viernes, 16 de abril de 2010

Como mi general no hay dos: Glorificación irónica de Gustavo Álvarez Martínez

Ann Van Camp

Como mi general no hay dos: Glorificación irónica
de Gustavo Álvarez Martínez

Universidad de Gante, Bélgica

Esta ponencia fue leída en la XXI Jornada Aleph, dedicada a "(Meta)ficción historiográfica" y celebrada en Gante, el sábado 23 de febrero de 2002. Fue publicada en Aleph número 17, enero de 2003, Bélgica.

Como mi general no hay dos (1990) del hondureño Jorge Luis Oviedo se ofrece como un monólogo de un cabo pobre que glorifica a su antiguo general, el mismo día en que éste fue asesinado. El cabo Antúnez condena rotundamente el asesinato e intenta rescatar la memoria de su general al ensalzarlo y al desmentir las acusaciones en contra suya, pero gracias a la tremenda ironía del relato, se consigue más bien lo contrario. A continuación, mostraremos no sólo cómo la novela recrea la figura y la doctrina de un personaje histórico, sino además por qué la calificamos de 'irónica' y de 'metaficcional'.

Como Gustavo Álvarez Martínez no hay dos

Aunque el cabo no nombra ni una sola vez a su general, resulta claro que Como mi general no hay dos habla de Gustavo Álvarez Martínez, jefe de las Fuerzas Armadas de Honduras de 1982 hasta 1984 y fiel ejecutor de la lucha anti-comunista impulsada por Ronald Reagan. Para empezar, el propio cabo nos ofrece varias claves para identificar a su general: abre y cierra la narración refiriéndose a su muerte; alude a su destitución, a su exilio en Miami y a su conversión religiosa; menciona una visita del Papa, sin duda la visita de Juan Pablo II a Honduras en marzo de 1983 cuando Álvarez todavía era Jefe de las Fuerzas Armadas; nombra a algunas personas desaparecidas por él; comenta no sólo el ascenso de Álvarez Martínez, sino también las condecoraciones que recibió de Ronald Reagan, de George Bush padre y del entonces presidente de Honduras, Roberto Suazo Córdova, y, por último, parafrasea el feroz anti-comunismo del general, supuestamente justificado por la Doctrina de la Seguridad Nacional.

Asimismo, el tercer epígrafe de la novela disipa cualquier duda, puesto que cita precisamente a Gustavo Álvarez Martínez. Se trata de un extracto del último testimonio que ofreció en una iglesia en Tegucigalpa el 24 de abril de 1989, un día antes de ser matado1. Convertido en un predicador religioso después de su destitución, el «hermano Tavo» (así lo apodan en Honduras) habla del cristianismo en términos claramente bélicos: identifica a un cristiano con un soldado y a la Iglesia con un éjercito. Esta consabida asociación de lo religioso con lo militar vuelve a lo largo de todo el discurso del cabo y no es nada inocente: pretende mostrar que el poder militar domina todos los sectores de la vida social y que se apoya en la religión para justificar la dura represión del presunto 'peligro rojo'. Además, hubiera sido con la ayuda del Señor con la que Álvarez logró erigirse en 'pacificador' del país al combatir las fuerzas de izquierda. Esta imagen benefactora de Álvarez Martínez, la intenta confirmar el elogio del cabo, pero contrasta fuertemente con la manera como lo presenta el autor implícito, ya que éste añade debajo del epígrafe: «Jefe de las FF.AA. de Honduras, período en que comenzaron a operar los Escuadrones de la muerte y desaparecen en el país 144 personas, supuestamente vinculados a la 'subversión' » (Oviedo, 1990: 22). Este retrato del general como represor no entra en la apología del cabo Antúnez sino para desacreditar las denuncias como «mentiras» (ibid.: 61) o «papadas» (ibid: 46) de los comunistas.

