello, antes que fortalecer la identidad de una clase dirigente, produjo desarraigo entre los mestizos; y el desarraigo es hoy uno de los elementos más característicos del hondureño promedio- enajenó, para el cultivo de los postres de USA durante la mayor parte del siglo XX (banano, cacao, café, piña), grandes extensiones de suelos magníficos y finalmente, los grandes gurús de nuestra economía han logrado que la fuerza de trabajo de miles de hondureños preste servicios al sector maquilador.
Todo lo anterior en la práctica conlleva al fortalecimiento de nuestra dependencia. Y lo subrayo porque resulta curioso que, mientras, hace cincuenta años, el nivel de vida de los hondureños era mejor que el de algunos países asiáticos, hoy no solamente nos han aventajado, sino que la mayoría de los hondureños tienen un nivel de vida peor que el de hace 50 años.
La explicación es sencilla; unas pocas familias de mercaderes se adueñaron del país y han logrado que el resto de la población, un 80%, de los que tienen empleo, laboren para ellos: unos en el sector financiero, otros en las maquilas, otros en los medios de comunicación, otros tantos en la medición y facturación eléctricas, otros más en las empresas telefónicas; ¡vaya festín el que se han venido dando!
También convirtieron el país en un descarado mendigo internacional, no sólo con el asunto de la condonación de la deuda, sino porque han generado una subcultura de la mendicidad y, ahora en el país, piden los de siempre en los atrios de las iglesias ( menos que antaño), bajo los semáforos o en los estacionamientos de los centros comerciales o en las universidades; pero también piden los políticos o los que se meten a tales; mendigan votos para sentirse importantes, algunos los terminan comprando u obteniendo en trueque; pide también el gobierno a nombre del ente abstracto que se denomina pueblo, a los otros gobernantes (porque de lo contrario ni escuelas, ni puentes, ni merienda, ni ninguna obra social habría en el país; también piden decenas de profesionales universitarios especialistas en desarrollo, a las fundaciones de los países industrializados. De modo que en Honduras debe hacerse uso de la siguiente expresión para estar a tono con las prácticas actuales: mendigos somos y pidiendo andamos; porque en esto de pedir nadie reniega, por eso piden también los magnates del país para hacer obras de caridad y para la salud de corazón de los pedigüeños humildes, de modo que a final del año, hasta los calvos saludan con sombrero ajeno a fuerza de pedir más y de dar menos.
¿Qué tiene este país, con nombre de agujero profundo, al que muchos declaran su amor y juran lealtad y hacen tan poco para demostrarlo? mientras tanto inventan culpables para esto o lo otro. Así, profesores, sindicalistas, campesinos, cafetaleros, pulperos, empleadas domésticas y la juventud sin domesticar son todos culpables de la desgracia del país que estos mercaderes han hecho a su imagen y semejanza, y cuyos hijos, son lógicamente hijos de la malacrianza, porque han sido forjados en el crisol de la vida y al calor de los soles y las aguas –muy abundantes este año por cierto- del trópico, a la luz del ejemplo de los notabilísimos mercaderes de Honduras, hechos a su vez a la imagen de los todopoderosos mercaderes del gran capital mundial. ¡Buen provecho señores!
Don Carlos Marx no pudo imaginar los efectos de la publicidad a través de los medios electrónicos y, por tanto, señaló lo que era correcto para su tiempo, en lo que al costo y el valor de las cosas respecta; pero en la actualidad nada tienen que ver los costos, las horas de trabajo, los días, semanas, meses que a un agricultor de África o Latinoamérica le cuesta producir cada libra o quintal de café, de cacao, cada caja de bananos, de piñas o toronjas; o lo que a un artesano de los que todavía quedan, le cuesta producir zapatos, ropa, herrajes o talabartería. Por ejemplo, Doña Tete Ramírez, hermana por cierto de uno que fue Jefe de las Fuerzas Armadas, costuró toda su vida hasta que perdió el sentido de la realidad a los 99 años, murió de 102, ignorante de los vaivenes del mercado. Hacía pantalones, calzonetas, trajes de niño a principios de este siglo XXI, al precio que cobraba en la década del sesenta del siglo anterior, porque se quedó estacionada en el tiempo para bien de sus clientes.
La industria primero, y desde los medios de comunicación después, se ha distorsionado el abstracto mercado, haciendo que los especuladores ganen cifras enormes en ocasiones, aprovechándose de coyunturas políticas, militares, atmosféricas, en fin, porque consideran que el mercado encontrará su equilibrio siempre. Y, sin duda, lo encuentra, pero del mismo modo que la naturaleza lo hace o que las especies, de manera más particular, lo hacen. Y ya sabemos que cuando a una especie –con excepción de la humana- se le modifica drásticamente su hábitat, deja ser competitiva y se extingue... la vida continúa, por supuesto.
Por eso, en este orden económico mundial, que en nada se diferencia de aquel orden natural que fortalece la evolución y que Darwin descubrió y expuso con enorme claridad, sobreviven únicamente los más aptos.
Lo extraño en esto es que, casi sin excepción, los líderes políticos en todo el mundo, se declaran creyentes y expresan que los mueve el bien común. En la Europa Occidental, en USA y en Latinoamérica todos los gobernantes son cristianos; pero de su cristianismo solo aplican aquella expresión de Cristo: Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
La frase con la Jesús salió de un apuro parece hoy una máxima del liberalismo, que va muy bien al libre comercio y a la separación iglesias – Estado. Calza muy bien para el interés de los mercaderes.
No debe ser secreto entonces saber que la industria de las armas, la de los fármacos, la de las comunicaciones (telefonía, radio, televisión, de la información) y otras de gran relevancia están en manos de los más capaces para imponer su orden al resto del mundo; de ahí que los mercados son hoy, con la excepción para quienes viven en una economía de subsistencia y de mendicidad, un antojo de los mercaderes de peso completo, quienes a su vez encuentran respaldo en los mercaderes de mediana condición y así hasta completar la cadena.
De modo que al final, el ciudadano común y silvestre –como la mayoría de los que habitan las ciudades hondureñas que han impuesto sus comportamientos rurales a los centros urbanos- no es más que una pieza de ajedrez, y lo llevan como entierro de pobre, con crisis ambientales, militares, pandemias y, con la ilusión de llegar un día a ser todo poderoso, con el ilusionismo publicitario que lo bombardea desde todo los ángulos, con lo cual incrementa sus necesidades, es decir, sus deseos.
No sería más sensato, más cristiano, más equilibrado que se generara ocupación para los millones de desempleados, por lo menos en mundo occidental (por lo del cristianismo que se profesa, digo), pues en Europa durante mil años se santificó la pobreza, (entiéndase renuncia a los bienes materiales) actitud o comportamiento sicológico que el estoicismo asume según las circunstancias, para no vivir angustiado. Reitero, con un 10% (por aquello del diezmo con que subsistieron los judíos en la antigüedad) de las reservas del G-8 que se aportara para mantener ocupados a los comunes y silvestre de Africa, Latinoamérica y otros sitios del planeta, la pobreza extrema del planeta dejaría de existir.
Porque el actual orden económico equilibra los mercados de acuerdo con las leyes de la naturaleza y no con las prédica de políticos, economistas y religiosos; de ahí que en Honduras, cuando no se exportaban camarones y tilapia, estos eran más baratos. Lo lógico es que exportáramos lo que no consumimos como normalmente hacen los países industrializados; porque ni para Japón, USA o los países que integran la Unión Europea el valor de sus exportaciones representan más del 10% de su producto interno bruto. Brutos nuestros mercaderes –aunque no es lo que ellos piensan de sus acciones- que han vendido el alma al diablo a cambio de hacer padecer hambre a millones de hondureños y volverse competitivos en USA y Europa. Cambiemos totopostes, café y otros productos tropicales a la China Continental por productos industriales, porque ambos tenemos mano de obra barata, por tanto el intercambio será mejor; pero mientras insistamos en enviar casi todos a USA a lo que contribuimos es mantener bien nivel de vida de los gringos y sus gringas y a incrementar la pobreza de los hondureños comunes y silvestres que del mercado sólo entienden que existe en las ciudades para comparar en él algunos productos específicos.
Finalmente, a nuestros mercaderes tienen tan poca visión que conformes en su jolgorio, en el reparto que han hecho de país, no se les ocurre organizar a los pequeños productores hondureños para que, con un mínimo de tecnología y distribución apropiada le vendan a los centroamericanos que viven en USA productos artesanales y más variedad de comidas criollas que, hasta hoy, sólo unos pocos de los mercaderes mayores aprovechan. Con eso se captaría el doble o el triple de dinero de las remesas, que es mucho más que el de las exportaciones actuales, incluida la maquila.
P.D. Comentarios a este artículo hacerlos en los bares, en las cafeterías o en las reuniones cuando están aburridas.

martes, 2 de diciembre de 2008

UN CUENTO DE MEDARDO MEJÍA

MEDARDO MEJIA (1907-1981)
AQUÍ ASI ES………………

Don Efraín Zamora tuvo una belleza moral que le vino de sí, de su buena crianza, de sus lecturas escogidas y de la práctica del bien.


En el gobierno del doctor Francisco Bertrand fue como un empleo consular a los Estados Unidos, y terminado aquel gobierno trabajó como agente de negocios, recorriendo la Unión.
Vivió cerca de treinta años en aquel país hasta el día que recibió un mensaje de sus familiares en que le comunicaban la muerte de su hermano Julio Zamora en Danlí.


Saturado de civilización norteamericana de aquel tiempo, casi por humos recordaba las costumbres de Honduras, y con su parsimonia y suavidad tomó un barco de la Flota Blanca que lo trajo a la Ceiba.


Se hospedó en el Hotel París, y al sentirse descansado salió a reconocer la ciudad. ¡Que bonita! En solares nuevos encontró a un viejo amigo que gritó al verlo: ¡Efraín!, y él en tono menor respondió: ¡Jorge! Se abrazaron y entablaron plática.


Conversando estaban cuando varios hombres armados de revólveres les apuntaban y disparaban. Don Efraín, inquieto, le dijo amigo:
- Es con nosotros. Quieren matarnos
- Ásete para acá. Están blanqueando. Mirá la tabla. Es que aquí así es….


Al día siguiente tomó el tren de pasajeros para Tela. No hubo novedad en el trayecto. Notó la amabilidad de la gente.


Al llegar a la estación el jefe de una escolta se le acercó para preguntarle:
- ¡Vos sos Efraín Zamora!
- Sí, señor; yo soy.
- Me vas a acompañar.


Don Efraín, llevando sus valijas, entre soldados de antes, no fue al hotel sino a la cárcel, un cuartucho oscuro, de calor infernal, hediondo a orines. El carcelero cerró la pesada puerta de rejas con una gran llave y el reo se atrevió a preguntar:
- Quisiera saber porqué me encierran.
- Precauciones, y no pregunte más si quiere evitar lo peor. Es que aquí así es…..


Al día siguiente, muy de mañana, lo sacaron para llevarlo a la estación; lo subieron al tren, siempre entre soldados. Sin comer ni beber llegó a San Pedro Sula y una nueva escolta lo recibió para conducirlo al presidio.
Escoltado fue buen trecho de la ciudad. Las gentes se detenían a verlo, diciendo: “Es un pastor protestante…” Entró al recinto y lo metieron en una celda sin indagatorias.
Al rato se le acercó el jefe del penal:
- ¡Vos te llamás Efraín Zamora!
- Si, señor.
- ¿Tenés conocidos en San Pedro?
- El General Francisco Martínez Fúnez es mi viejo amigo.
Me gustaría hablarle para que me arregle esto.
- Es difícil ver al general. Anda en Choluteca. Mejor cállate para evitar que te arrojen con un peso al Ulúa. Es que aquí así es…


Al día siguiente con ruido de fusiles y salbeques, lo llevaron al campo de aviación. En el campo el coronel de la escolta conversó en voz baja con el gringo aviador, quien dirigió una mirada inexpresiva al reo.


Cuántas cosas imaginó don Efraín en aquel momento. Lo empujaron al avión. La
Escolta quedó en tierra. En el vuelo sólo él venía de pasajero, vio el Valle de Sula, el de Comayagua y las serranías de Tegucigalpa. No le llamaron la atención por la inquietud que le embargaba.


Descendió el avión en Toncontín. Salió don Efraín con su talante de profesor de altos estudios, dirigiendo la vista a todas partes. No había un alma nacida en el campo. Lleno de dudas se paró entre sus valijas y se puso a esperar.


