miércoles, 3 de septiembre de 2008

FROILAN TURCIOS (1875-1943)

Poeta, narrador, periodista y editor. Fundó periódicos y revistas tanto en el exterior como en el interior del país. Es, junto a Molina, el intelectual hondureño más importante de principios del siglo XX. Entre las Revistas fundadas por él destacan: El pensamiento (1894); Revista Nueva (1902); Arte y Letras (1903); Esfinge (1905); Ateneo de Honduras (1913) y Ariel (1925); así como los periódicos: El Tiempo (1904); El Domingo (1908); El Heraldo (1908); los anteriores en Guatemala; y El Heraldo (1909); El Nuevo Tiempo (1911); Boletín de la Defensa Nacional (1924), en Honduras. Murió en San José, Costa Rica. Existen indicios racionales para creer que a su muerte dejó inédita la novela Annabel Lee, a la que J.R. Molina le escribió el prólogo. Intelectual preocupado, como José del Valle, por el devenir de Hispanoamérica y particularmente de América Central, se opuso abiertamente al intervencionismo de los Estados Unidos en la región. Fue secretario de Augusto César Sandino, y contribuyó como pocos a difundir la lucha del nicaragüense por el mundo. Recopiló la obra inédita que al morir dejara su entrañable amigo Juan Ramón Molina en “Tierras, mares y cielos”. Es, posiblemente el mayor animador cultural que ha dado el país y uno de los intelectuales más enérgicos en la defensa de la soberanía nacional.
OBRA: El vampiro (1910); El fantasma blanco (1911), Mariposas (1895); Renglones (1899); Hojas de otoño (1905); Tierra maternal (1911); Prosas nuevas (1914); Floresta sonora (1915); Cuentos de amor y de la muerte (1930); Flor de almendro (1931); Páginas de ayer (1932); Memorias (Edición póstuma, 1980); Cuentos completos (1995).
Sobre su vida y obra es útil consultar de Medardo Mejía “Froylán Turcios en los campos de la estética y del civismo” (1950) y de Alfredo León Gómez “ Ariel, la vida luminosa de Froylán Turcios (1995), entre otros.


A UN ARTISTA

¡Artista solitario y peregrino,
amador del estilo cristalino
y el pálido mármol florentino!
Para tu verso refinado y leve
es la armonía espiritual y breve,
la blancura hiperbórea de la nieve.

Cincelas tus estrofas lapidarias
y tienen tus canciones visionarias
el ritmo de las arpas legendarias.

Para tu blanca musa taciturna
la flor de loto y el perfume vago,
una doliente inspiración nocturna,
la luz de un astro y el rumor de un lago.

Amas lo excelso y frágil. Melancólico
como un grave sonámbulo errabundo
-obsesionado por tu ideal simbólico-
de frente al porvenir cruzas el mundo.

Para las almas rudas y profanas
tu espíritu nació impasible y ciego:
que tus pupilas ávidas y arcanas
aman las cosas tristes y lejanas
y el solemne crepúsculo de fuego.

Si es tu heroico valor para que vueles
hacia la gloria de las altas cimas;
si la fama te dio verdes laureles
por el collar de tus brillantes rimas;

¡oh egregio soñador! ¿por qué no subes
en vigoroso y formidable vuelo
y te ciernes audaz sobre las nubes
bajo la ideal serenidad del cielo?

Deja tu bosque azul de ruiseñores
y ve –en la plena claridad del día–
desafiar del sol los resplandores
y a buscar en las cumbres la bravía
roca en donde anidan los condores.

Deja la tenue suavidad del raso
de las flores sutiles. Tiende el ala
sobre el trágico incendio del ocaso
en la tarde magnífica y sonora;

atraviesa el confín del horizonte,
cruza el abismo de la noche mudo
y envía al nacimiento de la aurora
como un himno de gloria tu saludo.

Más no. Tú eres artista. Eres poeta
que teje milagrosas filigranas
para el encanto de las cosas bellas.

No eres un pensador, ni un gran profeta
pero en la copa del dolor desgranas
tus rimas luminosas como estrellas.

El poeta de las cláusulas sonoras
y del verbo de fuego cuyo canto
pasa así como un bólido encendido
por la azul claridad de las auroras:
el vidente de numen prodigioso
que vierte sangre de su pecho herido
en el social combate rudo y fuerte
y que lanza su grito de victoria
al rodar el abismo de la Muerte;
en el templo sagrado de la gloria,
de la belleza en el recinto sacro,
émulo es del artista que cincela
su palabra armoniosa y fugitiva,
del bardo de las rimas perfumadas,
taciturno amador de las neblinas,
que sueña sus exóticas baladas
al fulgor de las noches argentinas.

Canta, pues, tu divina poesía
que con un velo de pasión revistes.
Deja vagar tu ardiente fantasía
y a través de tu gran melancolía
ama las cosas pálidas y tristes.
Haz de tu bello estilo lapidario
una celeste música. Un sonoro
canto leve y sutil, intenso y vario,
y cincela tu verso y visionario
a la luz de un crepúsculo de oro.




PATRIA INMORTAL

Nada mi tedio fúnebre aminora:
ni el orgullo del nombre resonante,
ni el viaje ideal sobre la mar sonora
tras del ensueño en el azul distante.

Ni la cálida rima que atesora
de la Belleza el signo fulgurante,
ni la tarde, ni el fuego de la aurora,
ni de la luna del fúlgido diamante.

Ni la riqueza, ni el imán violento
del Poder, ni el Amor mi pena umbría
cambian en ilusorio sentimiento.

Sólo me enciendo en cólera que espanta
cuando intenta humillarte, Patria mía,
del extranjero la maldita planta.




LOS ALCARAVANES

Vuelan sobre el verdor de la sabana
con torpes alas que el cansancio oprime,
mientras el viento de la tarde gime
y el sol tramonta en la extensión lejana.

Persiguen sin cesar a la indefensa
culebra que se oculta en los gramales
o inmóviles calientan los nidales
en un rincón de la llanura inmensa.

Del espeso follaje en la verdura
juntos dormitan en la noche obscura
del cruel invierno en las glaciales horas;

y al fulgor de las lunas del verano
perturban, anunciando las auroras,
sus roncos gritos la quietud del llano.

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