Voces contradictorias en los epígrafes

En los dos primeros epígrafes, respectivamente una cita de Juan Manuel de Rosas y otra de Jorge Ubico, encontramos una contradicción semejante. Si Rosas se hace pasar por un 'Ilustre Restaurador de las Leyes', cohonestando las futuras persecuciones sangrientas de los unitarios en nombre de Dios y la Patria2, el autor implícito lo llama un «dictador argentino» (Oviedo, 1990: 21). A la cita de Ubico3, que justificaría su falta de escrúpulos también en nombre de la Patria, el autor implícito añade que Ubico «dictó el destino de Guatemala desde 1931 hasta 1944» (Oviedo, 1990: 21, énfasis nuestro). El cuarto epígrafe, por último, constituye un «contrapunto irónico en la voz de Las Casas, en ese conocido episodio de un indígena que no quiere ir al cielo de los cristianos tras experimentar su crueldad» (Millares, 1997: 31)4. Contrastando con las voces agresivas de Rosas, Ubico y Álvarez, este fragmento nos ofrece la visión de un cacique que lleva hasta el extremo su resistencia. Su respuesta al religioso español es sumamente irónica, puesto que pone de manifiesto la inmensa discrepancia que media entre la doctrina católica y la crueldad de los conquistadores supuestamente cristianos.

Ahora bien, como base de la expresión irónica, Pere Ballart indica precisamente un conflicto que nos invita a invertir el sentido literal de los enunciados (cf. Ballart, 1994: 325). De acuerdo con él, distinguiremos tres ámbitos donde se sitúan los contrastes que desencadenan la ironía: primero, dentro del texto, segundo, entre el texto y su contexto de comunicación y, tercero, entre el texto y otros textos (cf. ibid: 326-355). Por lo que se refiere a la ironía dentro del texto, los conflictos en los epígrafes cumplen la función esencial de marcar la intención irónica del autor implícito, que busca criticar disimulada, pero vehementemente la represión del pueblo hondureño a principios de los años ochenta. Ocultando cuidadosamente su presencia en el texto, el autor implícito ha puesto la narración en boca del cabo Antúnez, «un oscuro, anodino y vulgar personaje» (Cárdenas Amador, 1990: 12), cuya «voz simple, ingenua y franca [...] inadvertidamente presenta al desnudo la ideología del poder» (Acevedo, 1993: 6). Por muy escasa que fuera la educación del militar y por muy incondicionalmente que apoyara a su general, en su discurso abundan las figuras retóricas que contribuyen a un efecto irónico.

Un cabo sorprendentemente 'elocuente'

Primero, Antúnez recurre con frecuencia al eufemismo con objeto de mitigar algunos aspectos perjudiciales para la imagen de su general. Por ejemplo, aunque el 31 de marzo de 1984 Gustavo Álvarez Martínez fue depuesto por el comandante de la Fuerza Aérea Hondureña, el cabo representa esta destitución como una dimisión voluntaria, del mismo modo que en otras ocasiones expresa que el general « estaba retirado» (Oviedo, 1990: 60) o que «dejó la butaca de la jefatura de las Fuerzas Armadas» (Oviedo, 1990: 67): él se fue para los Yunái, despuesito que terminó el mandato en las Fuerzas Armadas, fue como que en realidad hubiera sido el presidente del país, porque con cualquier problemita, a su casa iba a dar todo el mundo, pues resulta que mi general se la dió para los Yunái, a tomarse unas vacaciones (Oviedo, 1990: 28)

Este fragmento, al mismo tiempo, denuncia de manera velada que el general disponía del verdadero poder militar, político y económico, a pesar de que el civil Roberto Suazo Córdova desempeñaba el cargo de presidente.

Otra figura retórica que emplea el narrador es la lítote, a fin de afirmar con mayor fuerza lo que niega. Así, cuando el cabo dice de su general: «no es que él haya sido lo que se dice mujeriego mujeriego» (Oviedo, 1990: 78), entonces ya nadie duda de que el general sí acosaba a las mujeres.