En eso se acercó un carro lujoso. Del carro salió don Julio Lozano, quien iba al sur y de casualidad llegó allí. Reconoció al viajero y fue a saludarlo.
- Aja, Efraín, al final regresaste al país.
- Sí, en este momento…Le explicó como había llegado y le agregó que esperaba la escolta que lo condujera a la ciudad.
Lozano sentenció:
- Te ves libre y estás esperando pencos. Ándate para tu casa sin cuidado. Lamento lo que te ha sucedido. Pero es que aquí así es…

lunes, 10 de noviembre de 2008

JORGE LUIS OVIEDO

EL CANDIDATO



IV (En-cuesta-arriba)
Fragmento del capítulo


Aunque los resultados de las encuestas que publicaba en su propaganda le daban una ventaja de diez puntos, las más conservadoras y de diecisiete, las más aventadas, la verdad era que los sondeos confidenciales, mandados a hacer para tener seguridad, lo ponían totalmente a la inversa. De cien muestreos hechos por todo el país no aparecía ganando uno solo. En aquellos sitios en que, se suponía, siempre había tenido mayoría absoluta su partido, o se encontraba en igualdad de condiciones con el partido más fuerte de la oposición o se encontraba uno o dos puntos abajo; en los sitios donde, en las últimas elecciones, obtuvo un repunte su instituto político, estaba generalmente 10 puntos abajo, y en los lugares en que tradicionalmente habían perdido, aparecía, ahora, con una diferencia, en contra, de 20 puntos. La primera reacción fue de impotencia, de frustración; pero el ego resurgió de nuevo con el ímpetu de un animal montés y al tiempo que daba un puñetazo contra la mesa de su escritorio de caoba, que provocó el derrame de una taza de té sobre la copia de los resultados, exclamó con cólera: ¡Hijos de la gran puta, me han estado engañando!
Los encuestadores confidenciales lo observaron desconcertados algunos y otros con naturalidad porque ya conocían sus arrebatos de histeria desde hacia un buen tiempo, pues lo habían acompañado en distintas etapas de su acelerada y desesperante carrera política. Su mujer, que se encontraba en el dormitorio principal, salió corriendo ante la flamante expresión de su marido, a las que ya la tenía igualmente acostumbrada; pero ahora ella intuía que algo malo pasaba: ¿Qué sucede mi amor, puso dulzura en la voz, dulzura en los ojos, dulzura en los movimientos de sus manos, dulzura en su piel, dulzura en todo como le había recomendado un siquiatra amigo de ambos dos meses atrás.
El Unificador tenía dos brasas encendidas en vez de ojos y un nudo más duro que el acero le apretujaba la garganta y le sofocaba el pecho y le generaba un ligero temblor como de epiléptico, más bien de epiléptico, porque al igual que Napoleón, tengo ese padecimiento de muchos grandes hombres, decía en ocasiones, cuando los tragos le desencadenaban la nostalgia o la saudade como también decía remendando a los de Brasil, donde había estado en diversas ocasiones en asuntos relacionados con su partido, y una oportunidad por simple placer, devorando piernas y nalgas carnavalescas en las calles de Río de Janeiro, con esos ojillos que ahora ardían de rabia.
Me han estado engañando, bramó de nuevo y lanzó una mirada a sus confidenciales, una mirada que primero fue de represión, luego de cuestionamiento y finalmente de súplica.
Su mujer, no supo qué hacer y se limitó a alternar la mirada entre los atribulados jóvenes, que no atinaban a decir palabra, y el desencajado rostro de su marido que aún no salía del porrazo que había significado aquella verdad tan contundente.
Ella siguió, entonces, probando con la dulzura: Cálmese mi rey. Usted mismo dice que todo tiene arreglo en la vida; además usted siempre ha conseguido lo que se propone, concluyo casi en susurro apretando suavemente los hombros de su marido. El Unificador se volvió nuevamente a los jóvenes y con un grito sólido, pero chillón como los que él daba, se hecho un inesperado viva, que ellos no atinaron a responder con fuerza, entonces él los increpó, con un ¿qué putas les pasa, o es que ya se hicieron del otro bando, cabrone? No Lic., ¿cómo cree, siempre vamos a estar con usted y lo vamos a acompañar a dónde usted diga y lo haremos como en la U, lo que sea para que llegue al poder? La voz temblándole a Rafailito Díaz, un niñote de veinte años y casi dos metros de altura y tan fornido como un boxeador de peso completo.
Así se habla. Viva el unificador, volvió a gritar el candidato. Viva, le respondieron ellos, todavía nerviosos y algunos, más con ganas de reír que de gritar, que con fervor y serenidad. Viva el futuro presidente de Honduras, él de nuevo, y la voz yéndosele por tonalidades imprevistas, como para hacer el ridículo. Viva, respondieron con más ánimo al unísono y comenzando a entrar en el calor de aquel obligado entusiasmo. Viva la fuerza inteligente. Los ojos de su mujer, brillantes y felices, como los de un pájaro que recién aprende a volar.
Viva, como el coro unificado al que se había unido su mujer. Y del decrépito estado de unos instantes pasó igualmente histérica.
Déjenme esas mierdas, (aunque ya se las habían dejado), ya verán que en quince días se ha levantado mi candidatura. Son papadas, lo que yo me propongo lo logro, todavía faltan seis meses para las elecciones, muchas cosas pueden suceder, gracias muchachos, los espero en la noche, no le digan de esto a nadie. Y a esos encuestadores profesionales ya los vamos a joder, mas de un millón hemos gastado en esas encuestas falsas, por lo menos debieron habernos dicho como iba la cosa para emprender con más vigor la campaña, pero ya les vamos a demostrar quien soy yo, dijo, con unos ojos iluminados, sin el bigote saltándole, como queriéndose caer y sin los temblores del cuerpo, sino con el rostro radiante y con el entusiasmo y felicidad de otras ocasiones, como aquella en que después de muchas hábiles negociaciones logró arrebatarle la candidatura a la Dama de hierro, que al urdirse la traición de sus copartidarios, que ella suponía más firmes, se volvió de mantequilla y se desplomó como una quinceañera que ha sido dejada por el novio y comenzó a hablar disparates por la radio, a dar declaraciones sin ton ni son, hasta que el grupo de empresarios que antes la apoyaba le hizo advertencia de que si no se disciplinaba y acataba los acuerdos de la cúpula, pagaría más de diez millones de lempiras, valor que correspondía a los gatos de dos meses de campaña interna y que le habían servido para mantenerse en igualdad de condiciones que el Unificador. Por supuesto, al final, debió conformarse con la diputación que le dejaron y el ofrecimiento de algunos cargos públicos de confianza, para amigos o familiares cercanos, si ganaban las elecciones.
El Unificador tardó dos días en recuperarse de la histeria que le provocó la felicidad de haberla hecho bien una vez mas. Son papadas lo que yo me propongo lo logro, todavía faltan seis meses, pensó, mientras se frotaba las manos y se imaginaba, como en tantas otras ocasiones, entrando al estadio nacional en un jeep del ejército, con ambos brazos en alto, saludando a sus simpatizantes.
Fue así como al Unificador se le comenzó a ver en los lugares menos esperados. Aparecía de madrugada en los mercados, comiendo cebolla cruda con tortilla, probando cualquier bocadillo, sin reparar mucho en el aspecto, el olor y el gusto de lo que, en otras circunstancias, le habrían provocado no sólo la repulsión, sino probablemente algún vómito repentino.
Para evitar cualquier consecuencia nefasta y que lo pudiese dejar en ridículo, masticaba previamente una frutitas anaranjadas del tamaño de una canica que se conocen con el nombre vulgar de quita sabor, pues tienen la propiedad de volver dulce lo ácido y lo amargo y lo simple y lo insípido, etc. De modo que las cebollas le sabían le sabían a mangos, los ajos a confites, las sopas de pescado seco al mejor té chino; los tamales a costilla agridulce; los huevos estrellados y cocinados con manteca de chancho, usada cinco o diez veces antes en otros cocimientos, le sabían a torrejas navideñas; y los huevos duros con sal a conserva de coco y así las demás frituras y dulces que tenía que probar; mientras sus cachetes se inflaban como los de un niño con paperas por tanto bocado imprevisto engullido al azar.
Lo que nunca pudo evitar fueron los resultados posteriores, los estragos intestinales que, en más de una ocasión lo dejaron en cama por un día entero; al grado que en una oportunidad fue tanto el descalabro producido por el vómito, los dolores estomacales y la incontenible diarrea que pensó que tenía cólera; pero se trataba, en realidad, de una amibiasis aguda, según los resultados que arrojaron los exámenes; y el gastroenterólogo le explicó que el ataque había sido tan agudo debido a que él ( su organismo) había perdido contacto con ese tipo de infecciones intestinales hacía mucho tiempo. Te ocurre, le dijo, como a los europeos o a los gringos cuando prueban alguna comida callejera, terminan internos en un hospital y hay que aplicarles suero por lo severo de la deshidratación. Al menos vos no necesitaste eso, concluyó.
En cuanto se repuso continuó estrechando manos por aquí, por allá, a niños, a viejos, a señoras, a hombres sin prisa, a vendedores incrédulos; a la señorita que llevaba prisa por temor a un asalto; al recolector de basura que iba abriéndose campo con su carreta apestosa; al vendedor de frutas que no se atrevía a cobrarle la naranja devorada en un santiamén; a las vendedoras de tortillas que tenían que facilitarle un poco de sal para que el explicara las cosas que supuestamente había comido cuando era pobre como ellas; a los cargadores de bultos o al que se tropezaba con él, porque iba apurado a tomar un bus; y, cuando tragaba el bocado, repetía como un disco rayado, su famoso estribillo, a la ultima mano estrechada: Soy Roberto Ramos Suazo y quiero que me dé su voto para ser presidente de la Patria. Muchas gracias, respondía cuando le decían que sí e inmediatamente buscaba otra mano y otra y otra y otra…
Al mediodía, por lo general o, a veces, durante el atardecer se le veía en la salida de las escuelas y de los colegios preguntándole a los niños: ¿adivina quien soy yo? Y cuando le respondían que lo habían visto en la tele levantando el brazo de tal o cual manera o corriendo a cámara lenta o saltando una cuerda o una cerca de madera de menos de una vara de altura con un palo de escoba haciendo de pértiga o un alambrado de púas de idéntica elevación, pero con la cámara ubicada desde una perspectiva que daba la idea de haber ejecutado un salto increíble o caminando de rodillas hasta el altar de la virgen de Suyapa o abrazando una cruz de bronce de su tamaño sobre la tumba de su madre o cobrando un penal contra un portero uniformado con los colores de los partidos de oposición o sembrando maíz rodeado de campesinos, en un terreno de su propiedad con unos bueyes arando al fondo y más atrás un bosque ilusorio, porque no correspondía a la zona o con u racimo de plátanos al hombro caminando por la antigua línea férrea o empujando una carreta de madera cargada de leña y sudando la gota gorda y apretando los dientes y con sus ojillos a punto de salir disparados o subiéndose a un palo de coco en una playa de la costa norte del país ante la euforia y los movimientos rítmicos y eróticos de un grupo de garífunas que los ayudaba a subir y subir o tomando agua de un cumbo previamente desinfectado de mil formas diferentes o jugando tenis o corriendo descalzo en la playa pateando una pelota de trapo o pegándole un batazo a una pelota de béisbol que tenía la cara de Vicente Ramírez o sentado en una silla de mercado frente a una mesa de mercado en un comedor de mercado masticando parsimonioso un bocado de tamal o lanzando un balón de básquetbol en una cancha de la colonia Kennedy o entregando diplomas y premios y trofeos de toda clase o haciendo un saque de honor en un partido inventado para el acto o escribiendo con pose de estadista europeo en el estudio de su casa su futuro plan de gobierno con un canutero del siglo XVIII, igual, decía, al que usara Francisco Morazán para hacer su testamento o por los nombres originales de las canciones plagiadas para la campaña o por que era igual al de la fotografía que estaba en la pared en la que se veía con un libro atrapado entre la axila, el brazo, el antebrazo y parte de la barriga y de anteojos y retocado el bigote antes de la foto, para que tuviera un aire de intelectual más que de campesino superado o de la fotografía de en frente en la que estaba dentro de un bus urbano con la mano tendida o por que era idéntico al que aparecía ordeñando las vacas de su hacienda, acompañado de un grupo de activistas vestidos de campesinos, quienes aseguraban que, como él, no habían dos o por su voz inconfundible e inevitable, porque nadie deseaba hablar como él o por su mezquina sonrisa que no mostraba más que dos de sus dientes o porque se parecía al hombre del cartel que estaba en el muro de la escuela del otro lado o de este lado o que a mi papá le cae mal su hablado o que mi mamá dice que usted es cómplice de asesinatos o que mi papá dice que cuando usted era rector de la Universidad desaparecieron a mi tío o que feos son sus ojos señor o a mi no me gusta su hablado, por que se parece al de mi tía Lula o ¿ porque tiene la voz tan chillona?... Y a estos el no les decía nada, sino que increpaba a los que espontáneamente le gritaban al reconocerlo: vengan a ver al Unificador, viva el Unificador, vengan a conocer al futuro presidente y él entonces se entusiasmaba y repartía confites al principio y después carritos del tamaño de los de la coca cola y unos trencitos y helicópteros, como en el que a veces volaba para trasladarse más rápido de un sitio a otro; y a las niñas, colitas con un saludo de doña Lucy y juegos de platos y de utensilios de cocina y cocinitas y sartenes, todo en miniatura y de un mismo color y con la misma leyenda y con los símbolos del partido y decile a tus papás que necesito su voto para ser presidente, y a ellos: “cuando yo sea el mandatario de este país les voy a poner más bonita la escuela y les celebraré los cumpleaños con piñatas y no solo le voy a regalar zapatos, sino que uniformes y pelotas de fútbol y raquetas de tenis y cuadernos y lápices de colores y les mandaré a construir columpios y deslizadores y subibajas”; y en los colegios, a los adolescentes, les preguntaba la edad y les regalaba lápices de tinta o carbón con los colores de la bandera del partido y una leyenda que decía Roberto Ramos Suazo presidente; y en las escuelas también repartía confites y a los campesinos del interior les regalaba paquetitos de jabones de los que se usan en los hoteles (y le inventaron que él era como esos jabones: chiquito, ligoso y ordinario) y espejitos del tamaño de sus manos, solo que cuadrados, del mismo modo que Pedro de Alvarado unos quinientos años atrás; y también regalaba chocolates vencidos, de los desechados por millones en los Estados Unidos y enviados a los países latinoamericanos como muestra de solidaridad y cuyo rancio sabor de todos modos