lunes, 22 de junio de 2009

PENSAMIENTO LIBRE (7)

MEL: ¿HÉROE POPULAR O UN LOCO DE ATAR?
O DE CUANDO EL RIO SUENA…
Jorge Luis Oviedo

No cabe duda que “Mel” Zelaya, electo para el período 2006-2010, se ha salido, por mucho y por voluntad propia, del modelo presidencial hondureño.
Prácticamente desde el inicio de su gestión, por tomar en cuenta las recomendaciones de una comisión creada para analizar el tema de la importación de los derivados del petróleo, desafió, el orden económico imperante en Honduras al convocar, contra el viento y la marea de los grupos de poder real, a una licitación, que se quedó a mitad del camino, por el contubernio (nada extraño en el país) de sectores políticos, empresariales y judiciales, para que el Estado, a través de la empresa ganadora de la licitación (de USA por cierto), importase los combustibles.
Desde esa primera aventura, al final de la cual, Mel Zelaya, salió victorioso, porque usó la oferta de la empresa ganadora en la licitación, como referente para establecer una nueva fórmula para el precio de los combustibles, los grupos de mayor poder económico del país, a través de los medios de comunicación que tienen a su disposición, dieron inicio a una campaña de desprestigio.
Lo que se denomina el cuarto poder en algunos países del mundo, en Honduras es una extensión más del poder real; ya que, hasta hace muy poco no existía debate a través de estos medios, sino el impulso recurrente de campañas orientadas a uniformar u homologar la opinión pública.
Se trata, los profesionales de la publicidad y la mercadotecnia, lo saben muy bien, de generar necesidades y de inducir opiniones, para que el consumidor, por una parte, y el ciudadano, por otra, den por bueno el orden establecido y, finalmente, consideren inapropiado cualquier otro orden o sistema, porque les trastoca la rutina.

A continuación y como una especie de paréntesis para reforzar lo que afirmo atrás, incluyo una cita, algo extensa, del lingüista y pensador norteamericano, una de las mentes más lúcidas del mundo, Noan Chomsky, profesor emérito de MIT (por cierto allí estudio don Jaime Rosenthal Oliva) y autor de numerosos libros y propiciador de una tendencia en el abordaje de la lengua que se conoce como Gramática Generativa Transformacional. La cita corresponde a una entrevista que, en Le Monde Diplomatique, le hiciera a Chomsky, el periodista francés, Daniel Mermet.

D.M. Cada vez que se le pregunta a un periodista estrella o a un presentador de un gran noticiero televisivo si sufre de presiones, si le ha pasado que lo censuren, él contesta que es completamente libre, que expresa sus propias convicciones. ¿Cómo funciona el control del pensamiento en una sociedad democrática? En lo que respecta a las dictaduras lo sabemos.