Luego, el cabo también se empeña en desmentir la corrupción de la que fue acusado su general, pero sólo llega a probar su propia incapacidad para argumentar razonablemente. Así, refuta las inculpaciones de que el general «era un vendido a la compañía, la Estandard mentada» como «una sarta de mentiras así de grande», alegando simplemente: «me quemo las manos por mi general, sí señor, porque yo conozco rebién a su familia» (Oviedo, 1990: 38), como si esto demostrara algo. Después, añade que «ninguna necesidad tenía él de dejarse sobornar y recibir pisto de la Estandar [...] porque el pisto fue lo que siempre le sobró» (Oviedo, 1990: 40), sin darse cuenta de que lo último significa, quizá, que su general sí haya aceptado dinero de los gringos. Aun implica al lector en el asunto y, de pasada, termina por admitir la corrupción del general: si a usted la gente, cuando está en su puesto, le envía sus regalitos, ya sea por quedar bien o porque de a de veras son amigos suyos, pues tampoco usted va a decir no, no me den nada, y le voy a decir otra cosa, mi general siempre se mereció más que los regalos y las donaciones y las becas para sus hijos y todas esas cosas (Oviedo, 1990: 41)

Esta cita ilustra, a la vez, que el cabo no deja de dirigirle la palabra al lector implícito. Unas veces, se propone crear un ambiente de confianza o aumentar su credibilidad («y aquí entre nos, para serle franco», Oviedo, 1990: 35), otras veces quiere mantener, estructurar o comentar la comunicación («para no hacerle largo el cuento, no vaya ser que se me duerma», Oviedo, 1990: 35). Pero para volver a la corrupción, el cabo revela también que él, a su vez, recibió unos regalos de su general5. Visto así, ¿qué queda de su credibilidad en cuanto defensor del general?

Además de eufemismos, lítotes y argumentaciones distorsionadas (reductiones ad absurdum ), encontramos en el relato una verdadera exuberancia verbal. El cabo goza haciendo uso abundante de la repetición, la enumeración, el hipérbole y términos grandilocuentes. Por ejemplo, escúchenlo destacar la piedad y el patriotismo de su general: «él era bautizado, confesado, comulgado, muy católico, apostólico y romano, y, por supuesto, hondureño de pura cepa como no habrá otro» (Oviedo, 1990: 23). Inútil indicar que tanta palabrería vacía el mensaje. Sobre todo cuando Antúnez invoca la autoridad de su general, del Papa o de los presidentes norteamericanos, se enreda con sus conceptos solemnes, descubriendo así la discrepancia entre los poderes hegemónicos y las capas populares a las que pertenece en cuanto militar pobre. En efecto, por muy dócilmente que sirviera a su general, el cabo no entiende en absoluto los fundamentos de su ideología. De acuerdo con la Doctrina de la Seguridad Nacional, Gustavo Álvarez Martínez se basaba en conceptos demagógicos como Dios, la Patria y la protección de la soberanía nacional contra 'el enemigo' para impulsar la represión de toda persona que oliera a comunista, no sólo en Honduras, sino también en los países vecinos Nicaragua y El Salvador6. Si bien el cabo apoya vehementemente la persecución de los «ñángaras» (o sea, los izquierdistas), tergiversa totalmente el discurso político de su general, puesto que el término 'soberanía' no le inspira sino el recuerdo de sus amoríos con una muchacha llamada Soberanía: “los ñángaras siempre han querido hacer de Honduras otra Cuba y otra Nicaragua, decía mi general y no sólo él, hay montones de gente que opinan lo mismo, pero para eso estaba él, [...] gran defensor de la soberanía [...], ahora yo, para serle franco, no tengo muy claro eso de la soberanía, pero eso sí, es un nombre que me gusta mucho pronunciar porque yo tuve una novia que así se llamaba, Soberanía Martínez, [...] , una vez le di una rebanada pijuda en la cocina de su casa, doña Petrona casi nos encuentra, lástima que nunca pudimos hacer travesuras, Soberanía, Soberanía, que rico cheto tenías [...], pero ya en lo que se refiere a la soberanía nacional, mi general era el defensor (Oviedo, 1990: 56)