era imperceptible al paladar de aquellas bocas famélicas, de aquellos cuerpecitos al borde, más que de la muerte, de la extensión total y, con cuyo deplorable aspecto, él pregonaba humildad, bondad, caridad, nobleza, solidaridad, mientras prometía esperanzas y sueños imposibles, ante una miradas de idéntica expresión a la de suya, solo que los infantes, ignorantes de su propia tragedia, soñaban, más que, con el chocolate de almendras, con un auténtico y sustentador plato de comida y, él con estar luego sentado, para cumplir su sueño de hallar el Dorado, para seguir gritando como un pregonero antiguo, ya no por las calles, sino en cadena nacional de radio y televisión: yo soy la fueza inteligente”, como en los barrios pobres de las ciudades más grandes, por donde iba de puerta en puerta: buenos días, soy el futuro presidente de Honduras, aquí te regalo esta libra de frijoles, o esta media de arroz o esta de maíz, y a veces decía maíz cuando eran frijoles o al contrario, lo que corregía con un perdón contundente y con su nueva sonrisa o con una risa que le había costado tres semanas de ensayo con un director de teatro, que sólo quedó satisfecho hasta que la misma se le volvió natural, tan natural que, cuando le contaban algún chiste sus amigos, ya no se reía con su risa de antes sino con la nueva, con su nueva sonrisa (sonrisa cosmética acusaban los opositores aparecía en las fotografías ya fuera con un saco de casimir inglés al hombro, como la colocada en las ciudades, o con un sombrero tejano, encargado especialmente, previa medida de su cabeza, como se le veía en los pueblos y aldeas del interior o en algunos anuncios de la televisión, saltando cercas de púas en el interior del país, montando en un caballo árabe (para lo cual había recibido un intensivo entrenamiento porque se le había olvidado montar a caballo, aunque de niño lo había hecho en innumerables ocasiones, a veces, a puro pelo, sin lazo incluso, en la vega del río, y más que a caballo a lomo de mula; hasta recordaba una por una todas las caídas sufridas en esa época, una de ellas con consecuencias tan graves, pues le produjo el efecto irreversible de su memoria fotográfica que ahora le molestaba, porque no podía olvidarse de decenas de cosas que no deseaba recordar o que le recordaran, como los cuentos que le había echado a su ex mujer, una señora que le llevaba, en aquel tiempo, 15 años y de cuya viudez y soledad él sacó buen provecho, mientras estudiaba, consiguiendo con ello no pasar ninguna penuria durante ese difícil período de su vida y obteniendo, también, en diversas ocasiones, financiamiento para sus campañas como dirigente estudiantil y llevar, al contrario de sus compañeros, vida de rey) o metido con unas enormes botas de hule, que sobrepasaban sus rodillas, micrófono en mano y siempre viendo a la cámara, sonriente y sin perder la pose de estadista que sus diseñadores de campaña, aseguraban, tenía, y con la mirada buscando calar la conciencia ciudadana, pidiéndole a las lavanderas el voto, a tiempo que sacaba un jabón del color de la bandera del partido, fabricado, decía la oposición, por uno de los principales accionistas de su campaña y dueño de varias fábricas de jabón, entre otras cosas, mientras sacaba una bolsita de una alforja, a la que llamaba la alforja del futuro, pues aseguraba que, cuando el fuera presidente, los hondureños tendrían de todo en abundancia, si quieren maíz, tendrán maíz, y sacaba de la alforja una bolsita con maíz, si quieren azúcar, encontraran azúcar, y extraía de la alforja una bolsita transparente repleta de azúcar, si quieren frijoles, frijoles baratos, habrá tanta producción que volveremos a ser el granero de Centroamérica (aunque los caricaturistas sacaban a los niños con ronchas como las de la varicela o con ulceraciones cutáneas abundantes, con la leyenda: El granero de Centroamérica) y sacaba de la alforja una bolsita de frijoles, ante los iluminados ojos de la pobrería que gozaba en sus adentros al verlo vestido de campesino con pantalón y camisa de gabardina y con aquellas enormes botas, cuando se metía al agua, o en los terrenos recién arados o como aparecía en fotografías bajo la lluvia en el interior del país; o con traje anaranjado como recolector de basura, en las zonas marginales de las ciudades, o de guayabera cuando, repartiendo calendarios plastificados o calcomanías adhesivas con una sonrisa; o gorras y lápices, cuando recorría las calles de las zonas de la clase media; o con pose de profesor y de intelectual, cuando asomaba por colegios y universidades en horas de la noche, y siempre con el micrófono en la mano izquierda y la derecha extendida, pidiendo explicando, discutiendo, prometiendo, mintiendo cada vez más, para que los sueños de la gente fueran más grandes, explicaba a sus amigos y seguidores cercanos y a los financistas de su campaña, sacando fuerzas de flaqueza de su gordura a como hubiera lugar.
Y los vecinos, que a veces eran sorprendidos infraganti por sus sonoros toques y por su voz imposible de olvidar, terminaban aceptando la colocación del cartel que les ofrecía alguno de los activistas, quienes además cargaban frijoles, maíz, arroz, sobres de litrosol, por si aparecía el cólera, para lo cual unas enfermeras iban explicando por turnos los síntomas de la enfermedad, con una cantaleta más mecánica que la de la propaganda radial; otros cargaban banderas y otros carteles y otros calendarios y otros confites, por si había niños, y otros regalaban la leche donada por la Unión Europea, empacada en bolsitas de media libra, para que ajustara la repartición en todas las áreas marginales del país, que según el censo realizado por el partido del Unificador suponían más de cuatrocientas mil madres. Y mientras más maíz y frijoles regalaba, más subían los precios de los granos básicos, porque el negocio de los intermediarios estaba ahora en subirle y subirle, pues de ese modo menos capacidad tenia la gente y el más obligación de regalar alimentos, personalmente primero o por medio de los camiones que se contrataron, y como se continuó haciendo después, a veces conseguidos prestados de la suplidora de alimentos, con placas cambiadas y con la bandera nacional tachada por mientras, para que la oposición y los periodistas que no se habían dejado sobornar (porque después de todo no había tantas diputaciones para periodistas ni tantos cargos para relacionadores públicos en ministerios y demás instituciones autónomas) no dijeran más de la cuenta como sucedía de todos modos; y los carros aparecían los fines de semanas en las barriadas y allí acudía la gente, con la misma pasión y el ímpetu de los perros de los basureros de los mercados, que le disputan a los pachangueros y demás mendigos de la capital, algún pedazo de pan mohoso o algún resto de una sopa de res.
Tres o cuatro señores armados de escopeta los controlaban y los obligaban a hacer fila para repartirles la media libra de arroz y la libra de frijoles. Y de pronto aparecía su voz surcando el aire, inesperada y sonora, cantarina decía el, desde los enormes parlantes de un camión ubicado en un sitio estratégico para que su voz se escuchara no sólo allí, sino en todas partes o, al menos, en los barrios y colonias aledañas, precedido por el ruido de un helicóptero, desde donde descendía sentado, en posición de hacer sus necesidades, en una cápsula espacial, transparente, como, aseguraba, sería su administración, y con un letrero en la espalda, en el cual se leía: Roberto Ramos Suazo Presidente. Pero muchos que, al principio, celebran aquello, premiando sus disparates, con aplausos, después lo recibían sin mayor entusiasmo, porque perdían los puestos de la fila, por abrir la boca, reflexionaron finalmente; y allí estaba él, en vivo y a todo color, constante y sonante; constante, porque no desmayaba, al menos no en la calle, porque a su casa llegaba muerto, pero revivía al día siguiente; y lo sonante, por su voz que sonaba como una flauta desafinada y escandalosamente chillona; y apretándole la mano a todos los hombres y mujeres de la fila: Y vos como te llamas “que cara de asesino tiene este desgraciado”
-Fulgencio, Lic.
-“Con razón, pero este voto es mío”
-Me tenés que dar tu voto (“Porque si no mejor que te desaparezcan, el general debió haber despachado estos desperdicios humanos”).
-Cuente conmigo, Licenciado.
-“Para el voto tal vez, porque para otra cosa ¿quién sabe? tenés cara una cara de sátiro y asesino que no te la quita ni Dios, carajo”
-Así se habla, ya sabes que, yo soy el futuro, voten por mí y no se arrepentirán. (Con tono de tele evangelista, dirigiéndose a todos)
-Y voz, mi amor, a una muchacha de minifalda, cuyas piernas diviso a la distancia y le despertaron su tigre interior. Un cosquilleo le recorrió las entrañas desde los pies hasta las orejas, y dejó esperando a más de veinte curiosos de la fila que deseaban estrecharle la mano. “Que buena está esta india, a esta le consigo chamba en el Comité Central, puede servir para la sonrisa y para otras cositas mas, que piernamente se carga y nada estropeadas, hay que rescatarla de las garras de la miseria, tengo que hacer esa obra de caridad, ¿cómo que no?”
-Yamilet, abogado. Y me vas a dar una sonrisa junto con tu voto, Yamilet. “Ya-mi-le-ti-ta”. Y la muchacha mostró, más que la sonrisa humillada con que complació al Unificador, la caries de su dentadura, que trato de ocultar, sin mucha convicción cubriéndose con la mano. “Pero primero te tenemos que remitir a los odontólogos del partido y mandarte a hacer una prueba detectora de sida, pero que bueno tenés el resto, Yamiletita, rurrú”
-Y donde vivis, Yamilet, “allí te voy a mandar un mandadero o un majadero que es lo mismo, ya vas a ver, para que mires como te hago mover esa cinturita de coca cola, y que buenas pantorrillas, firmes, de mujer de trabajo, no si, esta polla es mía, ya veras Yamilet como nos unificamos a ritmo de punta”. En la flor del campo número dos. “Hay que disimular”. Y los ojillos de sátiro casi se le salían al Unificador, y le atravesaban la blusa que vestía la muchacha, ya raída y transparente debido al uso exagerado de la misma y de paso le quedaba apretada, pues los botones, parecía que en el menor descuido saldrían disparados. “Que buenos pechos, firmes y bien formados y ojala que poco manoseados… Juventud divino tesoro te vas para no volver, a veces cojo cuando puedo y otras veces como no voy a querer”, si soy poeta, tan bueno como mi medio paisano Roberto Sosa”.
-¿Y ya tenés tu identidad, Yamilet? Y ella sonriendo ahora, pero sin mostrar los dientes ante la insistencia del candidato.
-Todavía no, abogado.
“Aquí esta la luz, se la remito a Mario. Cuidado me comes el mandado Marito, porque te lleva san Putas Tadeo.”
-Pues llegate al comité Central y preguntás por Mario Irías Recarte, sólo tenés que decirle que ya hablaste conmigo.
“Para gato viejo, ratón tierno, esto es lo bueno de ser hombre importante, un voto y un culito mas, viva la política, jodido… consérvamelo bien mamacita”. Dios te bendiga, mi amor. “No vayan a pensar estos majaderos, sátiros sin porvenir… No tenemos futuro con estas calañas, estamos condenados a seguir en el estercolero, que puede esperarse de estas caras, ve aquella vieja tiene una cara de bruja que ni las originales, y este pelón de acá solo le falta rebuznar y este otro, no solo tiene aspecto de delincuente sino que es capaz de matar a cualquier cristiano del susto, realmente que Dios no les tuvo consideración, como se equivoca uno, yo siempre había creído que era un país con gente hermosa, pero eso me pasa por solo reparar en la gente de mi clase, que desarrollo y que ocho cuartos podemos alcanzar, solo importando gente tal vez… Qué aspecto delincuencial, Tito Livio y Cicerón se morirían de ver estas calamidades humanas, dame fuerzas, Señor, concentrate, Roberto, en la mente está el poder, fuerte esa mirada, contundentes esas expresiones, así quieren los ahuevados”.
-¿Y vos, cómo te llamas? “Vieja más hedionda, seguramente donde vive no sube el agua o es comadre con el preciado líquido, pero debería echarse limón en los sobacos, a qué hora se me ocurrió abrazarla para que moviera ese hedor que bien estaba en reposo bajo su axila”
-Juliana, general. “Ve… que tarada la vieja”
-No soy general, Juliana, soy abogado.
-Es que es lo mismo, licenciado, yo siempre me confundo.
-¿Y me vas a dar el voto?
-Pues lo voy a pensar. No lo pensés tanto. El que mucho escoge lo peor coge. “Además que de seguro lo que has de tener en ese cerebro no es materia gris, sino caquevaca, vieja tufosa”. Y luego otro y otro, y le picaba la mano y le sudaba y le cambiaba de color y se le volvía oscura, ceniza, parda, mohosa, pegajosa, mantecosa, ¡Ay, mi madre, ojala no vaya a aparecer con una lepra! y le dolía el brazo, el hombro, la cintura, “maldita campaña que no acaba, al menos ya casi hemos emparejado en las encuestas, un poquito más y todo estará seguro”, extendida la mano, deseaba tenerla guindada de algo, una venda como las que le ponen a los fracturados. Y llegó a pensar en la posibilidad de una prótesis, una prótesis cálida, que tuviera el calor que él no podía transmitir debido a la repulsión que, casi en su mayoría, le causaban aquellas manos grasientas, sucias, llenas de granos algunas veces, supurando raros y hediondos líquidos en otras ocasiones, mutiladas en otra oportunidad, un dedo más o tres dedos menos o dos dedos en uno, o solamente el dedo gordo y la palma de la mano, y las uñas negras, hediondas a pescado, a sangre de pollo, a carne de vaca, a orines de gente, a caca de vaca y a caca de niño tierno, las señoras y a vomitada reciente, los hombres. Y por más que se lavara le quedaban impregnados los olores, y de nada valía que durante largos ratos se restregara con jabones desinfectantes las manos y se las limpiara con alcohol, o con esto o lo otro y metidas en una cubeta con jabón durante un rato. Y el tufo allí, necio, persistente, inocultable, vivo, fresco, penetrante, agresivo… “Debiste haber sido perro de caza en tu vida anterior, le bromeaba su siquiatra. Es psicológico, le repetía, los olores se te quedan grabados en la mente. Odiaba por eso tener tan buena memoria para todo, y la maldecía, se enfurecía, gritaba, imploraba… ¿Me estoy quedando loco verdad? era la pregunta de siempre y casi al borde de la histeria, pero su siquiatra le daba dos palmaditas en la espalda y mientras apuraba un sorbo de su café, sin alterarse lo mas mínimo, le respondía, contundente: No, claro que no, Roberto, vos no estás loco, locos están los que te siguen. Entonces vos estás loco, se defendía él. No, (sonriendo el doctor), porque yo no votaré por vos. Y si me buscaste como tu médico es porque tuviste miedo de los siquiatras que son de tu partido. Y entonces no te queda más remedio que seguir los consejos al pie de la letra, a menos que de verdad querrás estar loco… pero las recomendaciones del doctor le daban resultado un día o dos, porque luego volvían los hedores, tan vivos como cuando los percibió por vez primera.