N. Chomsky “Cuando se les pregunta a los periodistas, responden inmediatamente: "Nadie me ha presionado, yo escribo lo que quiero." Es cierto. Solamente, que si tomaran posiciones contrarias a la norma dominante, ya no escribirían sus editoriales. La regla no es absoluta, desde luego; a mí mismo me sucede que me publiquen en la prensa norteamericana, Estados Unidos no es un país totalitario tampoco. Pero cualquiera que no satisfaga ciertas exigencias mínimas no tiene oportunidad alguna de alcanzar el nivel de comentador con casa propia.Es por otra parte una de las grandes diferencias entre el sistema de propaganda de un Estado totalitario y la manera de proceder en las sociedades democráticas. Exagerando un poco, en los países totalitarios, el Estado decide la línea que se debe seguir y luego todos deben ajustarse a esta. Las sociedades democráticas operan de otro modo. La "línea" jamás es enunciada como tal, se sobreentiende. Se procede, de alguna manera, al "lavado de cerebros en libertad". E incluso los debates "apasionados" en los grandes medios se sitúan en el marco de los parámetros implícitos consentidos, los cuales tienen en sus márgenes numerosos puntos de vista contrarios. El sistema de control de las sociedades democráticas es muy eficaz; instila la línea directriz como el aire que respira. Uno ni se percata, y se imagina a veces estar frente a un debate particularmente vigoroso. En el fondo, es mucho más rendidor que los sistemas totalitarios.Tomemos por ejemplo el caso de Alemania a comienzos de los años 30. Tenemos tendencia a olvidarlo, pero era entonces el país más avanzado de Europa, estaba a la cabeza en materia de arte, de ciencias, de técnicas, de literatura, de filosofía. Después, en muy poco tiempo hubo un retroceso completo, y Alemania se volvió el Estado más mortífero, el más bárbaro de la historia humana.Todo aquello se realizó destilando temor: de los bolcheviques, de los judíos, de los norteamericanos, de los gitanos, en síntesis, de todos aquellos que, según los nazis, amenazaban el corazón de la civilización europea, es decir los "herederos directos de la civilización griega". En todo caso era lo que escribía el filósofo Martin Heidegger en 1935. Ahora bien, la mayoría de medios de comunicación alemanes que bombardearon a la población con mensajes de este género usaron las técnicas de marketing puestas a punto… por los publicistas norteamericanos.No olvidemos cómo se impone siempre una ideología. Para dominar, la violencia no basta, se necesita una justificación de otra naturaleza. Así, cuando una persona ejerce su poder sobre otra -trátese de un dictador, un colono, un burócrata, un marido o un patrón-, requiere de una ideología que la justifique, siempre la misma: esta dominación se hace "por el bien" del dominado. En otras palabras, el poder se presenta siempre como altruista, desinteresado, generoso.En los años 30, las reglas de la propaganda nazi consistían, por ejemplo, en escoger palabras simples, repetirlas sin descanso, y asociarlas a emociones, sentimientos, temores. Cuando Hitler invadió los Sudetes (en 1938), fue invocando los objetivos más nobles y caritativos, la necesidad de una "intervención humanitaria" para impedir la "limpieza étnica" sufrida por los germanófonos y para permitir que todos pudieran vivir bajo el "ala protectora" de Alemania, con el apoyo de la potencia de más avanzada del mundo en el campo de las artes y de la cultura.En materia de propaganda, si de cierta manera nada ha cambiado desde Atenas, ha habido por lo menos cantidad de perfeccionamientos. Los instrumentos se han afinado mucho, en particular y paradojalmente en los países más libres del mundo: el Reino Unido y Estados Unidos. Es allí, y no en otro lado, donde la industria moderna de relaciones públicas, es decir la fábrica de la opinión, o la propaganda, nació en los años 1920.Efectivamente, esos dos países habían progresado en materia de derechos democráticos (voto de las mujeres, libertad de expresión, etcétera) a tal punto que la aspiración a la libertad ya no podía ser contenida solo por la violencia del Estado. Viraron, pues, hacia las tecnologías de la "manufactura del consentimiento". La industria de las relaciones públicas produce, en sentido literal, consentimiento, aceptación, sumisión. Controla las ideas, los pensamientos, los espíritus. En relación al totalitarismo es un gran progreso: es mucho más agradable sufrir una publicidad que encontrarse en un cuarto de torturas.”

Esta fabricación de opiniones que se hace desde los medios, en un país como el nuestro tiene una respuesta distinta en la población, porque se trata de una realidad social diferente.
Sin embargo, no por arte de magia, sino por efecto de otras circunstancias, que los diseñadores de campañas publicitarias y sobre todo de propaganda contraria al gobierno de turno, han pasado por alto, Mel Zelaya, ha logrado, como salmón que busca el sitio de procreación, ir saltando más alto que la corriente y sorteando todos los obstáculos, imponiendo su agenda de “improvisaciones”, que no es otra que aquella que pone nerviosos, molestos y sorprendidos a los que forman el poder real del país, y a aquellos otros que los justifican con sus razones pensadas en la “absoluta libertad” de sus mentes acomodadas a ese orden establecido.

A menos de 8 meses del fin de su período gubernamental “Mel” Zelaya goza de enorme simpatía en sectores marginales, lo que algunos denominan “pueblo pueblo”, como no había ocurrido a ningún otro presidente, desde que retornamos a los procesos electorales, en 1980.