Como indica Pere Ballart, el paso repentino de un concepto abstracto y serio a unas escenas prosaicas y burlescas, constituye un anticlímax total: de golpe, el lector se ve bajado a ras de tierra (Ballart, 1994: 339). Hablando de la patria, procede del miso modo. Empieza por admitir que le da igual, puesto que ni entiende el concepto, si bien nunca lo admitiría frente a sus jefes7. Después, se interroga sobre el sentido de 'la patria'. ¿Será la madre del soldado, como le inculcan los oficiales? No, porque «como dice la canción, madre sólo hay una» (Oviedo, 1990: 71) y la patria tampoco es nada concreto. ¿Tal vez sea como Dios? Sí, está «en ninguna parte [...] y en todas también, como Dios, como esas chuladas de chetos [...] de veme y no me toqués» (Oviedo, 1990: 72). Esta combinación de campos semánticos totalmente disonantes entre sí, mina el discurso del poder. Con razón, Selena Millares destaca que en Como mi general no hay dos « un saludable humorismo contribuye a ese exorcismo de los grandes poderes, ya políticos [...] ya religiosos [...] » (Millares, 1997: 31). Efectivamente, ni el Papa se escapa de la burla. Después de convertirlo en cómplice de las persecuciones al no citarlo literalmente y de glorificarlo tanto que llega a ridiculizarlo, el cabo Antúnez confiesa que quisiera robarle la « mina de oro » (Oviedo, 1990: 31) que lleva encima. Sin embargo, al igual que el alazon, la típica figura fanfarrona de la comedia griega antigua, se desenmascara como un falso valiente8.

Escuchemos cómo el cabo cuenta la visita del Papa (aun suprimidas varias digresiones, el relato sigue siendo largo, pero en nuestra modesta opinión vale la pena): “mi general le preguntó al Papa, si era pecado matar comunistas [...], y sabe que fue lo bueno, el Papa le contestó que no, al contrario, le dijo el viejito del Papa, son el anticristo, eliminarlos es como darle jabón al diablo, claro, no se lo dijo con esas palabras, pero es igual, y el Papa tiene por qué saberlo, es el mero mero de Dios aquí en la tierra, nada menos que su representativo principal, si dicen que cuando a un cura lo hacen Papa, inmediatamente deja de ser mundano como uno [...] y se le forma una corona de luz alrededor de la cabeza, como a los santos, [...] aurora o aureola como que le dicen a la tal corona, aunque yo, le soy sincero, no se la vi, seguramente por el solazo de ese día [...] ahora, eso sí, las costuras de la sotana, sí brillaban, usted no se las vio, por casualidad [...] pues yo sí me acuerdo y sabe por qué le brillaban, porque las sotanas las costuran con hilos de oro [...] bueno, si el tal Papa se echa una mina de oro en el cuerpo [...] yo creo que muchas veces, más lo quieren matar por eso [...] póngase a pensar en la cantidad de oro que cargará el tal Papa, a cualquiera le entran ganas de meterle un cachimbazo y dejarlo sólo en calzoncillos, si es que los calzoncillos no son también de oro, porque sino en traje de Adán, jodido, lo malo es que darle volantín a un Papa es medio verguiado, es como perder todo chance de entrar al cielo [...], vale que yo esas cosas aunque las pienso no agarro valor de hacerlas, imagínese, lo que es vivir uno en la pobreza y de ignoranto”. (Oviedo, 1990: 29-32)

Resulta imposible tomar en serio este episodio, aunque revela algunos aspectos profundamente trágicos de la realidad.