FRAGMENTO DE EL CANDIDATO

EL CANDIDATO

IV (En-cuesta-arriba)
Fragmento del capítulo

Aunque los resultados de las encuestas que publicaba en su propaganda le daban una ventaja de diez puntos, las más conservadoras y de diecisiete, las más aventadas, la verdad era que los sondeos confidenciales, mandados a hacer para tener seguridad, lo ponían totalmente a la inversa. De cien muestreos hechos por todo el país no aparecía ganando uno solo. En aquellos sitios en que, se suponía, siempre había tenido mayoría absoluta su partido, o se encontraba en igualdad de condiciones con el partido más fuerte de la oposición o se encontraba uno o dos puntos abajo; en los sitios donde, en las últimas elecciones, obtuvo un repunte su instituto político, estaba generalmente 10 puntos abajo, y en los lugares en que tradicionalmente habían perdido, aparecía, ahora, con una diferencia, en contra, de 20 puntos. La primera reacción fue de impotencia, de frustración; pero el ego resurgió de nuevo con el ímpetu de un animal montés y al tiempo que daba un puñetazo contra la mesa de su escritorio de caoba, que provocó el derrame de una taza de té sobre la copia de los resultados, exclamó con cólera: ¡Hijos de la gran puta, me han estado engañando!
Los encuestadores confidenciales lo observaron desconcertados algunos y otros con naturalidad porque ya conocían sus arrebatos de histeria desde hacia un buen tiempo, pues lo habían acompañado en distintas etapas de su acelerada y desesperante carrera política. Su mujer, que se encontraba en el dormitorio principal, salió corriendo ante la flamante expresión de su marido, a las que ya la tenía igualmente acostumbrada; pero ahora ella intuía que algo malo pasaba: ¿Qué sucede mi amor, puso dulzura en la voz, dulzura en los ojos, dulzura en los movimientos de sus manos, dulzura en su piel, dulzura en todo como le había recomendado un siquiatra amigo de ambos dos meses atrás.
El Unificador tenía dos brasas encendidas en vez de ojos y un nudo más duro que el acero le apretujaba la garganta y le sofocaba el pecho y le generaba un ligero temblor como de epiléptico, más bien de epiléptico, porque al igual que Napoleón, tengo ese padecimiento de muchos grandes hombres, decía en ocasiones, cuando los tragos le desencadenaban la nostalgia o la saudade como también decía remendando a los de Brasil, donde había estado en diversas ocasiones en asuntos relacionados con su partido, y una oportunidad por simple placer, devorando piernas y nalgas carnavalescas en las calles de Río de Janeiro, con esos ojillos que ahora ardían de rabia.
Me han estado engañando, bramó de nuevo y lanzó una mirada a sus confidenciales, una mirada que primero fue de represión, luego de cuestionamiento y finalmente de súplica.
Su mujer, no supo qué hacer y se limitó a alternar la mirada entre los atribulados jóvenes, que no atinaban a decir palabra, y el desencajado rostro de su marido que aún no salía del porrazo que había significado aquella verdad tan contundente.
Ella siguió, entonces, probando con la dulzura: Cálmese mi rey. Usted mismo dice que todo tiene arreglo en la vida; además usted siempre ha conseguido lo que se propone, concluyo casi en susurro apretando suavemente los hombros de su marido. El Unificador se volvió nuevamente a los jóvenes y con un grito sólido, pero chillón como los que él daba, se hecho un inesperado viva, que ellos no atinaron a responder con fuerza, entonces él los increpó, con un ¿qué putas les pasa, o es que ya se hicieron del otro bando, cabrone? No Lic., ¿cómo cree, siempre vamos a estar con usted y lo vamos a acompañar a dónde usted diga y lo haremos como en la U, lo que sea para que llegue al poder? La voz temblándole a Rafailito Díaz, un niñote de veinte años y casi dos metros de altura y tan fornido como un boxeador de peso completo.
Así se habla. Viva el unificador, volvió a gritar el candidato. Viva, le respondieron ellos, todavía nerviosos y algunos, más con ganas de reír que de gritar, que con fervor y serenidad. Viva el futuro presidente de Honduras, él de nuevo, y la voz yéndosele por tonalidades imprevistas, como para hacer el ridículo. Viva, respondieron con más ánimo al unísono y comenzando a entrar en el calor de aquel obligado entusiasmo. Viva la fuerza inteligente. Los ojos de su mujer, brillantes y felices, como los de un pájaro que recién aprende a volar.
Viva, como el coro unificado al que se había unido su mujer. Y del decrépito estado de unos instantes pasó igualmente histérica.
Déjenme esas mierdas, (aunque ya se las habían dejado), ya verán que en quince días se ha levantado mi candidatura. Son papadas, lo que yo me propongo lo logro, todavía faltan seis meses para las elecciones, muchas cosas pueden suceder, gracias muchachos, los espero en la noche, no le digan de esto a nadie. Y a esos encuestadores profesionales ya los vamos a joder, mas de un millón hemos gastado en esas encuestas falsas, por lo menos debieron habernos dicho como iba la cosa para emprender con más vigor la campaña, pero ya les vamos a demostrar quien soy yo, dijo, con unos ojos iluminados, sin el bigote saltándole, como queriéndose caer y sin los temblores del cuerpo, sino con el rostro radiante y con el entusiasmo y felicidad de otras ocasiones, como aquella en que después de muchas hábiles negociaciones logró arrebatarle la candidatura a la Dama de hierro, que al urdirse la traición de sus copartidarios, que ella suponía más firmes, se volvió de mantequilla y se desplomó como una quinceañera que ha sido dejada por el novio y comenzó a hablar disparates por la radio, a dar declaraciones sin ton ni son, hasta que el grupo de empresarios que antes la apoyaba le hizo advertencia de que si no se disciplinaba y acataba los acuerdos de la cúpula, pagaría más de diez millones de lempiras, valor que correspondía a los gatos de dos meses de campaña interna y que le habían servido para mantenerse en igualdad de condiciones que el Unificador. Por supuesto, al final, debió conformarse con la diputación que le dejaron y el ofrecimiento de algunos cargos públicos de confianza, para amigos o familiares cercanos, si ganaban las elecciones.
El Unificador tardó dos días en recuperarse de la histeria que le provocó la felicidad de haberla hecho bien una vez mas. Son papadas lo que yo me propongo lo logro, todavía faltan seis meses, pensó, mientras se frotaba las manos y se imaginaba, como en tantas otras ocasiones, entrando al estadio nacional en un jeep del ejército, con ambos brazos en alto, saludando a sus simpatizantes.
Fue así como al Unificador se le comenzó a ver en los lugares menos esperados. Aparecía de madrugada en los mercados, comiendo cebolla cruda con tortilla, probando cualquier bocadillo, sin reparar mucho en el aspecto, el olor y el gusto de lo que, en otras circunstancias, le habrían provocado no sólo la repulsión, sino probablemente algún vómito repentino.
Para evitar cualquier consecuencia nefasta y que lo pudiese dejar en ridículo, masticaba previamente una frutitas anaranjadas del tamaño de una canica que se conocen con el nombre vulgar de quita sabor, pues tienen la propiedad de volver dulce lo ácido y lo amargo y lo simple y lo insípido, etc. De modo que las cebollas le sabían le sabían a mangos, los ajos a confites, las sopas de pescado seco al mejor té chino; los tamales a costilla agridulce; los huevos estrellados y cocinados con manteca de chancho, usada cinco o diez veces antes en otros cocimientos, le sabían a torrejas navideñas; y los huevos duros con sal a conserva de coco y así las demás frituras y dulces que tenía que probar; mientras sus cachetes se inflaban como los de un niño con paperas por tanto bocado imprevisto engullido al azar.
Lo que nunca pudo evitar fueron los resultados posteriores, los estragos intestinales que, en más de una ocasión lo dejaron en cama por un día entero; al grado que en una oportunidad fue tanto el descalabro producido por el vómito, los dolores estomacales y la incontenible diarrea que pensó que tenía cólera; pero se trataba, en realidad, de una amibiasis aguda, según los resultados que arrojaron los exámenes; y el gastroenterólogo le explicó que el ataque había sido tan agudo debido a que él ( su organismo) había perdido contacto con ese tipo de infecciones intestinales hacía mucho tiempo. Te ocurre, le dijo, como a los europeos o a los gringos cuando prueban alguna comida callejera, terminan internos en un hospital y hay que aplicarles suero por lo severo de la deshidratación. Al menos vos no necesitaste eso, concluyó.
En cuanto se repuso continuó estrechando manos por aquí, por allá, a niños, a viejos, a señoras, a hombres sin prisa, a vendedores incrédulos; a la señorita que llevaba prisa por temor a un asalto; al recolector de basura que iba abriéndose campo con su carreta apestosa; al vendedor de frutas que no se atrevía a cobrarle la naranja devorada en un santiamén; a las vendedoras de tortillas que tenían que facilitarle un poco de sal para que el explicara las cosas que supuestamente había comido cuando era pobre como ellas; a los cargadores de bultos o al que se tropezaba con él, porque iba apurado a tomar un bus; y, cuando tragaba el bocado, repetía como un disco rayado, su famoso estribillo, a la ultima mano estrechada: Soy Roberto Ramos Suazo y quiero que me dé su voto para ser presidente de la Patria. Muchas gracias, respondía cuando le decían que sí e inmediatamente buscaba otra mano y otra y otra y otra…
Al mediodía, por lo general o, a veces, durante el atardecer se le veía en la salida de las escuelas y de los colegios preguntándole a los niños: ¿adivina quien soy yo? Y cuando le respondían que lo habían visto en la tele levantando el brazo de tal o cual manera o corriendo a cámara lenta o saltando una cuerda o una cerca de madera de menos de una vara de altura con un palo de escoba haciendo de pértiga o un alambrado de púas de idéntica elevación, pero con la cámara ubicada desde una perspectiva que daba la idea de haber ejecutado un salto increíble o caminando de rodillas hasta el altar de la virgen de Suyapa o abrazando una cruz de bronce de su tamaño sobre la tumba de su madre o cobrando un penal contra un portero uniformado con los colores de los partidos de oposición o sembrando maíz rodeado de campesinos, en un terreno de su propiedad con unos bueyes arando al fondo y más atrás un bosque ilusorio, porque no correspondía a la zona o con u racimo de plátanos al hombro caminando por la antigua línea férrea o empujando una carreta de madera cargada de leña y sudando la gota gorda y apretando los dientes y con sus ojillos a punto de salir disparados o subiéndose a un palo de coco en una playa de la costa norte del país ante la euforia y los movimientos rítmicos y eróticos de un grupo de garífunas que los ayudaba a subir y subir o tomando agua de un cumbo previamente desinfectado de mil formas diferentes o jugando tenis o corriendo descalzo en la playa pateando una pelota de trapo o pegándole un batazo a una pelota de béisbol que tenía la cara de Vicente Ramírez o sentado en una silla de mercado frente a una mesa de mercado en un comedor de mercado masticando parsimonioso un bocado de tamal o lanzando un balón de básquetbol en una cancha de la colonia Kennedy o entregando diplomas y premios y trofeos de toda clase o haciendo un saque de honor en un partido inventado para el acto o escribiendo con pose de estadista europeo en el estudio de su casa su futuro plan de gobierno con un canutero del siglo XVIII, igual, decía, al que usara Francisco Morazán para hacer su testamento o por los nombres originales de las canciones plagiadas para la campaña o por que era igual al de la fotografía que estaba en la pared en la que se veía con un libro atrapado entre la axila, el brazo, el antebrazo y parte de la barriga y de anteojos y retocado el bigote antes de la foto, para que tuviera un aire de intelectual más que de campesino superado o de la fotografía de en frente en la que estaba dentro de un bus urbano con la mano tendida o por que era idéntico al que aparecía ordeñando las vacas de su hacienda, acompañado de un grupo de activistas vestidos de campesinos, quienes aseguraban que, como él, no habían dos o por su voz inconfundible e inevitable, porque nadie deseaba hablar como él o por su mezquina sonrisa que no mostraba más que dos de sus dientes o porque se parecía al hombre del cartel que estaba en el muro de la escuela del otro lado o de este lado o que a mi papá le cae mal su hablado o que mi mamá dice que usted es cómplice de asesinatos o que mi papá dice que cuando usted era rector de la Universidad desaparecieron a mi tío o que feos son sus ojos señor o a mi no me gusta su hablado, por que se parece al de mi tía Lula o ¿ porque tiene la voz tan chillona?... Y a estos el no les decía nada, sino que increpaba a los que espontáneamente le gritaban al reconocerlo: vengan a ver al Unificador, viva el Unificador, vengan a conocer al futuro presidente y él entonces se entusiasmaba y repartía confites al principio y después carritos del tamaño de los de la coca cola y unos trencitos y helicópteros, como en el que a veces volaba para trasladarse más rápido de un sitio a otro; y a las niñas, colitas con un saludo de doña Lucy y juegos de platos y de utensilios de cocina y cocinitas y sartenes, todo en miniatura y de un mismo color y con la misma leyenda y con los símbolos del partido y decile a tus papás que necesito su voto para ser presidente, y a ellos: “cuando yo sea el mandatario de este país les voy a poner más bonita la escuela y les celebraré los cumpleaños con piñatas y no solo le voy a regalar zapatos, sino que uniformes y pelotas de fútbol y raquetas de tenis y cuadernos y lápices de colores y les mandaré a construir columpios y deslizadores y subibajas”; y en los colegios, a los adolescentes, les preguntaba la edad y les regalaba lápices de tinta o carbón con los colores de la bandera del partido y una leyenda que decía Roberto Ramos Suazo presidente; y en las escuelas también repartía confites y a los campesinos del interior les regalaba paquetitos de jabones de los que se usan en los hoteles (y le inventaron que él era como esos jabones: chiquito, ligoso y ordinario) y espejitos del tamaño de sus manos, solo que cuadrados, del mismo modo que Pedro de Alvarado unos quinientos años atrás; y también regalaba chocolates vencidos, de los desechados por millones en los Estados Unidos y enviados a los países latinoamericanos como muestra de solidaridad y cuyo rancio sabor de todos modos era imperceptible al paladar de aquellas bocas famélicas, de aquellos cuerpecitos al borde, más que de la muerte, de la extensión total y, con cuyo deplorable aspecto, él pregonaba humildad, bondad, caridad, nobleza, solidaridad, mientras