miércoles, 22 de abril de 2009

¿UN DÍA DESPUES O QUINIENTOS AÑOS ATRAS?

Jorge Luis Oviedo

Para entender los debates que se producen en Honduras hay que tener conciencia de la sociedad en que vivimos, aunque algunos hagamos uso, por necesidad o mero placer de las más avanzadas tecnologías, la mentalidad que prevalece en nuestra sociedad es marcadamente mágica, esto es, mayoritariamente se deja llevar, como el ciego, por su lazarillo, con enorme docilidad, aceptando o dando por válidas aquellas explicaciones que sirvieron a sus bisabuelos hace cien, doscientos o quinientos o más años.
Con decir está escrito en la Biblia o lo dijo fulano, un fulano que se ha erigido como conductor de masas desde la religión o la política o desde ambas actividades (que ciertamente tienden a ser muy similares) las personas de pensamiento sencillo, es decir, aquellos que tienen dificultad para interpretar hechos o, todavía más grave, cierto tipo de discursos o discusiones teóricas; encuentran como más práctico no complicarse la vida (la mente, en el pensar y el actuar) y por ello adoptan el dogmatismo y no la racionalidad para asumir la conducción de sus vida.
Con este tipo de mentalidades no se puede debatir, es imposible, porque todo lo que es contrario a su verdad reveleda por las divinidades a mortales especiales, como los santos o los jefes religiosos, confunde, causa duda o espanto, ruptura con la tradición; por tanto es inaceptable.
Ante la falta de racionalidad, de explicaciones lógicas y del conocimiento comprobable de la realidad, suceden hechos como los que se producían en la Europa Medieval o en la América Colonial. Entonces no era extraño enjuiciar perros, gatos, ratas, cerdos, burros y otros animales domésticos que provocaban daños físicos o materiales a la personas. Por otra parte, a los suicidas se los castigaba, como se haría con un criminal vivo de la peor calaña. Para mera ilustración de los lectores veamos este pasaje que brinda Rafael Heliodoro Valle, en uno de sus muchísimos libros: “El suicida no era sepultado en campo-santo. Tal Sucedió en 1649 cuando en la cárcel de Conté un portugués, que había matado a un alguacil, fingiéndose enfermo se bajó a las secretas, y se suicidó mientras oían misa los otros reos: como era día de Santo Tomás castigaron el cadáver montándolo en una mula, y, a voz de pregonero y ruido de trompeta que proclamaban su delito, lo pasearon así por la calle del Reloj y frente a las casas arzobispales, sosteniéndolo un indio que iba a las ancas; y luego lo llevaron a la horca pública donde fue ejecutado con las ceremonias que se empleaban al ahorcar a los vivos (menos la presencia del crucifijo), y allí lo dejaron muchas horas, habiéndolo bajado los ministros de justicia que lo arrojaron a la albarrada después de que lo apedrearon los muchachos de la vecindad, mientras hacía aire fuerte y el polvo se arremolinaba en la ciudad, y haciéndole cruces lo creían Satanás.” (Rafael Heliodoro Valle, El Espejo Historial).
No está de más recordar que en aquellos agitados días en que Morazán vio fracasar su intento por mantener unida Centro América, junto con quienes lo acompañaban en tal empeño, el clero opositor hizo creer a la masa más ignorante, especialmente de Guatemala, que la propagación del cólera que estaba provocando estragos en la población era consecuencia del envenenamiento de los ríos que habían realizado Morazán y sus seguidores.
En el pensamiento, pues, de muchas personas no hay antes ni después, sino tiempo muerto, ideas que se aceptan porque ya otros, sin saber por qué ni cómo, las dieron por válidas y con eso basta.
En Honduras no se debate, se grita, se gesticula, se prodiga una verborrea de tal calibre que, es muy posible, que la saliva que se gasta en las radios y las televisoras, bien podría servir para dar riego a unos cien mil hectáreas de hortalizas durante la época seca.
El debate sólo es posible en pequeños círculos académicos donde esta dinámica se aprecia y se practica con tolerancia, respeto y pasión; sin que la pasión caiga en ese extremismo de algunos o algunas que están de acuerdo con el pluralismo, siempre que no sea contrario a lo que ellos o ellas piensan o proclaman; muy similar, por cierto, al pluralismo de un ex general hondureño que aceptaba la pluralidad de tendencias ideológicas siempre que fueran anticomunistas.
Así, la Constitución de Honduras, es decir su declaración de principios, sólo tiene sentido cuando no violenta las creencias de algunos sectores; pues aunque se diga que el Estado hondureño es laico y que existe la libertad de culto, la libertad de expresión, desde el Congreso Nacional se hace lo contrario de lo establecido en la Constitución de la República, es decir, en la declaración de principios, puesto que se aplasta la libertad de conciencia, de la cual deriva, como es bien sabido, la libertad de culto, la libertad de expresión y todas las demás libertades que un ser humano puede ejercer.