Mentira, verdad ... verdad, mentira

Pasemos ahora a averiguar si la ironía también se manifiesta en el segundo ámbito demarcado por Pere Ballart, el espacio donde el texto entra en conflicto con su contexto comunicativo (Ballart, 1994 : 348-352). De hecho, al indicar que el cabo a menudo le dirige la palabra al lector ímplicito para comentar su acto de comunicación, ya hemos ilustrado este tipo de ironía. Aunque Ballart no designa esta clase de ironía (según él, mal llamada 'romántica') con el término de 'metaficción', se refiere básicamente al procedimiento metaficcional, que consiste en la reflexión del texto sobre sí mismo en cuanto proceso comunicativo o artificio literario. Dado que la novela de Jorge Luis Oviedo versa sobre un personaje histórico, cabe averiguar si aun reflexiona sobre la historia y la escritura. Así, llegamos por fin a la pregunta de saber si la novela también contiene metaficción historiográfica. A primera vista, uno supondría que no, simplemente porque no abarca las instancias narrativas que suelen reflexionar sobre la historiografía, es decir un narrador omnisciente o algún personaje que ejerza la escritura. En su estudio sobre el mito y la ironía en novelas históricas contemporáneas de América Latina, Christophe Singler hasta sugiere que la metaficción no puede realizarse sino por el estallido del marco narrativo (Singler, 1993: 30). En efecto, gran número de novelas metaficcionales implican al personaje del escritor-intelectual en la narración. Como mi general no hay dos, en cambio, pone en escena a una figura completamente opuesta: un cabo ignorante que apenas domina el lenguaje oral, y ni hablemos del lenguaje escrito. No obstante, la falta de cultura del cabo Antúnez no le impide «cuestionar la historia y la escritura dentro del marco de su narración» (Pulgarín, 1995: 191), fuese desde una perspectiva reaccionaria o de manera completamente incoherente. Sin darse cuenta, revela cómo la historiografía es inseparable de quienes están en el poder.

Para empezar, algunas divagaciones suyas ponen de manifiesto la animadversión que siente el general en contra de la prensa, guardiana de los derechos humanos: “los periodistas parecen moscas alrededor de la mierda, más tarda en hacerse un operativo de limpieza cuando aparecen ellos, y lo que es peor, inventando las papadas, cambiando las declaraciones que dan los oficiales, y eso, sólo sirve, como usted muy bien lo sabe, para el desprestigio del país en el extranjero” (Oviedo, 1990: 46)

Desmonta la objetividad de los periodistas, porque sólo darían a conocer el punto de vista de los que atentan contra la seguridad del Estado. De ahí que el general tuviera toda la razón en reprimirlos (noten el eufemismo al final de la cita): “a los periodistas parece que los pagaran los comunistas, jamás hablan en bien del ejército y la policía, solamente pestes y pestes, jamás comentan sobre el peligro que corremos, sobre todo, los soldados, cuando estamos de servicio, por eso mi general no los trataba muy amablemente que se diga” (Oviedo, 1990: 47)

Asimismo, el cabo deja caer que si le hacen elogios a su general o propagan su ideología, desde luego, sí se congracian con él: “una vez también lo [= su general] compararon, otro periodista de los que sí saben reconocer los valores nacionales y que tienen ideas democráticas, con Morazán y Lempira a la vez, dijo el tal periodista, hoy es vocero de la casa presidencial o algo así, [...] que mi general estaba hecho de la mitad de Lempira y la otra mitad de Morazán, que en su pecho se anidaba la valentía y el arrojo del gran cacique lenca y, en su pensamiento, el espíritu clarividente y estratégico del paladín de la unión centroamericana” (Oviedo, 1990: 57)