prometía esperanzas y sueños imposibles, ante una miradas de idéntica expresión a la de suya, solo que los infantes, ignorantes de su propia tragedia, soñaban, más que, con el chocolate de almendras, con un auténtico y sustentador plato de comida y, él con estar luego sentado, para cumplir su sueño de hallar el Dorado, para seguir gritando como un pregonero antiguo, ya no por las calles, sino en cadena nacional de radio y televisión: yo soy la fueza inteligente”, como en los barrios pobres de las ciudades más grandes, por donde iba de puerta en puerta: buenos días, soy el futuro presidente de Honduras, aquí te regalo esta libra de frijoles, o esta media de arroz o esta de maíz, y a veces decía maíz cuando eran frijoles o al contrario, lo que corregía con un perdón contundente y con su nueva sonrisa o con una risa que le había costado tres semanas de ensayo con un director de teatro, que sólo quedó satisfecho hasta que la misma se le volvió natural, tan natural que, cuando le contaban algún chiste sus amigos, ya no se reía con su risa de antes sino con la nueva, con su nueva sonrisa (sonrisa cosmética acusaban los opositores aparecía en las fotografías ya fuera con un saco de casimir inglés al hombro, como la colocada en las ciudades, o con un sombrero tejano, encargado especialmente, previa medida de su cabeza, como se le veía en los pueblos y aldeas del interior o en algunos anuncios de la televisión, saltando cercas de púas en el interior del país, montando en un caballo árabe (para lo cual había recibido un intensivo entrenamiento porque se le había olvidado montar a caballo, aunque de niño lo había hecho en innumerables ocasiones, a veces, a puro pelo, sin lazo incluso, en la vega del río, y más que a caballo a lomo de mula; hasta recordaba una por una todas las caídas sufridas en esa época, una de ellas con consecuencias tan graves, pues le produjo el efecto irreversible de su memoria fotográfica que ahora le molestaba, porque no podía olvidarse de decenas de cosas que no deseaba recordar o que le recordaran, como los cuentos que le había echado a su ex mujer, una señora que le llevaba, en aquel tiempo, 15 años y de cuya viudez y soledad él sacó buen provecho, mientras estudiaba, consiguiendo con ello no pasar ninguna penuria durante ese difícil período de su vida y obteniendo, también, en diversas ocasiones, financiamiento para sus campañas como dirigente estudiantil y llevar, al contrario de sus compañeros, vida de rey) o metido con unas enormes botas de hule, que sobrepasaban sus rodillas, micrófono en mano y siempre viendo a la cámara, sonriente y sin perder la pose de estadista que sus diseñadores de campaña, aseguraban, tenía, y con la mirada buscando calar la conciencia ciudadana, pidiéndole a las lavanderas el voto, a tiempo que sacaba un jabón del color de la bandera del partido, fabricado, decía la oposición, por uno de los principales accionistas de su campaña y dueño de varias fábricas de jabón, entre otras cosas, mientras sacaba una bolsita de una alforja, a la que llamaba la alforja del futuro, pues aseguraba que, cuando el fuera presidente, los hondureños tendrían de todo en abundancia, si quieren maíz, tendrán maíz, y sacaba de la alforja una bolsita con maíz, si quieren azúcar, encontraran azúcar, y extraía de la alforja una bolsita transparente repleta de azúcar, si quieren frijoles, frijoles baratos, habrá tanta producción que volveremos a ser el granero de Centroamérica (aunque los caricaturistas sacaban a los niños con ronchas como las de la varicela o con ulceraciones cutáneas abundantes, con la leyenda: El granero de Centroamérica) y sacaba de la alforja una bolsita de frijoles, ante los iluminados ojos de la pobrería que gozaba en sus adentros al verlo vestido de campesino con pantalón y camisa de gabardina y con aquellas enormes botas, cuando se metía al agua, o en los terrenos recién arados o como aparecía en fotografías bajo la lluvia en el interior del país; o con traje anaranjado como recolector de basura, en las zonas marginales de las ciudades, o de guayabera cuando, repartiendo calendarios plastificados o calcomanías adhesivas con una sonrisa; o gorras y lápices, cuando recorría las calles de las zonas de la clase media; o con pose de profesor y de intelectual, cuando asomaba por colegios y universidades en horas de la noche, y siempre con el micrófono en la mano izquierda y la derecha extendida, pidiendo explicando, discutiendo, prometiendo, mintiendo cada vez más, para que los sueños de la gente fueran más grandes, explicaba a sus amigos y seguidores cercanos y a los financistas de su campaña, sacando fuerzas de flaqueza de su gordura a como hubiera lugar.
Y los vecinos, que a veces eran sorprendidos infraganti por sus sonoros toques y por su voz imposible de olvidar, terminaban aceptando la colocación del cartel que les ofrecía alguno de los activistas, quienes además cargaban frijoles, maíz, arroz, sobres de litrosol, por si aparecía el cólera, para lo cual unas enfermeras iban explicando por turnos los síntomas de la enfermedad, con una cantaleta más mecánica que la de la propaganda radial; otros cargaban banderas y otros carteles y otros calendarios y otros confites, por si había niños, y otros regalaban la leche donada por la Unión Europea, empacada en bolsitas de media libra, para que ajustara la repartición en todas las áreas marginales del país, que según el censo realizado por el partido del Unificador suponían más de cuatrocientas mil madres. Y mientras más maíz y frijoles regalaba, más subían los precios de los granos básicos, porque el negocio de los intermediarios estaba ahora en subirle y subirle, pues de ese modo menos capacidad tenia la gente y el más obligación de regalar alimentos, personalmente primero o por medio de los camiones que se contrataron, y como se continuó haciendo después, a veces conseguidos prestados de la suplidora de alimentos, con placas cambiadas y con la bandera nacional tachada por mientras, para que la oposición y los periodistas que no se habían dejado sobornar (porque después de todo no había tantas diputaciones para periodistas ni tantos cargos para relacionadores públicos en ministerios y demás instituciones autónomas) no dijeran más de la cuenta como sucedía de todos modos; y los carros aparecían los fines de semanas en las barriadas y allí acudía la gente, con la misma pasión y el ímpetu de los perros de los basureros de los mercados, que le disputan a los pachangueros y demás mendigos de la capital, algún pedazo de pan mohoso o algún resto de una sopa de res.
Tres o cuatro señores armados de escopeta los controlaban y los obligaban a hacer fila para repartirles la media libra de arroz y la libra de frijoles. Y de pronto aparecía su voz surcando el aire, inesperada y sonora, cantarina decía el, desde los enormes parlantes de un camión ubicado en un sitio estratégico para que su voz se escuchara no sólo allí, sino en todas partes o, al menos, en los barrios y colonias aledañas, precedido por el ruido de un helicóptero, desde donde descendía sentado, en posición de hacer sus necesidades, en una cápsula espacial, transparente, como, aseguraba, sería su administración, y con un letrero en la espalda, en el cual se leía: Roberto Ramos Suazo Presidente. Pero muchos que, al principio, celebran aquello, premiando sus disparates, con aplausos, después lo recibían sin mayor entusiasmo, porque perdían los puestos de la fila, por abrir la boca, reflexionaron finalmente; y allí estaba él, en vivo y a todo color, constante y sonante; constante, porque no desmayaba, al menos no en la calle, porque a su casa llegaba muerto, pero revivía al día siguiente; y lo sonante, por su voz que sonaba como una flauta desafinada y escandalosamente chillona; y apretándole la mano a todos los hombres y mujeres de la fila: Y vos como te llamas “que cara de asesino tiene este desgraciado”
-Fulgencio, Lic.
-“Con razón, pero este voto es mío”
-Me tenés que dar tu voto (“Porque si no mejor que te desaparezcan, el general debió haber despachado estos desperdicios humanos”).
-Cuente conmigo, Licenciado.
-“Para el voto tal vez, porque para otra cosa ¿quién sabe? tenés cara una cara de sátiro y asesino que no te la quita ni Dios, carajo”
-Así se habla, ya sabes que, yo soy el futuro, voten por mí y no se arrepentirán. (Con tono de tele evangelista, dirigiéndose a todos)
-Y voz, mi amor, a una muchacha de minifalda, cuyas piernas diviso a la distancia y le despertaron su tigre interior. Un cosquilleo le recorrió las entrañas desde los pies hasta las orejas, y dejó esperando a más de veinte curiosos de la fila que deseaban estrecharle la mano. “Que buena está esta india, a esta le consigo chamba en el Comité Central, puede servir para la sonrisa y para otras cositas mas, que piernamente se carga y nada estropeadas, hay que rescatarla de las garras de la miseria, tengo que hacer esa obra de caridad, ¿cómo que no?”
-Yamilet, abogado. Y me vas a dar una sonrisa junto con tu voto, Yamilet. “Ya-mi-le-ti-ta”. Y la muchacha mostró, más que la sonrisa humillada con que complació al Unificador, la caries de su dentadura, que trato de ocultar, sin mucha convicción cubriéndose con la mano. “Pero primero te tenemos que remitir a los odontólogos del partido y mandarte a hacer una prueba detectora de sida, pero que bueno tenés el resto, Yamiletita, rurrú”
-Y donde vivis, Yamilet, “allí te voy a mandar un mandadero o un majadero que es lo mismo, ya vas a ver, para que mires como te hago mover esa cinturita de coca cola, y que buenas pantorrillas, firmes, de mujer de trabajo, no si, esta polla es mía, ya veras Yamilet como nos unificamos a ritmo de punta”. En la flor del campo número dos. “Hay que disimular”. Y los ojillos de sátiro casi se le salían al Unificador, y le atravesaban la blusa que vestía la muchacha, ya raída y transparente debido al uso exagerado de la misma y de paso le quedaba apretada, pues los botones, parecía que en el menor descuido saldrían disparados. “Que buenos pechos, firmes y bien formados y ojala que poco manoseados… Juventud divino tesoro te vas para no volver, a veces cojo cuando puedo y otras veces como no voy a querer”, si soy poeta, tan bueno como mi medio paisano Roberto Sosa”.
-¿Y ya tenés tu identidad, Yamilet? Y ella sonriendo ahora, pero sin mostrar los dientes ante la insistencia del candidato.
-Todavía no, abogado.
“Aquí esta la luz, se la remito a Mario. Cuidado me comes el mandado Marito, porque te lleva san Putas Tadeo.”
-Pues llegate al comité Central y preguntás por Mario Irías Recarte, sólo tenés que decirle que ya hablaste conmigo.
“Para gato viejo, ratón tierno, esto es lo bueno de ser hombre importante, un voto y un culito mas, viva la política, jodido… consérvamelo bien mamacita”. Dios te bendiga, mi amor. “No vayan a pensar estos majaderos, sátiros sin porvenir… No tenemos futuro con estas calañas, estamos condenados a seguir en el estercolero, que puede esperarse de estas caras, ve aquella vieja tiene una cara de bruja que ni las originales, y este pelón de acá solo le falta rebuznar y este otro, no solo tiene aspecto de delincuente sino que es capaz de matar a cualquier cristiano del susto, realmente que Dios no les tuvo consideración, como se equivoca uno, yo siempre había creído que era un país con gente hermosa, pero eso me pasa por solo reparar en la gente de mi clase, que desarrollo y que ocho cuartos podemos alcanzar, solo importando gente tal vez… Qué aspecto delincuencial, Tito Livio y Cicerón se morirían de ver estas calamidades humanas, dame fuerzas, Señor, concentrate, Roberto, en la mente está el poder, fuerte esa mirada, contundentes esas expresiones, así quieren los ahuevados”.
-¿Y vos, cómo te llamas? “Vieja más hedionda, seguramente donde vive no sube el agua o es comadre con el preciado líquido, pero debería echarse limón en los sobacos, a qué hora se me ocurrió abrazarla para que moviera ese hedor que bien estaba en reposo bajo su axila”
-Juliana, general. “Ve… que tarada la vieja”
-No soy general, Juliana, soy abogado.
-Es que es lo mismo, licenciado, yo siempre me confundo.
-¿Y me vas a dar el voto?
-Pues lo voy a pensar. No lo pensés tanto. El que mucho escoge lo peor coge. “Además que de seguro lo que has de tener en ese cerebro no es materia gris, sino caquevaca, vieja tufosa”. Y luego otro y otro, y le picaba la mano y le sudaba y le cambiaba de color y se le volvía oscura, ceniza, parda, mohosa, pegajosa, mantecosa, ¡Ay, mi madre, ojala no vaya a aparecer con una lepra! y le dolía el brazo, el hombro, la cintura, “maldita campaña que no acaba, al menos ya casi hemos emparejado en las encuestas, un poquito más y todo estará seguro”, extendida la mano, deseaba tenerla guindada de algo, una venda como las que le ponen a los fracturados. Y llegó a pensar en la posibilidad de una prótesis, una prótesis cálida, que tuviera el calor que él no podía transmitir debido a la repulsión que, casi en su mayoría, le causaban aquellas manos grasientas, sucias, llenas de granos algunas veces, supurando raros y hediondos líquidos en otras ocasiones, mutiladas en otra oportunidad, un dedo más o tres dedos menos o dos dedos en uno, o solamente el dedo gordo y la palma de la mano, y las uñas negras, hediondas a pescado, a sangre de pollo, a carne de vaca, a orines de gente, a caca de vaca y a caca de niño tierno, las señoras y a vomitada reciente, los hombres. Y por más que se lavara le quedaban impregnados los olores, y de nada valía que durante largos ratos se restregara con jabones desinfectantes las manos y se las limpiara con alcohol, o con esto o lo otro y metidas en una cubeta con jabón durante un rato. Y el tufo allí, necio, persistente, inocultable, vivo, fresco, penetrante, agresivo… “Debiste haber sido perro de caza en tu vida anterior, le bromeaba su siquiatra. Es psicológico, le repetía, los olores se te quedan grabados en la mente. Odiaba por eso tener tan buena memoria para todo, y la maldecía, se enfurecía, gritaba, imploraba… ¿Me estoy quedando loco verdad? era la pregunta de siempre y casi al borde de la histeria, pero su siquiatra le daba dos palmaditas en la espalda y mientras apuraba un sorbo de su café, sin alterarse lo mas mínimo, le respondía, contundente: No, claro que no, Roberto, vos no estás loco, locos están los que te siguen. Entonces vos estás loco, se defendía él. No, (sonriendo el doctor), porque yo no votaré por vos. Y si me buscaste como tu médico es porque tuviste miedo de los siquiatras que son de tu partido. Y entonces no te queda más remedio que seguir los consejos al pie de la letra, a menos que de verdad querrás estar loco… pero las recomendaciones del doctor le daban resultado un día o dos, porque luego volvían los hedores, tan vivos como cuando los percibió por vez primera.

