viernes, 19 de marzo de 2010

PADRE, poema


Jorge Luis Oviedo

A mi padre, Augusto César Oviedo

yo nunca sufrí por frío

yo nunca sufrí por hambre

porque vos eras mi dios

en mi pequeño y seguro paraíso

por eso nunca me fui

al temprano exilio

como Adán y Eva

a buscar el pan

que nunca ha faltado en casa

(otros hijos de sus padres

jamás podrán decir lo mismo)

bajo tu sombra

fresca

como el aroma

que el viento arrastra de los pinos

era fresco el verano

con tus abrazos

tibios y tiernos

era cálido el invierno

quién si no tú me enseñó

lo que es el paraíso

bastaba con alargar la mano

para encontrar los frutos

y ninguno era prohibido

mangos magníficos

enormes

y de un amarillo encendido

la concha parecía de oro

y la pulpa jugosa

los delataba el olor

la casa jamás olía a rincón

a la humedad de las aguas podridas

sino a frutas

a frutas de todos los días

a frutas de tu paraíso escondido

cosechadas de los árboles

que tu mismo habías plantado

y les habías dado un nombre incluso

para distinguirlos

para que supieran que les tenías afecto

para que se distinguieran

de los otros árboles

de los que crecieron solos

sin padre y sin cariño

como niños huérfanos

a la buena de Dios

y que tratabas como a hijos

y los árboles

como si entendieran de amor

para devolver el cariño

los cuidados

la tierra aporcada

el estiércol

que vos mismo cargabas

y a veces yo

(entonces era tan chico

pero te seguía más que tu sombra

por aquellos caminos)

te ayudaba a estorbar

para que comieran los árboles

y les brillaran las hojas

y olieran más intenso sus flores

y al final

al cabo de los años

mientras yo seguía

pequeño

ellos habían crecido

y daban más frutos

todos los años

contentos contigo

y tú nos decías:

“son agradecidos

los árboles

y los animales

son agradecidos

el mundo es agradecido”

yo recuerdo un árbol

de aguacate

vos mismo lo injertaste

y luego que salió el retoño

me lo enseñaste

y no había día

que no lo mimaras

como si fuera un niño

como me mimabas a mí

como mimabas a Cito

a Bel

a Luz

a Ceci

a Francisco

cargabas el agua

( el agua es la vida decías)

cuando de sed y tristeza

se le apagaban las hojas

y se ponía marchito

en los días más secos del verano

y cuando se hizo grande

dio unos frutos enormes

que la gente decía:

“pucha, don Tito

son tan grandes como los que

Chimayo inventa en sus cuentos”

y era cierto

y les brillaba el verde en la piel

tan fuerte

tan profundo

tan de sí mismo

como el de una esmeralda

hecha fruto

yo me los comía vacíos

yo conocí el paraíso

en aquel huerto

que llamábamos El Solar

después me preguntaba ¿por qué

un nombre sin nombre

un nombre tan vago

para un lugar tan hermoso?

yo crecí con los arboles

yo despacio

ellos ligero

hay una foto mía con ellos

mi cabeza era aún más chica

que las enormes naranjas

y tú siempre pendiente

y nos alcanzabas las más jugosas de todas

y con una navaja le quitabas la cáscara

y la cortabas de forma

que uno exprimiera el jugo con ganas

cómo no recordar los días

cómo no recordar las noches

cuando llegabas cansado

de reparar las cercas

de curar las vacas

de buscar los caminos del agua

para que los animales

tuvieran siempre donde guarecerse

en los días más secos

y nunca te ibas

por ahí

como los otros

sino que te quedabas

leyendo

siempre leyendo

a la luz de una lámpara

devorando página tras página

tú me enseñaste a creer

sin muchas palabras

sin grandes discursos

tu ejemplo

bastó y sobraba

por eso hoy

hasta Dios

a veces

me sobra y me basta

porque me enseñaste

cómo se planta un árbol

cómo se levanta una casa

cómo se sostiene una familia

cómo se quieren los hijos

y se lucha para que sobresalgan

y cómo

sin grandes hazañas

un poco hoy

y otro poco mañana

se transforma el mundo

sin recurrir a las armas

qué habría sido de mí

débil como era

inocente como era

ciego de todo saber

sordo de toda luz

si no te hubiese tenido

padre

por la mañana

para desanudar el alba

y por la noche

para anudarla

qué hubiera sido de mí

niño como era

temprana carne liviana

frente al río de las aguas bravas

ante la imprevisible arena

si no hubiese tenido en ti

el brazo fuerte

que no fallaba

y la confianza

la fuerza interior

la seguridad

que tú me dabas

qué habría sido de mí

si una mañana no te encontrara

padre

quién me habría dicho entonces

cuál era la estrella

que yo buscaba

que Dios te bendiga

padre

que te renueve fuerzas

que te dé el vigor aquél

que te sobraba

cuando yo era niño

y conmigo jugabas

que Dios te prolongue

padre

hasta que tú lo quieras

la vida

que te la prolongue buena

que te la prolongue alegre

que te la convierta en fiesta

porque te lo mereces

te mereces también

la gloria

aquí en la tierra

para que disfrutes

la sangre nueva

de toda la descendencia

en que te proyectas

dónde está

la sombra más amplia

de dónde bajan las mejores aguas

las más puras

las más claras

dónde el frío no cala

ni en las más duras madrugadas

dónde el verano se aquieta

y el calor se apaga

y renuevan las fuentes

los caminos del agua

dónde es que no llega la peste mala

y corren libres los niños

con plena confianza

y suben los cerros

bajan las verduras

de la tupida montaña

dónde es que uno está

como en las riberas de un río

de cristalinas aguas

y soplan los vientos

los íntimos vientos del alma

dónde es que más cantan los pájaros

y ríen los niños

y danzan las aguas

y trinan los aires

y silban los árboles

y dan sus frutos con más ganas

solamente a tu lado

padre

abuelo del alma

octubre - diciembre, 1998