Este fragmento, al mismo tiempo, muestra cómo los partidarios de Gustavo Álvarez Martínez lo identifican con los héroes nacionales Lempira y Morazán, para integrarlos en su proyecto político. Recordemos que Lempira fue el cacique de la etnia lenca que, entre 1537 y 1538, dirigió una gran rebelión en contra de los conquistadores. Después de haber combatido durante seis meses contra las tropas españoles capitaneadas por Alonso de Cáceres en la provincia de Cerquín, falleció en su defensa de la soberanía territorial. Sobre la muerte del héroe indígena existen dos versiones: la del historiador español Antonio de Herrera que data de inicios del siglo XVII9, por un lado, y la más reciente del historiador hondureño Martínez Castillo, por el otro. El cabo Antúnez rechaza rotundamente la segunda versión, sin duda porque restaría valor al heroísmo del cacique invencible: “los comunistas [...] son tan cabrones para inventar mentiras que ahora andan diciendo que el tal coronel Lempira, imagínese usted, como si ellos hubieran vivido en aquel tiempo, no murió a traición como de veras ocurrió y está comprobado de sobra, sino que al indio cacique este lo mató en una lucha verga a verga un tal Rodrigo Ruiz” (Oviedo, 1990: 61)

Como es de esperar, cualquier afirmación que no le agrade es calificada como una mentira de los comunistas. Además, por una parte pone en entredicho la capacidad de conocer el pasado no experimentado, pero por otra parte acepta incondicionalmente la versión de Antonio de Herrera, aunque fue español y que relató la muerte de Lempira casi un siglo después de que ocurrió. Según Antonio de Herrera, el Capitán español hubiera recurrido a la traición para derrotar a Lempira, al mandar que un soldado matase a Lempira con un arcabuzazo mientras otro lo distraía con supuestas negociaciones de paz (cf. VV.AA., 1989: 107-111 y 127-136). Basándose en esta crónica, los intelectuales hondureños de finales del siglo XIX y del inicio del siglo XX se esforzaron por convertir al cacique indígena en un primer héroe patriótico, defensor de la libertad nacional (Ans, 1997: 59). Sin embargo, en 1987, un historiador hondureño descubrió en los archivos de Sevilla una probanza de méritos, que atestigua que el soldado Rodrigo Ruiz «en lucha cuerpo a cuerpo dio muerte al indomable jefe autóctono» (VV.AA., 1989 : 129), no con un tiro disparado a traición (cf. Ans, 1997: 59). Como se indica en la Enciclopedia Histórica de Honduras, ambas versiones podrían complementarse: quizá, fuese Rodrigo Ruiz quien mató a Lempira a traición, pero decidió contarlo con más bravura a fin de que la Corona reconociera sus servicios como conquistador. Evidentemente, para la exaltación del héroe indígena supuestamente invencible, resulta más conveniente la primera versión.

Luego, es significativo que el cabo Antúnez retrate a Lempira únicamente como gran combatiente, comparándolo de manera absurda con El Santo (« El Enmascarado de Plata »), un legendario campeón de lucha libre mexicano, al mismo tiempo que actor de pacotilla. En cambio, Antúnez silencia completamente que Lempira rechazó cualquier arreglo con el agresor extranjero y que concluyó la paz con las tribus vecinas para hacerle frente al enemigo común. Aunque cada año se celebra al héroe indígena con manifestaciones oficiales y con actos cívicos escolares, el gobierno de Roberto Suazo Córdova, o mejor dicho, el de Gustavo Álvarez Martínez, no adoptó en absoluto la posición independentista y unitaria que propugnó Lempira. Al contrario, no sólo se sometieron por completo a los dictámenes de Estados Unidos para administrar la política, la economía y el ejército del estado hondureño, sino que también provocaron discordias con los países vecinos al combatir el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) en El Salvador y el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en Nicaragua.