Parece ser que la última opción que les queda a los grupos de poder real en Honduras, agotada la vía de la Fiscalía y del Poder Judicial, es, a través del Congreso, declarar loco, incompetente, demente, desquiciado, entre otros apelativos relativos a la pérdida del juicio, a Mel Zelaya, para hacerlo a un lado.

Sin embargo, parece que muy tarde se dieron cuenta de lo que estaba pasando en el país, sobre todo, en pueblos y aldeas que no conforman el promedio de los principales centros urbanos.
La creación de entidades de facto, como frentes cívicos y otro tipo de organizaciones defensoras de la Constitución y el celo, diríase maternal, que han puesto en defenderla y en declarar desquiciado al Presidente y acusarlo de populista, demente, mentiroso, continuista, mesiánico evidencia la preocupación que tienen estos sectores del poder y aquellos que lograron una cómodo inserción en él como políticos, funcionarios en distintos gobiernos o como voceros “autorizados” para generar opinión y vender crisis o miedo, cuantas veces ha sido necesario.

Se trata del mismo grupo que en 1975 logró detener las reformas que se impulsaron con López Arellano, desde diciembre de 1972, al hacer que renunciara como consecuencia del soborno que la United Brands pagó, para que no se cobrara un dólar por caja de banano exportado, sino cincuenta centavos, como quedó establecido.

Pero el fondo del asunto no era sanear el gobierno, pues unos años después, a través de los nuevos jerarcas militares, un pequeño número de empresarios, recibiría fondos externos a través de la CONADI, que luego pagaría el resto de los hondureños, como ha ocurrido en otras ocasiones. Como sucede actualmente con la Energía eléctrica, pues la clase media paga la factura de la generación térmica.

En Honduras hay un tipo socialización de la riqueza que todavía no tiene un nombre bien definido; pero que consiste en que una gran cantidad de ciudadanos socorren o subsidian a unos pocos “inversionistas”.

Creo que no existe ningún otro país en el qué, aprovechando el Congreso Nacional, donde la mayoría de diputados no entienden lo que aprueban, se haya hecho un atraco tan descarado e hipócrita, como el de obligar al Estado a comprar energía eléctrica generada con combustibles fósiles, sin ninguna necesidad. Pues lo único que tenía que hacer es Estado era cobrar peaje por el uso de las líneas de transmisión.

Las necesidades eléctricas de los parques industriales las podían y las pueden resolver los propios empresarios; pero el fondo del asunto era subsidiarlos, haciendo que otros, en vaca, paguen la factura. Esa es la verdad.

El atraco que se hace con la energía eléctrica es legal, como legal era el régimen colonial en Centroamérica hasta el 14 de septiembre de 1821.

Sin embargo un grupo de aquellos criollos se dieron cuenta y, antes que se produjera un innecesario baño de sangre, declararon la independencia.

No parece tener el poder real hondureño las suficientes mentes lúcidas y se están enfrascando en un legalismo (que ellos jamás han creído y que, como dicen en los pueblos, se lo pasan por las verijas) que se asemeja, su fragilidad, al de un cayuco en medio de una tempestad caribeña.

“Mel”, loco de atar, como don Quijote, por enfrentarse, desde una moto, a una fuerza más poderosa que los molinos de viento; tan loco y romántico como Morazán, por haber desafiado el poder real de aquella época con sus atrevidas y revolucionarias reformas; “Mel”, de ascendencia criolla como Valle y Froilán Turcios, aunque parece que, finalmente, como todo el que se mete a redentor, terminará crucificado, ha abierto una fisura en el muro de la inercia, en el muro del orden establecido de la sociedad hondureña que, desde hace décadas, no se estremecía.

Es bueno recordar que en la madrugada del 15 de septiembre de 1821, un grupo de ciudadanos españoles de ultramar, en Guatemala, proclamaron la IDEPENDENCIA DE CENTROAMERICA. En España tal acto no tuvo reconocimiento, pues se lo consideraba ilegal, como ilegal se habían considerado las demás declaraciones de independencia y sus respectivas acciones armadas que habían tenido lugar en México o en América del Sur, años antes que la de Centroamérica.

