La gloria del muerto
(1987)
(fragmento)
Jorge Luis Oviedo
La muerte del justo se celebra con una fiesta, la del tirano también. JLO
Ramón castro tuvo el entierro más concurrido del pueblo por que nadie supo como él ganarse el odio de la gente. Su vecino de enfrente Esteban Mendoza contrató la marimba más famosa del pueblo y alrededores y la hizo tocar durante los tres días que le duró la agonía metido como por una suerte de vengativa casualidad en las sombras de otras épocas llenas de terror y de gloria entre gritos dispersos y oscuros lamentos y quejidos antiguos de centenares de presos políticos retenidos en la memoria de aquel calabozo fangoso humedecido con una lentitud constante por las aguas de lluvia vomitadas imprevistas y la orina añejada de todos aquellos que pasaron allí sus últimos días sus últimas noches y sus últimas horas antes de ser conducidos bajo la tierna complicidad de los astros a mitad de la noche en algún motocarro de la compañía a orillas del Aguán para ser castrados o lanzados desde el puente o desde algún despeñadero cercano a las aguas del rió; y entre larvas de zancudos y tábanos y moscas comunes y moscas de tórsalos y lombrices de tierra y cagadas de ratas y huevecillos de cucaracha y cucarachas de fango y gusanos sin nombre nacidos de aquel carnaval de inmundicia y entre pesadillas nocturnas acontecidas en pleno día con visiones de ahorcados que flotaban entre los espejismos de las sombras dormidas sobre las telarañas ilusorias de sus más remotos recuerdos y traspasados de lado a lado y de arriba-abajo por un desesperante olor a marañón fermentado revuelto con clavos de olor y a y zacate limón más olorosos que un muerto reciente o que un planchadito novio de pueblo o con los cabellos convertidos en frondosas enredaderas de colores oscuros y hojas exóticas llenas de florecillas de colores brillantes y exhalando un aliento de rosas tempranas y con los piel todavía pintada y brillante al resplandor de los relámpagos de aquellas invernales noches cuado llovía sin pestañear días enteros y tronaba con una tronazón tan fuerte que parecía que el cielo se iba a desplomar igual que las techumbres de esos caserones antiguos y que se nos vendría el fin del mundo y nos agarraría sin haber gozado la vida como dios manda carajo y donde lo más peligroso no eran los enemigos sino los rayos que partían los árboles y los hombres en dos partes iguales y dejaban los fusiles y los machetes hechos una piltrafa y las mordeduras de las víboras que nunca se sabía de dónde podían aparecer o las quemaduras de piel producidas por el palo brujo que dejaron ciegos a muchos noches tupidas a veces de una oscuridad en la que uno no podía verse ni los dedos carajo que mierda de días no realmente sobrevivía porque estaba del lado del general por sus bendiciones echadas a tiempo por sus oraciones y sus cálculos prematuros que nunca nos defraudaron por su olfato capaz de adivinar hasta las emboscadas mejor planificadas; y los vio flotando en la bóveda del cielo con todo y los árboles arrancados de raíz por la magia de la ilusión fugaz contradiciendo las órdenes de mi general carajo pues no era bueno que los zopes se lleven los cadáveres con todo y los árboles para otras partes mientras les devoraban las vísceras y les sacaban los ojos por donde les surgían luciérnagas de colores y los vio arrastrados por las corrientes de los vientos del norte duplicados en tamaño con la forma de guacamayos enormes carajo que para donde se llevan la mortandad la peste estos zopilotes de mierda así no se enmienda la gente; y se descubrió así mismo en la penumbra de sus cuarteles castrando machos cabríos a los que se les multiplicaba el sexo y lo obligaron a cerrar sus ojos de gato montés y finalmente el delirio lo arrastró hasta las profundidades más hondas de las alucinaciones febriles de su rabia perruna a esos oscuros callejones del desamparo total y no a las iluminadas veredas de sus días de poder y de gloria heredada de mi general quien me dijo hacete cargo de cualquier departamento de la costa norte para que dejes de andar como paria para arriba y para abajo sometiendo a tanto pendejo que le da por subversivo que bien merecido lo tenés y antes de despedirlo y echarle su bendición de costumbre y decirle que se encomendara a la virgen del Perpetuo Socorro y que se siguiera portando machenque como siempre se había portado para que ningún cabrón te levante la mano le impuso la orden de Morazán un guerrillero del siglo pasado que había combatido a los ingleses y a los conservadores de aquel tiempo y a la anticuada iglesia católica de entonces y a los separatistas que se oponían a la unión centroamericana porque el ideal morazánico iba contra sus intereses motivo por el cual lo fusilaron por ironía de la historia un quince de septiembre y ahora él lo había desempolvado del archivo de los héroes nacionales y ciudadanos ilustres de este país de lustra botas -porque eso es lo que somos Monchito- para ponerlo a don Chico Ganzúa -como lo llamaban los enemigos y como lo siguió llamando él en secreto y en sueños- de héroe nacional por consejo de los gringos para que así no lo vayan a usar de bandera los subversivos le sugirió el embajador en una nota confidencial que a mí me dio risa pero estuve totalmente de acuerdo porque de ahora en adelante nadie podrá decirnos que no seguimos el ideal morazánico y se declaro morazanista a tiempo completo así lo hizo público por periódicos y emisoras aunque no había leído ni leyó nunca una sola línea del pensamiento del guerrillero con excepción del testamento y ya por último cuando me vio alejarme calle arriba por la empedrada pendiente del barrio
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