En lo que concierne a la comparación con Morazán, observamos el mismo procedimiento. Al cabo no le parece importar que Morazán haya luchado por una república centroamericana libre y unida; sólo le interesan sus proezas militares y su estatua, símbolo típico de la gloria inmortal. Sin embargo, la estatua tampoco resulta libre de polémica: “ya ve como son los comunistas, dicen que Morazán el de la peatonal es otro y no él, como les gusta inventar mentiras a los cabrones, que es un tal mariscal Ney que fue ayudante de Bonaparte, puras mentiras para confundir a la gente ignorante” (Oviedo, 1990: 52)

Lo que el cabo desacredita como unas mentiras de los comunistas «cabrones», lo mencionó Gabriel García Márquez en su discurso de aceptación del Premio Nobel para demostrar que en América Latina y el Caribe, la realidad excede a la imaginación: «El momumento al general Francisco Morazán, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa, es en realidad una estatua del mariscal Ney comprada en un depósito de esculturas usadas» (García Márquez, 1999: 47). Después, Como mi general no hay dos sigue con una metáfora sumamente reveladora, que denuncia indirectamente los métodos radicales del general para aniquilar a cualquier criatura que se atreva a manchar la imagen de una figura consagrada: “en cambio, mi general, por el respeto que guarda a la memoria de Morazán, [...] quería volarse los árboles del parque y las palomas de la catedral, pues los condenados pájaros se cagan sin más en la estatua, pero no tuvo éxito con esa idea, porque los de ecología y los periodistas y todo mundo se puso en contra, y la verdad es que de todos modos los pájaros no saben de esas cosas” (Oviedo, 1990: 52-53)

Antes de concluir, nos queda por mencionar el tercer grupo de ironía que distingue Pere Ballart, a saber la que se origina en el contraste entre el texto y otros textos. Dado que este tipo de ironía se realiza mediante la intertextualidad y la parodia y que estudiar estas estrategias nos llevaría demasiado lejos, nos limitamos a señalar que cabría investigar el diálogo de Como mi general no hay dos con la tradición literaria de la novela del dictador, incluyendo La gloria del muerto (1987) del mismo Jorge Luis Oviedo. Por otra parte, también nos parece interesante confrontar el texto con el género testimonial, para ver hasta qué punto lo parodia. Es bien sabido que las parodias surgen cuando un género se agota y eso es lo que está pasando con el género testimonial en la época posrevolucionaria, después de su auge en Centroamérica a inicios de los ochenta.

De todo lo expuesto, podemos concluir que Como mi general no hay dos constituye un caso muy interesante, no sólo de ficción, sino además de meta ficción historiográfica. Parece hablar en favor de Gustavo Álvarez Martínez, pero mediante una sabrosa ironía, la narración disimuladamente pone de manifiesto cómo éste hundió al pueblo hondureño (y a sus pueblos hermanos) en la violencia y la miseria, apoyado tanto por los entonces presidentes de EEUU como por parte de la Iglesia católica y justificándolo todo con la Doctrina de la Seguridad Nacional. Luego, resulta muy original que la metaficción se realice mediante la puesta en escena de un simple cabo. Sus múltiples acusaciones en contra de los periodistas o de los comunistas «mentirosos» revelan cuánto la ideología influye en la percepción de la verdad. Las referencias a Lempira y a Morazán, en particular, pretenden mostrar cómo la historiografía nacional se apropia de los héroes nacionales, para que sirvan, legítimamente o no, sus propósitos políticos.

©Ann Van Camp

Notas

1. Véase "El último testimonio de Álvarez Martínez", en: El Heraldo, 26 de enero de 1989, p. 52, citado en Funes H., 1995 : 345-346.

2. El epígrafe constituye un fragmento de la proclama que dirigió Rosas al pueblo argentino el 13 de abril de 1835 al recibir por segunda vez el mando de Gobernador de Buenos Aires, un cargo que aceptó con la condición de que le fuera conferida la Suma del Poder público. Para la proclama entera, véase Irazusta, 1943: 18-19.