Era claro que para los ciudadanos centroamericanos aquella ilegalidad era necesaria, porque la independencia se considera justa y legítima. España finalmente, ante la imposibilidad de someter tantas provincias, terminó por reconocer, aunque pasados los años, la legitimidad de aquellos acontecimientos.

La historia de la humanidad abunda en ejemplos similares. La Europa de los tiempos modernos muestra decenas de casos.

La historia de las leyes en la humanidad nos muestra que éstas las han impuesto las clases o grupos poderosos sin consultar, en lo más mínimo, a sus esclavos o sirvientes, ni a los demás ciudadanos, libres (sólo de palabra) pero esclavos del abuso y la costumbre, la mayoría de veces, para gobernar a su antojo.

En Asia, en Europa, en el Medio Oriente o en América no hubo rey que no dejara de afirmar que descendía directamente de los dioses o que de él le venía su poder.

Las sequías, las plagas o las epidemias se encargaban, en aquellos tiempos, de demostrar lo contrario; y de acabar, en la mayoría de casos, con imperios poderosos, como el egipcio o el maya.
Desafortunadamente muchos de los que se vuelven poderosos en el mundo (por sus riquezas y sus nexos con jerarcas políticos, militares y religiosos) creen que la utilidad de la historia está en recordar fechas y no en aprender de los errores de los antepasados.

Entre más comprendemos lo que ocurrió en los pasados siglos, mejor preparados estamos para entender el presente y construir un futuro más digno, más justo, más legítimo; por eso, precisamente ya no se aplican muchos de aquellos códigos de la antigüedad.

Hay quienes están empujando (y son los menos, los que siempre han sacado mayor provecho de las riquezas del país) a los hondureños a una confrontación inevitable; creen que con seguir elevando sus murallas, tupiendo sus alambradas y blindando sus automóviles todo irá por buen camino.

Que los animales marquen su territorio con orina o con sus excrementos y lo defiendan de sus intrusos con la vida es normal; pero que los seres humanos pretendamos mantener a toda costa nuestros privilegios, mientras alrededor son más los marginados y los indigentes, es una aberración.

Por eso, mientras las naciones más desarrolladas del mundo hacen fuera del espacio terrestre estaciones espaciales y colaboran en muchas otras actividades de interés para la especie humana y para toda la naturaleza, en Honduras, los más apasionados defensores del Statu Quo, se esmeran, como los antagonistas maléficos de los relatos fantásticos, en negarle participación a los desheredados; no porque vayan a compartir parte de sus bienes acumulados ( justa o injustamente), sino, porque, ni siquiera se los quiere consultar.

Concluyo con estas citas de don José Cecilio del Valle, a quien muchos de los hombres influyentes del país, solamente lo conocen por el grabado que se reproduce de él en el billete de cien lempiras: “La base indestructible de un gobierno sólido es el mayor bien posible del mayor número posible. Si no han durado los Gobiernos de Europa, si se han sucedido unos a otros levantándose los segundos sobre las ruinas de los primeros es porque se ha olvidado aquel principio, es porque las legislaciones tienen el sello de la clase que las ha dictado, es porque en todas se advierte que no han sido formadas por el pueblo o sus representantes, es porque tienden a la elevación y riqueza del mínimo y a la depresión y miseria del máximo.

No son justas ni posibles que lo sean las leyes que obligan al máximo de la población y dejan en libertad al mínimo; las que exoneran de cargos a unos individuos y las hacen gravitar sobre los demás. Las que declaran pecheros a los infelices y exentos a los demás poderosos; las que llaman al goce de gracias y empleo a las clases favoritas y excluyentes de ellos a los que no lo son…
Tampoco pueden ser justa las leyes que no atienden al bien de todos o del mayor número posible; las que conceden privilegios exclusivos, las que sostienen o hacen nacer el monopolio, las que levantan a unos sobre los cadáveres de los demás. …jamás será creíble que los pueblos quieran deprimirse a sí mismos para elevar de un modo injusto al menor número.