jueves, 14 de mayo de 2009

CRONICA DEL ESTORNUDO, Jorge Luis Oviedo

CRONICA DEL ESTORNUDO

Del muy, pero muy ilustre señor
don Bernal Noches,
el más atrasado de todos y cuantos
conquistadores y colonizadores a las Indias Occidentales han llegado.

Refiérese esta crónica mía a los efectos demoledores del estornudo, y cómo usáronlo sin saberlo nuestros adelantados como efectiva arma biológica en la conquista del nuevo mundo, que, por cierto, ya algo viejo era.
Desatádose ha por estas indias occidentales, en la parte que llamábase en época de los adelantados, Nueva España, ahora México, que como sabido es conócese mucho estos mexicanos por sus corridos y rancheras, que unas canciones son con letra que viene del romance, que trajéronlo los Cortés y demás que conquistáronlos en un zas hace unos quinientos años.
Y aquí es donde viene la verdadera, en este caso más verdadera que aquella otra de mi tocayo Bernal Díaz, que llamóla a su crónica, extensa como el Quijote, Verdadera Historia de lo sucesos de la conquista de la Nueva España, que publicose en 1580, cuando era yo aún polvo de cometa o de meteorito o acaso ceniza de algún volcán apagado.
Y no es que verdadera no fuese la historia contada por mi tocayo, pues más mucho éralo que la de aquella otra historia de López de Gómara, que escribió de la Nueva España sin estar en ellas y por cuentos de unos que parece que más eran de la retaguardia que de la vanguardia y que inventaban más que referían las sus penalidades; puso allí el López de Gómara historias mitológicas de Europa, como lo de los antípodas, o se los que patas arriba caminan, y de la amazonas, sin tales haber en ninguna parte de América y otras nada verdaderas historias; por eso mi tocayo contestóle con la su crónica, para poner en orden las cosas más.
Pero lo que no contó con detalle mucho, sino de pasada, Bernal y los demás de aquella época, es como lo estornudos más beneficiosos resultaban que los arcabuces, las espadas, la corazas, los penachos, las lanzas y la fuerza de los sus caballos y los sus lebreles cazadores de animales o gentes.
Y esto compréndese más ahora, porque sin vuelos haber, excepto los de las aves, los apreciados de las palomas mensajeras para enviar recados a pequeñas distancias, pero no al otro lado del atlántico, que por eso don Cristóbal Colón, regresóse para dar la noticia de su descubrimiento y con muestras de indios e indias y, especialmente de oro, para la Reina (doña Isabel, la Católica) entusiasmar.
Pues que como dice el refrán: Suerte te dé Dios, el saber nada te importe, los adelantados descubrieron luego que más efectivos que sus espadas, los estornudos eran; pues los tales indios, aunque fuertes fueran, bien comidos de peces estuvieran, como los del Caribe, cuando la gripe de los españoles dábales, caían como los europeos con la peste negra o el cólera y otras muchas pestes que en la Edad Media tuvimos y que mortandades causaron.
Que no sábase, eso sí, de quien fue el primer estornudo que comenzolo todo, si de Rodrigo de Triana, resfriado por tanto mirar la lejanía para ver si divisaba tierra, o del propio Cristóbal Colón, preocupado como estaba por tierra no divisar después den tantas semanas de andar y andar por el ancho mar.
Sábase, sí, que en menos de tres décadas ni un indio solo del Caribe quedaba en pie como efecto de los estornudos, pues no es sólo que miles murieran, sino que absolutamente todos, hasta quedar extintos, como muchas especies de animales también, pero en este caso humanos eran, y de centenares de etnias distintas; que del su rastro sólo nombres de lugares, plantas y animales quedado han.
Dígolo ahora con retraso mucho, pero como la más verdadera de todas las verdades dichas de estos territorios y de cómo nuestros adelantados, los conquistadores, tan héroes no fueron, sino muy estornudadores y con ello muy propagadores de pestes nuevas que muertes causaban por millares, hasta dejar las islas de gentes despobladas, digo, para hacérsela fácil a los Robinson Crusoe; aunque esto por un tiempo, porque pobladas luego fueron por los esclavos africanos que trajeron por montones para poblar tanto espacio vacío que quedado había y, como sabido es, ingleses, sobre todo, pero también franceses y holandeses aprovecharon el despoblado de aquellas islas y aallí hacer los sus campamentos y sus planificaciones para robarle a nuestra embarcaciones el oro y plata que quitado el habíamos a los indios de tierra firme nosotros, nuestros antepasados conquistadores y colonizadores, digo.
Hay, en estos días, con tanta gente hablantisca en el mundo de radio y la televisión y todas las tecnologías informáticas y los tabloides sensacionalistas y tantas muchas cosas, una tal gripe porcina, que algunos dicen que de todas las gripes, es la más cochina, yo no créolo, por lo que dicho he, pues gripes como aquellas, que junto con las ratas y otras cosas los adelantados trajeron, para matar tanta gente de la noche a la mañana no vuelto se ha a registrar en los libros de historia de la humanidad toda.
Y repítolo: Suerte te dé Dios… pues fue lo que tenido han los adelantados frente a los indios de estas tierras, que si no, la pólvora de sus arcabuces ni sus espadas ni sus perros ni sus caballos ni todo lo demás hubiese bastado, siendo tan pocos, como éranlo, para conquistar tan ricos y poblados mundos como el azteca en México o el reinado quechua en el Perú, en tan elevadas cumbres como las que Atahualpa habitaba con su hermano.
Como bien dícelo un poeta que los andaluces caballos exalta, no han sido los guerreros solamente los que hicieron la conquista de las selvas y los andes … y hoy dígolo yo , sin quererlo y sin saberlo, los adelantados, adelantándose han las armas químicas y biológicas de estas épocas modernas; y sin ántrax y otras pestes encapsuladas por gobiernos que la guerra estúdianla y preparanla, para mandando mantenerse, los españoles conquitamos en aquellos tiempo idos, del mil y quinientos, con tos y estornudos, más mundo que los romanos con su espada o los gringos con sus armas satelitales y sus misiles de alcance largo.
Y aunque heroica no fue esta conquista, efectiva sí; y muy más que la gripe porcina, que explicado como he, no puede ser entonces, como dícelo una copla, la gripe más cochina; sino que una gripe más, como la de cualquier vecina.
Por hoy no digo más, hablaréles luego de otros asuntos menos contagiantes en lo biológico, aunque mucho en lo político y de cómo entretiénense estos hondureños hablando mucho y haciendo poco.