3. Desgraciadamente, no hemos podido identificar la fuente.

4. Fuente del epígrafe: Casas, 1999: 91.

5. De ahí su comentario: "yo cómo no voy a ser agradecido con mi general, si casi hasta un papá era para mi" (Oviedo, 1990: 41, énfasis nuestro). Noten que incluso una palabra tan anodina como "casi" puede bastar para suscitar un efecto irónico.

6. Para más información al respecto, véase: Salomón, 1987; Oseguera de Ochoa, 1987; VV.AA., 1990 e Isaula, 1988.

7. cf. «sinceramente, le voy a decir, yo a la patria me la paso por las bolas, me vale verga, principiando porque no tengo una idea muy clarificada, me pasa lo mismo que con la soberanía, por más vueltas y vueltas que le he dado a mi mentalidad, [...] nada, solamente un enredo, una tremenda pelotera se me arma allá adentro» (Oviedo, 1990: 70).

8. Tradicionalmente, el alazon, el necio real, se opone al eiron, el necio fingido, que, escondiendo su juego, sale con la suya. En Como mi general no hay dos, en cambio, el autor implícito juzga suficiente no poner en escena sino al alazon y "dejar que él mismo se desacredite" (Ballart, 1994: 336).

9. Véase la Historia General de los hechos de los castellanos en las islas y tierra firme del mar océano (1626) de Antonio de Herrera…


Obras citadas

  • Acevedo, Ramón Luis, 1993: « La novela centroamericana en la década del ochenta: consolidación e internacionalización », en: Acevedo, Ramón Luis / Alverio, Carmen S. (comp.), Exégesis: La narrativa centroamericana contemporánea (número monográfico), 7:19 (1993): 2-9, Humacao, Puerto Rico.
  • Ans, André-Marcel d', 1997: Le Honduras: difficile émergence d' une nation, d' un État. Paris: Éditions Karthala.
  • Ballart, Pere, 1994: Eironeia. La figuración irónica en el discurso literario moderno. Barcelona: Quaderns Crema.
  • Cárdenas Amador, Galel, 1990, "Prólogo: Realidad y Ficción en Como mi general no hay dos", en: Oviedo, Jorge Luis, 1990: Como mi general no hay dos. Tegucigalpa: Editores Unidos, 7-17.
  • Casas, Bartolomé de las, 1999: Brevísima relación de la destruición de las Indias, ed. por Consuelo Varela. Madrid: Editorial Castalia.
  • Funes H., Matías, 1995: Los deliberantes : el poder militar en Honduras. Tegucigalpa: Editorial Guaymuras.
  • García Márquez, Gabriel, 1999: "La soledad de América Latina", en: Anthropos, 187 (noviembre-diciembre 1999).
  • Irazusta, Julio, 1943: Vida política de Juan Manuel de Rosas: a través de su correspondencia, Tomo II: 1835-1840. Buenos Aires: Editorial Albatros.
  • Isaula, Roger, 1988: Honduras : crisis e incertidumbre nacional (hacia un análisis de Coyuntura 1986-87). Tegucigalpa: Editores Unidos.
  • Millares, Selena, 1997: La maldición de Scheherazade. Actualidad de las letras centroamericanas (1980-1995). Roma: Bulzoni.
  • Oseguera de Ochoa, Margarita, 1987: Honduras hoy: sociedad y crisis política. Tegucigalpa: CEDOH.
  • Oviedo, Jorge Luis, 1990: Como mi general no hay dos. Tegucigalpa: Editores Unidos.
  • Salomón, Leticia, 1987: Política y militares en Honduras. Tegucigalpa: Centro de Documentacion de Honduras (CEDOH) / Managua : Coordinadora Regional de Investigaciones Economicas y Sociales (CRIES).
  • VV.AA., 1989: Enciclopedia Histórica de Honduras, tomo 2 : «Período colonial», 2a ed. Tegucigalpa: Graficentro Editores.
  • VV.AA., 1990, 2a ed. (1a ed.: 1986): Honduras : Realidad Nacional y Crisis Regional. Tegucigalpa: CEDOH.