lunes, 27 de octubre de 2008

EL CANDIDATO (SERMÓN DE LA MAÑANA)

JORGE LUIS OVIEDO

EL CANDIDATO
Capítulo I (EL SERRMON DE LA MAÑANA)

La novela EL CANDIDATO se publicó en 1993, pero cada cuatro años en Honduras o siempre que hay elecciones en algún país de Hispanoamérica, cobra vigencia, puesto que la realidad política de nuestros países cambia muy poco y, sobre todo, las estrategias de campaña, muy parecidas a la venta de lotería o de algunos otros intangibles ponen de relieve la ignorancia y el conformismo de vastos sectores de población y la enorme demagocia de la mayoría de aquellos que se postulan a cargos de elección. En EL CANDIDATO se pone de manifiesto esa tragicómica realidad hispanoamericana.


Capítulo I (EL SERRMON DE LA MAÑANA)

El domingo el pueblo amaneció tapizado de carteles con la foto del Unificador. El padre Alberto, más conocido como Yinyer, cuya alborotada melena, aunque aplastada por el agua y el peine a buena mañana, culminaba levantándosele a media misa, haciéndolo lucir más como un joven de la época que como cura párroco en un pueblo poco dado a su conducta liberal, que iba desde patrocinar fiestas bailables, organizar competencias deportivas, en las que participaba activamente (en el caso del fútbol de portero en algunas oportunidades, para aprovechar su estatura y, en otras, de delantero, donde también aprovechaba su estatura anotando goles de cabeza); excursiones con los jóvenes, a los alrededores del pueblo o a las ciudades cercanas; encuentros juveniles; organizar clubes de amas de casa y patronatos; recaudar fondos para centros comunales; escalar montañas y vestir como cualquier mortal cuando no daba misa; y, finalmente, distanciarse con los más poderosos y ricachones del pueblo, que no daban ni la hora (como aprendió a decir), a quienes nunca rindió pleitesía, encontró un buen tema para su sermón de esa mañana, al tropezarse con aquella inmensidad de carteles que cubrían las amarillentas y descascaradas paredes de la iglesia.
Y los que salieron temprano a escucharlo, se sintieron descubiertos por decenas ojos, de un azul poco probable, y rotundamente chiquitos, tan chiquitos como los de una rata gorda en ayunas, según la expresión de Saturnino Ponce Ramírez, desde donde una mirada suplicante, como la desesperación de un mendigo de ciudad, les pedía, más que el dinero de sus bolsas, el voto.
Esto último, de acuerdo con las palabras del cura venía siendo lo mismo, porque es a través del voto, afirmaba, que los políticos encuentran luz verde para sangrar al pueblo. Y si no, fíjense, piensen un poquito cada mañana al levantarse, ¿cuántos de ustedes han superado su situación de pobreza y miseria? Y al llegar a este punto no sólo alzó la voz y habló con mayor contundencia, sino que gesticuló con la vehemencia de un actor de primera línea.
Están peor que antes, sentenció, en cambio ellos (y aquí hizo una nueva pausa) ¿Han visto nuestro "flamante" diputado, al señor de señores de esta región, el gran Chombo Hernández? Y movía su cuerpo simulando una reverencia, imitando a los aduladores de oficio que el diputado tenía en la zona.
-Dos coronelas nuevas. ¿Y saben ustedes cuánto cuesta cada uno de esos carritos? Cuarenta mil dólares, que en este caso, para el pueblo son más millones de dolores. Con ese dinero repararíamos la iglesia y todavía nos sobraría para hacer más cosas.., ¿y ustedes creen que esos tenis que han repartido, son en realidad, un regalo? No hijos, es una limosna que regresan con el dinero que ustedes juegan a la suerte todos los domingos a través la lotería… qué zapatos regalados y qué nada…
Ojalá que cada mañana al levantarse abrieran los ojos de verdad, por eso Cristo dice: "el que tenga ojos que vea, el que tenga oídos que oiga", pero no debemos entender eso solamente para las cosas del cielo; también para las de la tierra. Vivir en la pobreza es también vivir en la tentación, vivir en el remordimiento, vivir en la desesperación y eso también conduce al pecado, porque da paso a la envidia, da paso a la venganza, en fin, tantas cosas; no pueden los políticos sinvergüenzas exigirle a un pueblo que pasa hambre, que vive en chozas miserables, sacrificio, más sacrificio todavía, mientras ellos se construye mansiones con cristal traído de Europa, pisos de mármol importados de Italia, ni siquiera es el mármol que se extrae de nuestras montañas, carros que valen hasta cien mil dólares… y por si no bastara viajan a Miami y otras ciudades de Estados Unidos, con más frecuencia con la que ustedes van a Comayagua, ni siquiera a la Capital, ¡a Comayagua! Y por cuestiones de salud generalmente… y ellos por una gripe o por un ligero dolor en la espalada se van de consulta médica al extranjero… ¿y el pueblo? bien, gracias, pero bien jodido… imagínense, les dicen que se tienen que sentir orgullosos, porque la esposa del Unificador al igual que la del Presidente actual, son las damas mejor vestidas de América, como si eso sirviera para mejorar el sistema de salud, para dotar de libros y cuadernos las escuelas públicas, para que se redujera la desnutrición de los hijos y nietos de ustedes… no, eso ni es humano ni cristiano, porque mientras ellas lucen en el extranjero sus vestimentas que cuestan miles de dólar y que son el sudor de un pueblo hambriento, de un pueblo harapiento, un pueblo que no piensa en sí mismo, de un pueblo imbécil, porque sólo a un pueblo majadero, y no me importa si se enojan por la verdad, puede aguantar semejantes abusos y atropellos.

Pregúntenles ¿qué han hecho de este país, durante más de 110 años? Vivir como reyes, mientras el pueblo; ustedes que madrugan para venir a la misa, para estar bien con Dios, ustedes que no tienen segura la comida de mañana, y menos aún la de pasado mañana, se les mueren sus hijos por cosas por las que nunca se muere un niño en un país europeo, por cosas por las que nunca se muere un niño en los Estados Unidos. Por eso yo les digo, piensen, qué será de los hijos de ustedes, de los nietos ustedes, van a desear que sigan viviendo en la misma situación, siempre sirvientes de los que se creen destinados para estarlos explotando y manejándolos como borregos cada vez que hay elecciones... "No sólo de pan vive el hombre", es cierto, pero el hombre que no come, la mujer que no come no puede alabar a Dios, no puede darle gracias a Dios… muchos de estos políticos se acercan a las iglesias para hacer creer que creen en Dios, pero a quien adoran de verdad y alaban en privado es a Satanás, porque si amaran a Dios, amarían al prójimo, y el prójimo son ustedes. Ustedes los que siempre han vivido en la miseria, ustedes los eternamente rechazados por pobres y por faltos de formación y por que no tienen la desvergüenza de quienes los tienen como están... Piensen, reflexionen una vez en su vida, observen en qué viajan, en el tipo de carros que vienen, ahora en helicóptero, ¿cómo es posible? me pregunto yo ¿cómo puede ser posible que ustedes lo sigan permitiendo? …
No ven que están peor que antes, no se han dado cuenta que siguen comiendo de la que comió Torres, como se dice vulgarmente, por no mencionar esa palabra que con sólo mentarla se siente el mal olor (las sonrisa y una que otra carcajada entre cortada se escuchó entre los presentes, que ya estaban acostumbrados a las expresiones del cura); y como sino les bastara, porque al parecer algunos de ellos como que no tienen madre, con el perdón de la madre está claro, se divorcian de la mujer que les aguantó las borracheras y que los apoyó cuando eran unos pobres diablos, y la dejan con sus hijos en la casa del barrio pobre, los que eran pobres o dirigentes campesinos; y dejan a la campesina que les metió el hombro y se juntan con una citadina, y para evitar el remordimiento de conciencia le pasan una pensión de mala muerte con lo que su antigua señora debe hacer milagros, mientras ellos andan por allí o por allá dándose la gran vida ... ¿Padres de la patria? Padres de la corrupción, de la extorsión, de la confabulación con la rapiña extranjera. Padres de la miseria y de la ignominia, de eso es que son padres, y así será mientras ustedes no levanten la cabeza, mientras ustedes no digan basta, ya no más para que se acabe tanto atropello, terminó señalando en su sermón, ante las risitas de los pocos feligreses que se divertían de verlo gesticular cada cosa y de la forma de exponer sus puntos de vista.

El domingo el pueblo amaneció tapizado de carteles con la foto del Unificador. El padre Alberto, más conocido como Yinyer, cuya alborotada melena, aunque aplastada por el agua y el peine a buena mañana, culminaba levantándosele a media misa, haciéndolo lucir más como un joven de la época que como cura párroco en un pueblo poco dado a su conducta liberal, que iba desde patrocinar fiestas bailables, organizar competencias deportivas, en las que participaba activamente (en el caso del fútbol de portero en algunas oportunidades, para aprovechar su estatura y, en otras, de delantero, donde también aprovechaba su estatura anotando goles de cabeza); excursiones con los jóvenes, a los alrededores del pueblo o a las ciudades cercanas; encuentros juveniles; organizar clubes de amas de casa y patronatos; recaudar fondos para centros comunales; escalar montañas y vestir como cualquier mortal cuando no daba misa; y, finalmente, distanciarse con los más poderosos y ricachones del pueblo, que no daban ni la hora (como aprendió a decir), a quienes nunca rindió pleitesía, encontró un buen tema para su sermón de esa mañana, al tropezarse con aquella inmensidad de carteles que cubrían las amarillentas y descascaradas paredes de la iglesia.
Y los que salieron temprano a escucharlo, se sintieron descubiertos por decenas ojos, de un azul poco probable, y rotundamente chiquitos, tan chiquitos como los de una rata gorda en ayunas, según la expresión de Saturnino Ponce Ramírez, desde donde una mirada suplicante, como la desesperación de un mendigo de ciudad, les pedía, más que el dinero de sus bolsas, el voto.
Esto último, de acuerdo con las palabras del cura venía siendo lo mismo, porque es a través del voto, afirmaba, que los políticos encuentran luz verde para sangrar al pueblo. Y si no, fíjense, piensen un poquito cada mañana al levantarse, ¿cuántos de ustedes han superado su situación de pobreza y miseria? Y al llegar a este punto no sólo alzó la voz y habló con mayor contundencia, sino que gesticuló con la vehemencia de un actor de primera línea.
Están peor que antes, sentenció, en cambio ellos (y aquí hizo una nueva pausa) ¿Han visto nuestro "flamante" diputado, al señor de señores de esta región, el gran Chombo Hernández? Y movía su cuerpo simulando una reverencia, imitando a los aduladores de oficio que el diputado tenía en la zona.
-Dos coronelas nuevas. ¿Y saben ustedes cuánto cuesta cada uno de esos carritos? Cuarenta mil dólares, que en este caso, para el pueblo son más millones de dolores. Con ese dinero repararíamos la iglesia y todavía nos sobraría para hacer más cosas.., ¿y ustedes creen que esos tenis que han repartido, son en realidad, un regalo? No hijos, es una limosna que regresan con el dinero que ustedes juegan a la suerte todos los domingos a través la lotería… qué zapatos regalados y qué nada…
Ojalá que cada mañana al levantarse abrieran los ojos de verdad, por eso Cristo dice: "el que tenga ojos que vea, el que tenga oídos que oiga", pero no debemos entender eso solamente para las cosas del cielo; también para las de la tierra. Vivir en la pobreza es también vivir en la tentación, vivir en el remordimiento, vivir en la desesperación y eso también conduce al pecado, porque da paso a la envidia, da paso a la venganza, en fin, tantas cosas; no pueden los políticos sinvergüenzas exigirle a un pueblo que pasa hambre, que vive en chozas miserables, sacrificio, más sacrificio todavía, mientras ellos se construye mansiones con cristal traído de Europa, pisos de mármol importados de Italia, ni siquiera es el mármol que se extrae de nuestras montañas, carros que valen hasta cien mil dólares… y por si no bastara viajan a Miami y otras ciudades de Estados Unidos, con más frecuencia con la que ustedes van a Comayagua, ni siquiera a la Capital, ¡a Comayagua! Y por cuestiones de salud generalmente… y ellos por una gripe o por un ligero dolor en la espalada se van de consulta médica al extranjero… ¿y el pueblo? bien, gracias, pero bien jodido… imagínense, les dicen que se tienen que sentir orgullosos, porque la esposa del Unificador al igual que la del Presidente actual, son las damas mejor vestidas de América, como si eso sirviera para mejorar el sistema de salud, para dotar de libros y cuadernos las escuelas públicas, para que se redujera la desnutrición de los hijos y nietos de ustedes… no, eso ni es humano ni cristiano, porque mientras ellas lucen en el extranjero sus vestimentas que cuestan miles de dólar y que son el sudor de un pueblo hambriento, de un pueblo harapiento, un pueblo que no piensa en sí mismo, de un pueblo imbécil, porque sólo a un pueblo majadero, y no me importa si se enojan por la verdad, puede aguantar semejantes abusos y atropellos.

