jueves, 28 de agosto de 2008

ANTONIO JOSE RIVAS (1924-1995)

No es un autor de una obra muy extensa, en vida publicó algunos poemas sueltos y únicamente el poemario "Mitad de mi Silencio" (1964 y reeditada en 1986) En 1996 se publicó “El agua de la víspera”, otro libro de poemas (que ya estaba listo cuando aconteció su muerte), en el cual reafirma la calidad de su poética. Rivas es una de las voces más exquisitas de la poesía hondureña del siglo XX y, sin duda, el que más importancia le dio a la metáfora en una período en que otros autores cayeron en facilismo de la pancarta política. Vivió algún tiempo en León, Nicaragua, donde ejerció el periodismo. En Honduras se ganó el pan como profesor de matemáticas en colegios de nivel medio y, en sus últimos años, en la Academia de Aviación Nacional.

COMAYAGUA

Como siempre: plegaria florecida.
Viento lunar en alto campanario.
En la calle el jumento rutinario
y el medioevo en la casa envejecida.

Para la soledad empedernida
de la noche sangrada de calvario,
hay un fantasma plenipotenciario
y un alma en pena. Misa requerida.

Fijo trajín de ritos clericales
bajo la piedra de las catedrales.
El mismo viejo amor que nos asiste.

Llega la tarde con olor a rosas
hasta el último azul. Y entre otras cosas
sabe la gente que este pueblo es triste.



REQUIEM DEL PEZ

Postal de viento. Ruta peregrina
de tiempo azul y corazón diluido.
Sollozo de la arena. Pie derruido.
Revés del aire y de la golondrina.

Hoja de espanto. Curva de alarido
que ni esconde la luz ni la adivina.
Rumbo, centella, longitud marina.
Monograma de pájaro invertido.

Frágil destello. Resbalada idea
que obediente al relámpago aletea.
Paloma oscurecida. última bruma.

Aguja do las horas escapada.
Aunque nada en el sueño de la nada
le sonríen los astros en la espuma.



AUTOELEGIA DEL HOMBRE QUE SE QUEDO SOLO

Llano del tiempo firme.
Una piedra. Una cruz.
Escribo desde el mapa llorado de silencio
vertical en la sombra de mi espacio dormido...
Una herida en la tarde.
Yo me vine en la piel de una caricia
desmoronada. En un suspiro.
Dejando el ala curva de mi sangre
para el vuelo del polvo
y de los árboles.
Yo me vine una tarde...
Y hoy sustento otra sombra,
la vista helada
y el corazón quebrándose en mi nombre.
Aquí todo es igual:
crecen signos hermanos
y universos sencillos.
El color de la raza:
un pormenor de copia
ya archivado.
La vanidad no llora,
pero tampoco ríe.
El orgullo es un gallo
sin canto y sin motivo.
La estatura se acuesta,
por humilde,
en la sombra.
La esperanza es sencilla:
ojo inmóvil helando los contornos del tiempo.
El recuerdo: no tanto.
El filósofo sabe por su espejo
que es diáfano testigo de lo que no se sabe.
Y el poeta se suicida en sus alondras
para que al menos sobreviva el ala.

II
Aquí la tierra crece sobre el cuerpo
de un modo natural y sin reservas.
Allí la tierra muere bajo el aire
y al lado de la sangre
y de la lágrima...
Allí muere la tierra
desde la tierra grande de la Patria
hasta la humilde tierra
para beber las lágrimas.
Para tender al niño
que aún implora su almohada.
Para sembrar el vuelo,
la sombra de los árboles.
(Aquí la sombra crece por instinto)
y hasta para querer falta la tierra,
que es carne y savia y nombre de la Patria.

Pero esta tierra es mía.
Ni rosas ni plegarias.
Yo me conformo con que en el silencio
le hagan dulce la vida
en lo que puedan
a mi madre,
a mi cercana sangre,
a la gente de amiga claridad,
y al pobre perro
que alargando su olfato entre la sombra
aún espera los viernes mi retorno.

III
Aquí la tierra crece sobre el cuerpo
de un modo natural y dulcemente.
Ya no pesan las flores ni las lluvias.
Ya no pesan los días ni los astros
caídos sobre el viento.
Ya no pesa la luz ni su conjunto.
Ya no pesan las piedras,
ni los pastos, ni el salto del conejo,
ni el ala súbita de los murciélagos,
ni la cristiana piel de los corderos.

No pesan ni el dolor
ni todo el aire,
ni la noche, ni el sol,
ni la alborada,
ni el sonido, ni el pez, ni la memoria,
ni el olvido, ni el mar...
Sólo, tan sólo pesa, compañera,
sólo pesa una herida
irremediable:
la herida que me abriste en el costado,
compañera del alma, ¿lo recuerdas?

IV
Por ti en esta elegía,
por ti,
ya desde el fondo de la muerte
vertical en la sombra de mi espacio dormido:
escribo con mis huesos.




LECTURA PARA EL QUE NUNCA
LE HA CANTADO A UN HIJO

Tú has nacido en un sitio verdadero,
lejos del mar
y cerca del olvido;
en un lugar
donde aún la patria llora
aunque nadie lo diga;
en un planeta sudoroso
y triste,
que aún discute su origen
y su carga
alrededor de un parque de Ceniza;
en un país de rigurosa piedra,
donde vivir tan sólo es una pena
tocada de un azul convaleciente,
de un silencio que escucha
y nos devuelve
el asiduo rumor de las estrellas;
en un país de portentosa niebla,
de habitantes extraños, incongruentes,
que aún encienden hogueras en las vísperas
y se santiguan
con las manos sucias,
que le venden las cruces a los muertos
y le niegan las flores a los vivos.
Tú has llegado a la luz de cuerpo entero
y eres un hijo mío:
testimonio
de que naciste solo
en una aldea
con las manos sedientas de rocío.
Llegaste a tiempo de sumar las horas
con los naufragios
(y la luz a ciegas);
llegaste a tiempo de mirar el rostro
penal de1 siglo veinte,
y esperar
los navíos cargados de despojos,
de sangre y luto y alguien
que dijo la verdad
y pide un sitio más para sus huesos.
Tú ya has cruzado la cercana niebla,
la sombra más adicta a la medalla,
la costra gemebunda
de los días
llorándole el recuerdo a las estatuas
y a los ríos más lentos
su camino
Tú has llenado de amor todo el paisaje;
me debes sólo el corazón,
tan solo.
Y has de inclinar la frente
ante la vida,
pero todas las tardes
por si acaso,
por si acaso hay un lirio profanado.

II
Por fin me has dado un paso en la blancura,
y eso ya es levantarse de mañana
sobre la tierra oscura
y acosada,
sobre tu dulce infancia
sostenida
sólo en la flor segura
y en mi mano.
Por fin me has dado un paso en la sonrisa:
agua sin barcos,
soledad sin frío,
y dice tu mamá que ya caminas,
y dice tu mamá que ya eres hombre
de dar un beso
y consagrar el vino;
y qué quieren que yo haga
si andan locos,
si andan locos de dicha los caminos...




LA ASUNCION DE LA ROSA

Luz de rodillas. Circular aroma
que sobre el prisma del color se empina.
Dulce contrasentido de la espina.
Rocío de la nube y la paloma.

Espejo del arrullo. Claro idioma.
Súbito embrujo de la golondrina.
Palma que limpia el alba y la destina
para la piel del ángel que se asoma.

Ala de nieve en redimido vuelo.
Por la espina la cruz se adhiere al cielo
y el viento sabe de lucero erguido.

Gota de luna que en su mundo asume
la península breve del perfume
que es el amor que se quedó dormido.

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