Jorge Luis Oviedo
A mi padre, Augusto César Oviedo
yo nunca sufrí por frío
yo nunca sufrí por hambre
porque vos eras mi dios
en mi pequeño y seguro paraíso
por eso nunca me fui
al temprano exilio
como Adán y Eva
a buscar el pan
que nunca ha faltado en casa
(otros hijos de sus padres
jamás podrán decir lo mismo)
bajo tu sombra
fresca
como el aroma
que el viento arrastra de los pinos
era fresco el verano
con tus abrazos
tibios y tiernos
era cálido el invierno
quién si no tú me enseñó
lo que es el paraíso
bastaba con alargar la mano
para encontrar los frutos
y ninguno era prohibido
mangos magníficos
enormes
y de un amarillo encendido
la concha parecía de oro
y la pulpa jugosa
los delataba el olor
la casa jamás olía a rincón
a la humedad de las aguas podridas
sino a frutas
a frutas de todos los días
a frutas de tu paraíso escondido
cosechadas de los árboles
que tu mismo habías plantado
y les habías dado un nombre incluso
para distinguirlos
para que supieran que les tenías afecto
para que se distinguieran
de los otros árboles
de los que crecieron solos
sin padre y sin cariño
como niños huérfanos
a la buena de Dios
y que tratabas como a hijos
y los árboles
como si entendieran de amor
para devolver el cariño
los cuidados
la tierra aporcada
el estiércol
que vos mismo cargabas
y a veces yo
(entonces era tan chico
pero te seguía más que tu sombra
por aquellos caminos)
te ayudaba a estorbar
para que comieran los árboles
y les brillaran las hojas
y olieran más intenso sus flores
y al final
al cabo de los años
mientras yo seguía
pequeño
ellos habían crecido
y daban más frutos
todos los años
contentos contigo
y tú nos decías:
“son agradecidos
los árboles
y los animales
son agradecidos
el mundo es agradecido”
yo recuerdo un árbol
de aguacate
vos mismo lo injertaste
y luego que salió el retoño
me lo enseñaste
y no había día
que no lo mimaras
como si fuera un niño
como me mimabas a mí
como mimabas a Cito
a Bel
a Luz
a Ceci
a Francisco
cargabas el agua
( el agua es la vida decías)
cuando de sed y tristeza
se le apagaban las hojas
y se ponía marchito
en los días más secos del verano
y cuando se hizo grande
dio unos frutos enormes
que la gente decía:
“pucha, don Tito
son tan grandes como los que
Chimayo inventa en sus cuentos”
y era cierto
y les brillaba el verde en la piel
tan fuerte
tan profundo
tan de sí mismo
como el de una esmeralda
hecha fruto
yo me los comía vacíos
yo conocí el paraíso
en aquel huerto
que llamábamos El Solar
después me preguntaba ¿por qué
un nombre sin nombre
un nombre tan vago
para un lugar tan hermoso?
yo crecí con los arboles
yo despacio
ellos ligero
hay una foto mía con ellos
mi cabeza era aún más chica
que las enormes naranjas
y tú siempre pendiente
y nos alcanzabas las más jugosas de todas
y con una navaja le quitabas la cáscara
y la cortabas de forma
que uno exprimiera el jugo con ganas
cómo no recordar los días
cómo no recordar las noches
cuando llegabas cansado
de reparar las cercas
de curar las vacas
de buscar los caminos del agua
para que los animales
tuvieran siempre donde guarecerse
en los días más secos
y nunca te ibas
por ahí
como los otros
sino que te quedabas
leyendo
siempre leyendo
a la luz de una lámpara
devorando página tras página
tú me enseñaste a creer
sin muchas palabras
sin grandes discursos
tu ejemplo
bastó y sobraba
por eso hoy
hasta Dios
a veces
me sobra y me basta
porque me enseñaste
cómo se planta un árbol
cómo se levanta una casa
cómo se sostiene una familia
cómo se quieren los hijos
y se lucha para que sobresalgan
y cómo
sin grandes hazañas
un poco hoy
y otro poco mañana
se transforma el mundo
sin recurrir a las armas
qué habría sido de mí
débil como era
inocente como era
ciego de todo saber
sordo de toda luz
si no te hubiese tenido
padre
por la mañana
para desanudar el alba
y por la noche
para anudarla
qué hubiera sido de mí
niño como era
temprana carne liviana
frente al río de las aguas bravas
ante la imprevisible arena
si no hubiese tenido en ti
el brazo fuerte
que no fallaba
y la confianza
la fuerza interior
la seguridad
que tú me dabas
qué habría sido de mí
si una mañana no te encontrara
padre
quién me habría dicho entonces
cuál era la estrella
que yo buscaba
que Dios te bendiga
padre
que te renueve fuerzas
que te dé el vigor aquél
que te sobraba
cuando yo era niño
y conmigo jugabas
que Dios te prolongue
padre
hasta que tú lo quieras
la vida
que te la prolongue buena
que te la prolongue alegre
que te la convierta en fiesta
porque te lo mereces
te mereces también
la gloria
aquí en la tierra
para que disfrutes
la sangre nueva
de toda la descendencia
en que te proyectas
dónde está
la sombra más amplia
de dónde bajan las mejores aguas
las más puras
las más claras
dónde el frío no cala
ni en las más duras madrugadas
dónde el verano se aquieta
y el calor se apaga
y renuevan las fuentes
los caminos del agua
dónde es que no llega la peste mala
y corren libres los niños
con plena confianza
y suben los cerros
bajan las verduras
de la tupida montaña
dónde es que uno está
como en las riberas de un río
de cristalinas aguas
y soplan los vientos
los íntimos vientos del alma
dónde es que más cantan los pájaros
y ríen los niños
y danzan las aguas
y trinan los aires
y silban los árboles
y dan sus frutos con más ganas
solamente a tu lado
padre
abuelo del alma
octubre - diciembre, 1998