Pregúntenles ¿qué han hecho de este país, durante más de 110 años? Vivir como reyes, mientras el pueblo; ustedes que madrugan para venir a la misa, para estar bien con Dios, ustedes que no tienen segura la comida de mañana, y menos aún la de pasado mañana, se les mueren sus hijos por cosas por las que nunca se muere un niño en un país europeo, por cosas por las que nunca se muere un niño en los Estados Unidos. Por eso yo les digo, piensen, qué será de los hijos de ustedes, de los nietos ustedes, van a desear que sigan viviendo en la misma situación, siempre sirvientes de los que se creen destinados para estarlos explotando y manejándolos como borregos cada vez que hay elecciones... "No sólo de pan vive el hombre", es cierto, pero el hombre que no come, la mujer que no come no puede alabar a Dios, no puede darle gracias a Dios… muchos de estos políticos se acercan a las iglesias para hacer creer que creen en Dios, pero a quien adoran de verdad y alaban en privado es a Satanás, porque si amaran a Dios, amarían al prójimo, y el prójimo son ustedes. Ustedes los que siempre han vivido en la miseria, ustedes los eternamente rechazados por pobres y por faltos de formación y por que no tienen la desvergüenza de quienes los tienen como están... Piensen, reflexionen una vez en su vida, observen en qué viajan, en el tipo de carros que vienen, ahora en helicóptero, ¿cómo es posible? me pregunto yo ¿cómo puede ser posible que ustedes lo sigan permitiendo? …
No ven que están peor que antes, no se han dado cuenta que siguen comiendo de la que comió Torres, como se dice vulgarmente, por no mencionar esa palabra que con sólo mentarla se siente el mal olor (las sonrisa y una que otra carcajada entre cortada se escuchó entre los presentes, que ya estaban acostumbrados a las expresiones del cura); y como sino les bastara, porque al parecer algunos de ellos como que no tienen madre, con el perdón de la madre está claro, se divorcian de la mujer que les aguantó las borracheras y que los apoyó cuando eran unos pobres diablos, y la dejan con sus hijos en la casa del barrio pobre, los que eran pobres o dirigentes campesinos; y dejan a la campesina que les metió el hombro y se juntan con una citadina, y para evitar el remordimiento de conciencia le pasan una pensión de mala muerte con lo que su antigua señora debe hacer milagros, mientras ellos andan por allí o por allá dándose la gran vida ... ¿Padres de la patria? Padres de la corrupción, de la extorsión, de la confabulación con la rapiña extranjera. Padres de la miseria y de la ignominia, de eso es que son padres, y así será mientras ustedes no levanten la cabeza, mientras ustedes no digan basta, ya no más para que se acabe tanto atropello, terminó señalando en su sermón, ante las risitas de los pocos feligreses que se divertían de verlo gesticular cada cosa y de la forma de exponer sus puntos de vista.

viernes, 19 de septiembre de 2008

DOS POETAS ROMANTICOS

MANUEL MOLINA VIGIL


TE AMO AÚN

Hubo un tiempo ¿recuerdas? que a tu mano
Estrechaba la mía tiernamente;
Hubo un día, es verdad, que allá en tu frente
Mi ardiente labio se posaba ufano.

¿Quién me dijera entonces que cercano
Estaba el fin de nuestro amor vehemente,
Y que a tu corazón indiferente
Mí corazón invocaría en vano?

Embriagado en tu rostro, yo creía
Eternas tu pasión y mi ventura;
Pero al fin de olvidarme llegó el día;

Se extinguió de tu amor la llama pura,
Y hoy miras impasible mi agonía
¡Y yo adoro en silencio tu hermosura!


JOSE ANTONIO DOMÍNGUEZ


AMOROSA

Yo te he visto, en esa hora fugitiva
en que la tarde a desmayar empieza
doblar cual lirio enfermo la cabeza,
la cabeza adorable y pensativa.

Y entonces, más que nunca, sugestiva
se ha mostrado a mis ojos tu belleza,
como en un claro-oscuro de tristeza
con palidez que encanta y que cautiva.

Y es que en tu corazón, antes dormido
el ave del amor ha hecho su nido
y entona su dulcísimo cantar.

Y al escucharle, en ondas de ternura,
languidece de ensueños tu hermosura
como un suave crepúsculo en el mar!



EL BUEY

Tipo de resignada mansedumbre,
al yugo la cerviz humilde inclina
y el rudo carro que al rodar rechina
arrastra con su grave pesadumbre.

Ya habituando a perpetua servidumbre
con lentitud y dejadez camina:
pero en sus grandes ojos se adivina
de una inmensa nostalgia la vislumbre.

Y cuando libre siente la cabeza
del yugo y sobre el césped rumia echado,
quien sabe si no evoque en su tristeza

el tiempo aquel en que, arrogante toro,
por su corte de vacas rodeado,
lanzó en el bosque su bramar sonoro.



SUEÑO ROJO

Soñé que en roja cólera inflamado
por calmar el infierno de mis penas,
tuve sed de la sangre de tus venas
y a ti lleguéme, de puñal armado.

Luego, con el furor de un trastornado,
como un tigre que rompe sus cadenas,
sobre tu lácteo pecho de azucenas
hundí el acero y lo dejé clavado.

Tu sangre, a borbotones, por la herida
vi brotar juntamente con tu vida,
y me gocé en tu fin con raro empeño,

mas, cuando quise entre mis dedos rojos
extraer tu corazón hecho despojos,
lancé un suspiro y. . .desperté del sueño.

viernes, 5 de septiembre de 2008

EL CUENTO DE LA SEMANA

EL ULTIMO VUELO
DEL PAJARO TRAVIESO

JORGE LUIS OVIEDO

Después de muchos años de incesante trabajo logró terminar su obra maestra.


La idea le comenzó a roer el pensamiento una mañana en que el profesor nos leyó algo sobre un personaje de la mitología griega, que volaba con unas alas de cera que, un mediodía tan calcinante como los del Sur de Honduras en época de verano, se le derritieron en pleno vuelo y se precipitó como fulminado por un rayo, en las aguas de aquellos mares lejanos y antiguos.

Esa misma noche Cesarín soñó que sobrevolaba el pueblo ante la mirada atónita de parientes y amigos que lo vitoreaban con estruendoso entusiasmo. Y al día siguiente decidió, de primas a primeras, abandonar la escuela para entregarse a tiempo completo a la fabrica-ción de un par de alas. Y como él era el sabio de la familia, sus padrastros no tuvieron más remedio que consentirle aquel arrebato de locura.

–Es la voluntad de Dios dijo doña Clementina, con un aire de recompensa, ante el frecuente asedio de sus vecinas más cercanas e indiscretas, quienes hicieron de aquello su plato favorito desde ese día.

Casi dos meses después lograron construir, con la ayuda de un talabartero imaginativo y un carpintero de pocos atrevimientos, un enorme y colorido par de alas de cartón.

Cesarín las contempló con una alegría tan grande y efectiva que no le cabía en el rostro. Sintió que sus vellos se levantaban como cuando sentía frío o se ponía nervioso o aterrado al oír cuentos de aparecidos en boca de Chimayo Flores y que el corazón le retozaba como la briosa estampida de una manada de potros salvajes; y comprobó, por casualidad, que además de hermosas, eran enormes como su locura.

El último domingo de un febrero seco y caluroso, todos en la familia se levantaron de madrugada, más de madrugada que de costumbre, contrario a la vieja tradición familiar de dormir hasta tarde ese día de la semana. Cuando comenzaba a clarear partieron en excursión hacia uno de los terrenos de don Juan José de Jesús Antonio de la Sierra; y en el instante en que las campanas de la iglesia del pueblo anunciaban la misa de seis, ellos alcanzaban la cúspide de uno de los cerros más altos de la región.

Desde aquellas alturas poco frecuentadas, vieron erguirse el sol sobre el filo de las montañas como el furioso ojo de un cíclope, a tiempo que la niebla y la escarcha del amanecer se diluían al contacto con los dorados y ardientes pinchazos de los cien mil dedos solares que se habrían paso entre las sombras, arañando, con precipitada violencia, los últimos rincones de la oscuridad sorprendida en su octavo y último sueño, mientras procedían a sujetarle las alas a Cesarín, quien las extendía con la torpeza de un zopilote cansado; y tratando de darse ánimo, exclamaba con insistencia, al ritmo de una letanía:

–Lo lograremos, mamá, va ver que lo lograremos...
–Sí, mañana serás famoso, replicaba ella, con un tono de duda reprimida que desesperadamente trataba de disimular con unas sonrisas mañaneras que se dibujaba en el rostro con la fragilidad de un mal pintor de retratos.

Pese a los lógicos temores, imaginaba a Cesarín sobrevolando el pueblo y el resto de aldeas cercanas, sostenido por un hilo mágico; y lo veía fotografiado al día siguiente, en pleno vuelo, en todos los periódicos del país, mientras la noticia se difundía como reguero de pólvora por todo el mundo, refiriendo la asombrosa hazaña de su hijo adoptivo. Así lo vio segundos después, cuando él comenzó a tomar impulso hacia el precipicio y ella prefirió cerrar los ojos.

En cambio su marido, escéptico aún, observaba todos los movimientos desde la ladera y calculaba el tamaño del golpe; pero cuando Cesarín estuvo finalmente listo, exclamó resignado: Que se haga la voluntad de Dios.

Casi al instante lo vio tomar impulsó y comprobó por la forma de correr de su hijastro, que tenía su caminado. Eso estaba pensando cuando lo observó, calladamente y sin poder hacer absolutamente nada, ensayar un aleteo inútil para luego hundirse, fácil, como un objeto cualquiera, en la garganta del barranco, tan veloz que Cesarín, aterrado como se sintió, no tuvo tiempo de accionar sus alas.

Cuando dos horas después sobresaltado, por el alboroto que armaba la gente que había contratado su padrastro para rescatarlo de las ramas de aquellos elevados árboles que, casi por milagro, se habían atravesado en su camino para salvarlo de una muerte segura, lo único que se le agolpó en la mente, como una idea imborrable, es que aquél era, apenas, el primer intento.

Don Juan José de Jesús Antonio de la Sierra trató de persuadirlo, diciéndole que cuando terminara el bachillerato lo enviaría a estudiar aviación a los Estados Unidos, y como regalo de graduación, te compraré, le dijo; una avioneta para que podás volar a tu antojo todo el tiempo que te venga en gana.

Todo el mundo creyó que con semejante ofrecimiento Cesarín desistiría; pero no había terminado de recuperarse de sus múltiples magulladuras cuando volvió a emprender un nuevo proyecto. No tardó demasiado tiempo en construirse un nuevo par de alas; esta vez con la ayuda de un sastre ingenioso y un carpintero aprovechado, quienes las fabricaron con marcos de bambú y manta estampada. Aunque muy parecidas a las anteriores, se veían más livianas y resistentes.

Con la experiencia acumulada, a costas del primer fracaso, Cesaran prefirió esperar unas cuantas semanas, durante las cuales efectuó ejercicios diarios con el fin de adquirir la fuerza y práctica necesarias a la hora de llevar a cabo un segundo intento. Casi un mes después invitó a sus principales amigos y parientes, quienes atraídos por la extravagancia nos dimos cita.
Los resultados no pudieron ser peores que los de la primera vez. Sólo que en esta ocasión en vez de quedar enredado entre las ramas de los árboles, cayó de sopetón en una poza del río grande, llena de bañistas incrédulos, quienes se encargaron de rescatarlo.

Algunos pensaron que trataba de un astronauta salido de órbita, otros de algún paracaidista decepcio-nado de la vida por algún amor no correspondido, la mayoría, sin embargo, debido a su apego a la religión, creyeron que se trataba de un ángel moribundo que acababa de ser deportado del cielo, por rebelde, del mismo modo que una vez se hiciera, hace muchísimo tiempo, con Luz Bel.

Pero todo ese mundo de especulación antojadiza se les vino a tierra, cuando tropezaron con el inconfun-dible rostro de Cesarín que, únicamente, reflejaba unas reprimidas y terribles ganas de volar.

Cesarín, necio como decían las vecinas que era, no perdió el aplomo, ante lo rotundo de su segundo fracaso, del cual, a Dios gracias y al agua de la poza, salió mejor librado que de la primera ocasión Una madrugada calurosa como casi todas las madrugadas del trópico despertó sobresaltado y dando saltos de alegría, con los cuales contagió a sus hermanos menores y finalmente a toda la familia, incluidos los vecinos más cercanos, quienes se levantaron creyendo que se trataba de un incendio-.

El alboroto, sin embargo, se debía a una idea genial (de acuerdo con el calificativo que él mismo le otorgó días más tarde). Su madre, como siempre, optó por complacerlo en todo y medió para que su esposo cediera ante los atrevidos planes de Cesarín.
Fue así como, durante los períodos en que las garzas, llegaban a comerse las garrapatas del ganado de don Juan José de Jesús Antonio de la Sierra, sus trabajadores se dedicaron a matarlas y desplumarías, llegando a reunir, en un tiempo relativamente corto, un total de dos millones 266 mil 729 plumas, cantidad más que suficiente para confeccionar las nuevas alas de Cesarín. -Son más bellas que las de los ángeles, repetía llena de gozo doña Clementina cuando las vio terminadas.

Para entonces nadie dudaba ya de la locura de Cesarín y de corno su madre se había ido contagiando progresivamente, al punto de haber abandonado por completo y de una manera brusca, los oficios religiosos, para seguir con detalle las interminables prácticas de su hijastro.

Su vecina de enfrente, doña Azucena Martínez, muy dada a aventurar opiniones, aunque no se las estuviera pidiendo, aseguraba con pose de sabedora profunda en asuntos raros que Cesarín tenía más leña para brujo que para santo. Doña Clementina, sin embargo, con un creciente optimismo, sostenía sin ninguna malicia: “Es la voluntad de Dios". El resto de la gente, más apegada a la lógica y a la realidad, consideraba que todo se debía a la locura colectiva que había contagiado a la familia, y por eso muy a menudo se les escuchaba decir: a nadie que sea cuerdo se le puede ocurrir apoyar semejantes disparates.

Por fin, y después de interminables ensayos que ya amenazaban con volverse eternos, sus padres dispusieron la fecha y el lugar para efectuar el último vuelo; ya que de acuerdo con las perspectivas de don Juan José de Jesús Antonio de la Sierra, si no se mataba –que era lo más probable– había decidido de todos modos no apoyarlo más. De manera que llamar al disparate el tercer intento no era del todo inapropiado, pues al fin y al cabo, ya se sabe que a la tercera es la vencida. Pero lo cierto es que la gente, ocurrente como suele ser, convino de manera casual y espontánea, en ponerle: el último vuelo del pájaro travieso. Para entonces la noticia se había propagado por todos los alrededores. Por eso el tercer domingo de mayo de 1968 a las cuatro de la tarde, una hora antes del vuelo, el pueblo se encontraba intransitable, más intransitable incluso que en época de feria. Todo el mundo andaba buscando el mejor lugar para mirar con lujo de detalles (como dicen los periodistas) el espectáculo que depararía aquella locura.

Casi todos estábamos seguros de que la vaina terminaría en tragedia; por eso muchos de mis compañeros decían, medio en broma y medio en serio: "esta noche habrá velorio en casa de rico".

A las cinco de la tarde la mayor parte de la gente se había aglomerado en la falda del cerro. Hubo un grupo que arregló una manta inmensa. Todo por si a Cesarín se le ocurría desplomarse o desplumarse, como dijeron otros, que era lo más seguro, debido a los rotundos fracasos anteriores, que si no terminaron en tragedia es porque no le había llegado la hora.

A la cima solamente subimos sus dos amigos íntimos y no tanto porque nos agradaba la idea de estar allí, si no porque él insistió con ruegos diciendo que nosotros le inspirábamos valor, aunque en realidad –y eso mucho tiempo atrás– nada más le dábamos cuerda y le seguíamos la corriente; pero cuando vimos que su travesura se estaba convirtiendo en una cosa de locos, optamos por hacernos los desentendidos, no obstante, a la hora de la verdad de nada nos valió. Por eso allí estábamos ahora junto a sus padrastros, a sus hermanos y al cura. ¡Era de vernos! Estábamos más nerviosos que el propio Cesarín. Doña Clementina, a pesar del optimismo que trataba de expresar con sus palabras de aliento, se mostraba agitada e inquieta. Una ola de aflicción le saltaba a empellones, exactamente, en la mitad de su rostro, ceniciento y regordete, mientras se frotaba las manos con insistencia como si tratara de desprenderse alguna mancha de la piel, a tiempo que de sus escuálidos ojillos afloraba, a borbotones, la duda y el misterio. Don Juan José de Jesús Antonio de la Sierra, por su parte, no hacía más que rascarse la barbilla y muy de vez en cuando, su rala cabellera gris. Sus hermanastros, en cambio, gozaban a mares al ver a Cesarín agitando sus alas con notable dominio. El cura, metido en su oscura sotana, rezaba un rosario pronunciando los padrenuestros y las avemarías a medias, a través de un prolongado susurro que más bien parecía que estaba paladeando el café. En un par de ocasiones lo escuchamos decir: “Haz, Señor que se haga tu voluntad y perdónanos si con esto ofendemos tu nombre y tu divina gracia”. Por su parte, Andrés, mi compañero, se había sumergido entero en las aguas del asombro y observaba en silencio, con la precisión de un cirujano, cada movimiento, cada detalle. Yo tenía la certeza de que Cesarín volvería a desgajarse como un zopilote fulminado por un disparo, pensaba en el tiempo que le llevaría reponerse del susto y los golpes, y en el día en que estaríamos de nuevo, presenciando otro último vuelo.

A las cinco en punto de la tarde, como dije, hora en que se había previsto el vuelo, Cesarín inició su recorrido unos cincuenta y tantos metros antes de la hondonada. Hacía un viento favorable que arrastraba consigo una amarilla nube de polen. La tarde continuaba despejada y fresca. El sol se veía semihundido a lo lejos sobre las azules montañas, ya naranja y con poco brillo y calor. Y a unos cincuenta metros más abajo, en las pedregosas faldas del cerro, los curiosos se sumieron en un profundo y prolongado silencio (que en este caso no tenía por qué ser sepulcral). Muchos de ellos ni siquiera lo vieron arrancar a trote regular, pero dado lo intenso de aquel silencio, escucharon sus pasos golpeando la dura costra del cerro. Se percataron, solamente de oídas, del primer resbalón sufrido al nomás arrancar, y que por poco lo hace caer, pero él supo muy bien mantener el equilibrio. Fue entonces cuando reparé en su rostro visiblemente pálido. Supe que sudaba de una manera rara; daba la impresión de que sobre su cara había caído una llovizna repentina. Me miró de reojo y sonrió, después mantuvo la mirada fija y firme hacia adelante, como si a través de ella se sostendría en el aire, y no con las fuerzas de sus brazos y el hábil manejo de sus enormes alas blancas y olorosas a loción de afeitar –porque a última hora su padrastro dio la orden de que les echaran algo, para contrarrestar el olor a garza que todavía exhalaban–. Cuando pasó frente a mí me di cuenta que en realidad veía en dirección hacia una nube de pájaros (pericos recuerdo) que en ese momento cruzaban el aire con su ignorancia a cuestas. Le faltarían unos 20 o 25 metros cuando lo vi dar un segundo resbalón, menos brusco que el primero. Para entonces su madre además de haber cerrado los ojos se había tapado el rostro con ambas manos; el cura dejó escapar un pujido, mientras sus hermanos, corriendo en dirección contraria, estuvieron apunto de cortarle el paso; pero ante el inesperado grito de su padre se detuvieron a unos metros de Cesarín, quien unos segundos después se precipitó al vació con las alas extendidas.

Todo el mundo enmudeció, pero no por la expectación sino por el asombro, cuando lo vieron dar unos torpes aletazos de pájaro tierno que se fueron haciendo cada vez más intensos y rítmicos.
Doña Clementina, que se terminó acercando por inercia al borde del precipicio, con el fin de observar la caída de su hijo, cuando descubrió que todo el pueblo tenía la vista puesta en el cielo, cayó en la cuenta y sin divisar siquiera a Cesarín, comenzó a dar saltos de alegría y a gritar: lo logró, lo logró...

Esa noche, si bien no hubo velorio en casa de rico, hubo carnaval en el pueblo; y cada uno comentó a su manera el increíble suceso.

Doña Clementina, presa aún en su asombro, mientras repartía tortas y café a la gente que llenó su casa en tropel, seguía repitiendo: “Lo logró, vio usted, como lo logró... y ustedes que decían que yo estaba loca porque lo apoyaba... yo siempre tuve fe, ya ven que lo logró...”

Pasó una semana y pasaron dos semanas y pasaron tres y unos días más y Cesarín no regresaba. Algunas personas, entre ellas el cura, sostenían con una fe ciega que se había convertido en ángel y que a esas alturas se encontraba, a lo mejor, tocándole las puertas a San Pedro; los más incrédulos, sostenían que encontraría en algún pueblo cercano divirtiendo a la gente; otros decían que probablemente estaría muerto en alguna hondonada. Doña Azucena Martínez, por su parte, se limitó a decir: “Bien decía yo que Cesarín tenía más leña para brujo que para santo.”

Lo cierto es que un mes después de estar afanados en su búsqueda por todos los lugares de la región, no se pudo dar con él. Cuadrillas enteras de hombres bien equipados recorrieron la cordillera buscando entre los árboles, bajo las piedras, en los ríos, en las hondonadas, preguntando a toda persona que encontraban al paso; en las aldeas y pueblos anduvieron casa por casa; simultáneamente se colocaron avisos en la radio y en los periódicos, por si había ido a caer a algún sitio lejano, pero no se llegó a saber absolutamente nada de él.

Esto sirvió para que el cura confirmara sus sospechas divinas. Para entonces, su madrastra, doña Clementina, había comenzado a prepararse unas alas, solamente que con plumas de zopilotes por la escasez de garzas, para ir en busca de Cesarín.



LA CALLE PROHIBIDA
POMPEYO DEL VALLE

A PILI (PRIMERO LAS DAMAS) Y A CARLOS FERNÁNDEZ, BAJO EL CIELO DE MÉXICO

En un café de la plaza Saint - Michel de París, la taciturna y el viejo emigrante de una pequeña nación hispanoamericana oye, escéptico, los pormenores de la situación política y social de su tierra, de la que esta ausente hace más de veinte año. Al hombre se le antojaban increíbles relatos que hacen algunos jóvenes recién llegados ala urbe con el animo de estudiar cuando no de alcanzar la gloria. Entre los relatos hay uno que, de especial manera, escalda a nuestro hombre: el caudillo que ha convertido la pequeña república tropical en su hacienda particular tiene una concubina a la que honra con una visita reglamentaria todos los viernes, pues, a la par de metódico, es muy supersticioso. Durante el tiempo que dura esa visita se cuatro de la tarde a siete de la noche , ni un minuto mas, ni un minuto menos- esta terminantemente prohibido el tránsito de vehículos y peatones por la calle que vive la amasia. Además, todas las puertas y ventanas de las casas del vecindario deben estar completamente cerradas. Los infractores de la ley sufren una sanción terrible: son dados por alimento a los caballos diabólicos de dictador.

Bartolo Gris- que está en el nombre del incrédulo- decide un día, olvidado ya del cuento, ir a pasar unas breves vacaciones en su país natal, por el que experimenta vaga nostalgia. Como no tiene parientes en la capital- donde se ha detenido para viajar posteriormente al interior del país, a su minúscula provincia se aloja en un hotel y lucha desde el primer momento por acostumbrarse ala extraña atmósfera que parece envolverlo desde que bajo del avión, en el primitivo aeropuerto. Toma una ducha fría, bebe en bar. Un tonificante baso de güisqui con soda y sale, ya laxo a dar un paseo por la ciudad, en uno de cuyos colegios curso el bachillerato y hasta fue capitán del equipo de básquet.

El hombre y las horas discurren. Sin darse cuenta- su memoria se halla lastrado por los recuerdos- ha entrado en la calle prohibida todo esta allí tranquilo, solitario, como petrificado. No se mueva una hoja. Bartolo Gris se escoge de hombros y empieza a silbar bajito, como cuando se tiene miedo o no se sabe que hacer. De repente el débil silbido se la hiela en los labios al irrumpir, el silencio como si no tocara el suelo empedrado, un negro carruaje, tirado por seis caballos, también negros, el cochero abandona el pescante y abre la puerta derecha del vehículo. Del interior brota primero una mano cuyo dedo anular ostenta una sortija que lleva engastada una enorme piedra purpúrea; luego asoma una pata descomunal, de macho cabrío, que proyecta una larga sombra sobre la tierra y aun sube por las altas paredes, hasta prenderse en el borde, ribeteado de sangre, de las nubes de trapo. Es la sombra nacional, la sombra gigante del amo absoluto de aquel feudo construido entre montes azules y rió con peses sonámbulos.

Los ojos del grande y poderoso señor recorren la calle sola, polvorienta, y descubren al incauto que permanece inmóvil, mirándolo, bajo el rótulo de una pescadería. En las pupilas omnímodas se encienden dos rojos puntos de cólera que parecen cobrar vida independiente, como dos animales esféricos, Y Bartolo Gris se encuentra de pronto flotando en el vació levitado, sacudido en el aire eléctrico. Sus ropas se vuelven anchas inmensas, como negras praderas donde caballos enloquecidos batallan con dragones de azufre, y mira, angustiado, el color verde que va cubriendo su piel, sus manos, sus uñas. Se acuerda de las noches pasadas en las Riberas Francesas y suda y sonríe y suspira doloroso conmovido por las saudade como dicen en el Brasil. También piensa en que el billar ha sido unos de sus pasatiempos favoritos. Ve, con la imaginación, las lisas esferas de marfil corriendo por la suave felpa y hundiéndose en las buchacas de cuero, después de trazar alegres carambolas. Sus piernas ya no tienen fuerzas para sostenerlo. Se doblan como frágiles briznas, lo dejan caer pesadamente convertido en un montón de zacate fresco, dentro de su impecable traje de corte inglés.

El cochero recoge el haz de hierba húmeda y resplandeciente, y se la ofrece a uno de los caballos que arrastran la carroza del comandante supremo de la fuerza de tierra, mar y aire y presidente vitalicio de la república